Estamos en plena Guerra de Secesión. El conflicto se ha disparado porque uno de los bandos, contrariamente al otro, cree que la esclavitud es ilícita. Si pudiéramos enviar un mensaje desde el pasado no habría habido guerra.
- Miren, peace and love, no wars. Si a ti no te parece bien que haya esclavos, muy bien, no los tengas. Pero no puedes impedir que, quienes piensan diferente a ti, sean libres de tenerlos.
Parece que bromeo, ¿verdad? La esclavitud es abominable. Esa guerra está más que justificada. Bien, ahora cambien “esclavitud” por “aborto”. Parece un truco de magia argumental, un non sequitur de manual, una manipulación burda. Pero no es así. Como ya se dijo, el meollo de estas cuestiones es decidir quién es persona https://www.vozpopuli.com/opinion/afganistan-democratizar.html , quién es titular de derechos y obligaciones. El primer derecho, la vida. En EE.UU. los afroamericanos no fueron considerados persona en este sentido hasta hace muy poco. En España tampoco lo son los embriones.
Sí que existe, sin embargo, una diferencia entre un anti-esclavista sureño de 1861 y los que estamos en contra del aborto: no montamos ninguna guerra. Acatamos la ley. Intentamos, a través de la sociedad civil, dar a conocer nuestros argumentos. Empresa que, por cierto, es casi misión imposible en España. En las asambleas políticas se lo considera un debate directamente zanjado https://www.vozpopuli.com/opinion/debate-no-acabado.html.
De entre los pocos que proporcionan argumentos hilvanados a favor, son escasos los que reconocen que es arbitrario el decidir cuándo alguien es persona
A nivel popular no es muy distinta la cosa. Por aquello de que lo legal suele asociarse con lo legítimo, la mayoría de personas no sabe por qué lo apoyan. Ni siquiera creen que alguien deba saberlo: la cosa es así, no tiene más. De entre los pocos que proporcionan argumentos hilvanados a favor, son escasos los que reconocen que es arbitrario el decidir cuándo alguien es persona y, por tanto, no se le puede matar. La ligereza con la que nos tomamos el asunto es nuestro primer problema como sociedad.
El segundo es que, dentro de la presunta sociedad abierta popperiana, se silencia de forma sistemática a todo aquel que desea abrir o reabrir debates. Se les llama “opiniones disidentes”, y se pronuncia “opiniones disonantes”. De tanto que se las acalla se ha olvidado que ahí siguen, agazapadas. Al escucharlas, el ciudadano woke medio sufre tal desconcierto que la única reacción que ofrece es la indignación moral. Es lo que tiene no estar habituado a pensar por qué piensas lo que se supone que piensas. Se supone, digo, pues se reduce todo a mantras emotivos. Entre la sorpresa ante lo que se les dice y la incapacidad para contrargumentar, sólo queda hacer aspavientos de conmoción ante el contrincante contrariador y contrariante. El punto final, escupir un “¡fascista!” lleno de cólera y frustración. Deben de pagarles por cada vez que lo dicen, si no no me explico el fenómeno.
Un ejemplo más es la reciente puesta en vigor de la ley que prohíbe ofrecer información sobre el aborto en las “clínicas” que se lucran con algo tan delicado
Existe el objetivo claro de evitar cualquier medio a través del que se pueda cuestionar la legitimidad del aborto. Un ejemplo más es el de la reciente puesta en vigor de la ley que prohíbe ofrecer información sobre el aborto en las “clínicas” que se lucran con algo tan delicado. Asombra esa doble vara de medir de nuestros gobernantes: prohiben a los que intentan respetuosamente dar otro punto de vista sobre algo que creen fundamental. Eso sí, se permiten constantemente homenajes a etarras en la cara de sus víctimas. Para ejemplo, un Parot.
Existe una luz de esperanza en España, dado que es uno de los países del mundo con mayor número de médicos que se acoge a la objeción de conciencia ante un aborto. Lo que no sabemos es cuánto durará, y ahí estriba el tercer problema. El Parlamento Europeo se está planteando eliminar dicha objeción de conciencia en el ámbito médico. Primero fue la presunción de inocencia, la cultura de la cancelación es un hecho desde hace años, y lo próximo será tirar el juramento hipocrático por el retrete.
En términos de emociones
A usted, abortista, le parecerá completamente razonable. Esto en sí ya es gravísimo, teniendo en cuenta la ligereza con la que nos tomamos la conciencia moral de cada uno. Sin embargo, lo más preocupante es que usted, abortista, se mueve en términos de emociones, de falsas empatías que le hacen parecer buena persona ante sí mismo y ante la sociedad.
Usted, abortista, reflexione. Porque puede llegar al poder alguien que no comparta qué ideas exaltan su emotividad y deben ser impuestas. Alguien que, por decir algo, considere legal la esclavitud.
- Eso no pasará nunca. Para algo están los Derechos Humanos.
Mire, le contaré un secreto: la única base en la que se apoyan los Derechos Humanos es que se consideraron justos en el momento de redactarlos. Y así fue, porque se tenía de telón de fondo la filosofía occidental, la moral cristiana y el derecho romano. Y os lo estáis cargando todo, panda de insensatos.