El silencio del presidente de la Generalitat, Quim Torra, con los actos de violencia que se reproducen por todo Cataluña le está alejando de sus socios de gobierno de ERC y de la parte más mayoritaria del movimiento independentista. Si su vicepresidente Pere Aragonès ha llamado a las movilizaciones pacíficas, el conseller de Interior, Miquel Buch, ha hablado de que Torra es “pacifista interiormente”, ante la ausencia de cualquier pronunciamiento público a condenar la violencia.
La aquiescencia y pasividad del máximo mandatario catalán ante unas protestas que una minoría está perpetrando como reacción a la condena a los líderes del procés en el Tribunal Supremo dista de su severo juicio respecto a la protesta Aturem el Parlament del movimiento Democracia Real Ya del 15 de junio de 2011. En ese momento Torra no tenía responsabilidades públicas, pero tildaba a los indignados de “pandilla de memos” que nos lleva "directamente al quinto mundo”.
Alertaba contra la simpatía hacia los ‘indignados’
El entonces editor escribía un artículo en El Matí Digital, titulado Un día de furia y vergüenza, donde criticaba las simpatías y “alarmante apoyo” de una parte de los “espectadores de TV3” al movimiento de los indignados.
Torra veía en esa protesta por la cual ocho indignados acabaron procesados en el Tribunal Supremo como el golpe de Estado de Antonio Tejero el 23 de febrero de 1981 y sus "tricornios". “He vuelto a sentir la misma náusea, el misma sudor frío, la sensación de revivir una pesadilla”.
“Ni en Uzbekistán pasa esto”
El presidente de la Generalitat se mostraba preocupado por las algaradas que se producían y, con cierto clasismo en su tono, veía el movimiento de los indignados como un fenómeno exterior, es decir, español y con “regusto africano” que le obligaba a un “exilio interior en Cataluña”. En este sentido, pedía recuperar “la liturgia y las formas” y creerse que “son un país”. “Ni en Uzbekistán para esto”, sostenía con voluntad de que en la región se recuperase el orden.
De forma diametralmente opuesta a la actual estrategia del Govern de internacionalizar el procés, expresaba la “vergüenza” por las repercusiones internacionales de la violencia: “Continúo dominado por la sensación de nadar en un mar de vergüenza, asustado por las conclusiones que dará las prensa internacional de nosotros”.