En esta España dividida entre los partidarios de Isabel Díaz Ayuso y Pablo Casado, donde como vemos la sentimentalidad y la propaganda a veces se imponen a la razón y los hechos, llega otra división intolerable. Justo lo que nos faltaba para que arda todavía más el fuego cainita que nos domina. Vuelve Pasión de Gavilanes para hacer frente a los culebrones turcos.
Resulta trágico pero hay que afrontarlo y aceptarlo, al igual que los españoles hemos asumido el lamentable espectáculo del primer partido de la oposición o al igual que en el PP se han resignado a que solo puede quedar uno sea cuando sea la batalla definitiva. Quizás esta pelea televisiva será menos cruenta, pero promete emociones fuertes.
Las series otomanas, melodramáticas hasta extremos glucosos, llevan varios años de moda en medio mundo. En España triunfan sobre todo en Antena 3, que incluso consiguió, quién lo iba a decir, derrotar a Sálvame en la franja de tarde con Tierra amarga. Estos productos se han convertido en auténticos fenómenos de masas, sobre todo en el caso de la por ahora terminada pero nunca olvidada Mujer.
Los gavilanes gustaban más allá de lo racional y la serie acabó convertida en una suerte de icono pop, de esos que encandilan hasta a los enemigos del género. Contra eso solo cabe rendirse. Que se lo pregunten a Teodoro García Egea
La primacía de estos productos turcos, ya comentada aquí varias veces, recuerda en alguna medida al éxito, allá en los años noventa, de la colombiana Pasión de Gavilanes. Fue un éxito seguramente tan inexplicable como rotundo. Al ritmo de la inolvidable melodía -"¿Quién es ese hombre que me mima y me desnuda?…"-, los gavilanes arrasaban en audiencia y pasaban a la historia de la televisión.
Esos personajes que parecían sacados de un western cochambroso, con esos vaqueros marcando paquete y ese sentimentalismo primario, se adentraban en tramas igualmente cutres, sobre todo previsibles y contadas con una lentitud exasperante. Ahora, 16 años después, ahí es nada, los gavilanes y las gavilanas, algunos legendarios y otros novedosos, desafían desde Telecinco el liderazgo turco de Antena 3 con los mismos ingredientes y tal vez, me temo, con una acogida más que razonable.
Quizás no haya existido en la historia televisiva una serie tan sobrevalorada como esta que ahora regresa como siempre vuelven los peores demonios. Pero al público le gustaba más allá de lo racional y acabó convertida en una suerte de icono pop, de esos que encandilan hasta a los enemigos del género. Contra eso solo cabe rendirse. Y si no, que se lo pregunten a Teodoro García Egea.