Cultura

La (poco debatida) biografía de Will Smith y la falta de sentido de una estrella de Hollywood

La biografía de Will Smith es la historia de un hombre que descubre que cumplir sueños no da la felicidad, y que ansía una respuesta para dejar de sentirse vacío

  • Will Smith

Tenerlo todo y no tener nada. Forjar la vida que uno siempre ha soñado y sentirse igual de vacío que un coco agujereado. La vida de Will Smith es el perfecto reflejo de los males que acompañan al superdesarrollo occidental, un mundo donde se ha vendido que la felicidad es cumplir sueños o luchar por ellos. Cuando uno lee la biografía de Will Smith (que ha pasado bastante desapercibida en España a pesar del famoso bofetón de los Oscar) asiste a la historia de un hombre rico que no le encuentra sentido a nada, y que da tumbos de una filosofía a otra como ese adolescente impaciente por encontrar el Santo Grial que le dé la calma.

Will Smith, la estrella más taquillera de Hollywood, el especialista en ligues, el príncipe de Bel Air, el hombre de negro, el perfecto padre de familia… reconoce haber sido un inseguro y un acomplejado. No fue capaz de dirigirle la palabra al rapero Tupac Shakur ninguna de las veces en que coincidió con él. ¿La razón? Los celos que sentía del amigo de su futura mujer, Jada Pinkett. “Él era el gran Pac, y yo solo el príncipe de Bel Air”.

A Smith el complejo de inferioridad le viene desde niño. Su padre, un semialcohólico, daba palizas a su madre hasta que un día llegó a tumbarla de un puñetazo dejándola inconsciente. Will Smith era el hermano mayor y, pese a ello, nunca se atrevió a enfrentarse a su padre, mientras que su hermano pequeño, Harry, sí que tuvo las agallas para hacerlo. Desde entonces, a la estrella de Hollywood le acompañó el estigma de ser un cobarde. Quizá por ello, el 28 de marzo de 2022 decidió levantarse en medio de la gala de los Oscar y abofetear delante del mundo entero a Chris Rock por cachondearse de la alopecia de su mujer.

Mural del bofetón de Will Smith en Berlín.

Will se forjó una doble careta, como él mismo reconoce, para enfrentarse al mundo exterior. Una era la del “bufón”. Esta personalidad la alimentó en el instituto. Después de haber sufrido bullying en el colegio, entra al instituto convertido en “payaso”. Si era el tipo de las bromas, nadie se metería con él. Esa forma de ser, la del simpático incorregible, le acompañó hasta la edad adulta, cuando reconoce que muchas veces era majo sin querer serlo por su obsesión de que todos estuvieran a buenas con él.

Al Oeste en Filadelfia crecía y vivíaY en el patio del insti jugaba todo el díaTodo guay a mi bola, tirao y relajaoMe hacían bullying y daban hostias por ser un pringao…Según Will Smith, así sería la canción del principio de la serie sobre su vida.

La otra armadura que se puso encima fue la del “soldado”, la del hombre duro que consigue lo que se propone con esfuerzo y tesón. Pasaba de una personalidad a la otra según la situación. Will Smith necesita tenerlo todo controlado, no hay lugar para la incertidumbre.

El príncipe de Bel Air

Fue el primer rapero en ganar un Grammy por esta categoría musical. En sus tiempos de ‘Fresh Prince’, cuando solo cantaba y no actuaba, gastó dinero a espuertas. Tras haber tocado techo empezó un rápido descenso al inframundo. Estaba arruinado, debía millones a Hacienda, la novia que tanto quería le dejó por otro, el último disco había funcionado regular y acabó en un calabozo porque su guardaespaldas Charlie Mack (extraficante de droga) –el tío que en la intro de El Príncipe de Bel Air hace el helicóptero con Will sobre sus manos- le partió la cara a un productor musical blanco (las leyes locas de Pensilvania establecían entonces que el jefe era el responsable penal de los actos de sus subordinados).

Sin un duro, la única posibilidad de Will era irse a Los Ángeles y arrimarse a unos y otros para ver si le hacían hueco en la tele o donde fuera. No tenía dinero ni para el billete y se lo pagó Bucky, un gángster de la Junior Black Mafia, los tipos más duros de Filadelfia. Will no pudo devolverle el dinero nunca porque a los pocos días murió en un tiroteo.

En cualquier caso, una vez en Los Ángeles, cuando firma la serie sobre “El príncipe de Bel Air”, da comienzo una época en la que Will Smith basa toda su existencia en tener éxito. Se obsesiona de tal manera que quiere hacer siempre más giras que los otros actores para promocionar sus películas. Vive por y para construir la vida (material) con la que siempre soñó. Se compra una finca inmensa, tiene la familia modélica que siempre quiso y sus películas baten una y otra vez los récords de taquilla. Sin embargo, estaba vacío.

En busca de la felicidad

Nunca le parecía suficiente. Si conseguía recaudar 77 millones de dólares en taquilla en solo tres días se fustigaba por no haber llegado a los 80 millones. ‘En busca de la felicidad’ es una bonita película con un mensaje que haría vomitar a todos los estoicos y epicúreos de Atenas. La tesis de este film es que la felicidad es ese pequeño instante de alegría en el que consigues aquello para lo que has luchado mucho. Los felices eran los brokers de Wall Street y los infelices los pringados que no tenían pasta. Esa era la teoría de Will Smith.

Su obsesión por ser el mejor en todo abarca todos los ámbitos. Necesita ser el mejor padre, el mejor marido… Esto último le conduce a fuertes choques con su mujer a la que, en el fondo, nunca escucha. Su inconformismo patológico le lleva a frustrarse cuando –oh sorpresa- descubre que la perfección no existe. “El problema es que cuanto más se tiene, más se quiere. Es como beber agua salada para saciar la sed”, dice el actor.

Will Smith y Jada Pinkett en la gala de los Oscar.

Cuando se da cuenta de que está vacío por dentro tiene casi 40 años y para alguien como él, que siempre ha necesitado explicaciones claras, eso no puede durar un solo día. Entra en un torbellino de excentricidades de multimillonario para tratar de dar luz a su existencia.

Empieza a leer tropecientos libros de autoayuda y budismo. Se va a hacer el Vipassana, un retiro espiritual budista. Para ello se va a una casa que tiene en las montañas de Utah (eso sí, encargando comida previamente para que se la lleven hasta allí, una suerte de Buda pidiendo comida en Glovo). Después descubre la ayahuasca y se va a probarla a Sudamérica. En la primera sesión con esta potente droga dice descubrir que él es bonito por dentro con indiferencia del éxito de sus películas o de lo modélico que sea como padre y esposo. Bien. Pero hace hasta 14 sesiones en dos años, una auténtica barbaridad. Lo normal es hacerlo unas pocas veces en toda una vida. De hecho, con solo una vez ya dicen que cambia tu mirada del mundo.

Más tarde termina reconociendo que la clave es ser como su abuela Gigi, un ser bondadoso que ama sin esperar nada a cambio. Siendo él todavía niño, la abuela acogió en casa a un vagabundo al que le lavó la ropa y le dio de comer. “Había entendido mal la física de la felicidad definitiva. Pensaba que podía llegar al amor y la felicidad a base de ganar, vencer, lograr, conquistar y adquirir. Ocho películas de éxito consecutivas, treinta millones de discos vendidos, cuatro Grammys y cientos de millones de dólares no llenan el vacío. La sonrisa se genera hacia afuera. No es algo que consigues, es algo que cultivas cuando das”, escribe el actor.

Tommy Lee Jones y Will Smith en 'Men in black'.

Parece que avanzamos –piensa uno. Pero una vez más termina siendo un espejismo cuando resulta que en el último capítulo la gran lección de vida de Will Smith es no tener miedo a nada porque “Dios pone a las cosas más bellas detrás del miedo” y para demostrarlo se tira desde un helicóptero en el Gran Cañón del Colorado.

Creo que todos los que hemos crecido en un país capitalista de gran desarrollo nos hemos visto tan perdidos como Will Smith en más de una ocasión. A veces naufragamos y buscamos asirnos al primer bote salvavidas que aparezca ante nosotros. El principal error que comete Smith y cometemos todos está en pensar que la salvación está a una compra de distancia de nosotros. No serán los libros ni la ayahuasca las que nos den la paz. El camino es arduo y está lleno de incertidumbres, la vida es demasiado compleja como para reducirla a un manual de supervivencia. El dolor hay que asumirlo como parte del trayecto.

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