Como todos recordamos, el 25 de mayo del pasado año un policía de Mineápolis asesinó a George Floyd. Desde entonces, a simple vista, parece que haya resucitado el espíritu de los Panteras Negras, el movimiento político que fundó Bobby Seale junto con Huey Percy Newton (por cierto, asesinado a tiros el 22 de agosto de 1989). Pero ¿qué sucedería si en realidad estuviéramos frente a un “simulacro”? El sociólogo y crítico cultural francés Jean Braudrillard, en Cultura y simulacro (1978) escribía que en las sociedades posmodernas existe “una forma hiperreal, un simulacro nos domina a todos y reduce cualquier evento al nivel de escenografía efímera, transformando la vida que se nos concede en supervivencia, en una apuesta sin apuesta”. Esa “apuesta sin apuesta” es el espíritu decrépito de lo que antaño fue el ‘poder negro’. Tal y como sugería el francés, la autenticidad ha sido reemplazada por la copia -dejándonos en ese proceso un mero sucedáneo-, nada es Real, y lo perverso es que los involucrados en esta ilusión son incapaces de advertirlo.
En efecto, asistimos a un simulacro llamado Black Lives Matter. Se trata de un movimiento ideológico en su sentido peyorativo, ya que siempre es un problema “el querer restituir la verdad bajo el simulacro”. El conflicto, en realidad, no ofrece controversia: Estados Unidos es una sociedad rota que tiene un serio problema con las armas, la desigualdad y el racismo. La polémica llega cuando dicho proceso objetivo trata de sustituirse de forma simulada. Por descontado, este no es un rasgo exclusivo del activismo negro contemporáneo (que trata de reescribir la Historia, cancelar a quien se oponga e imponer un relato victimista), sino un rasgo compartido por todas las formas actuales de activismo. Pasa con el ecologismo, con el feminismo, con el decolonialismo y con todos aquellos ‘ismos’ que se nos pasen por la cabeza.
Entonces ¿qué hay de nuevo en Black Lives Matter? Todo comienza en 2013, a raíz de la absolución de un guardia de seguridad que había tiroteado por la noche al joven adolescente Trayvon Martin, de 17 años. Le disparó hasta matarlo en una zona residencial de Stanford. Entonces se cruzaron las vidas de tres activistas afroamericanas: la primera es Alicia Garza, que posteó en Facebook un mensaje que se viralizó: “Gente negra. Los amo. Nos amo. Nuestras vidas importan. Las vidas negras importan”; luego Patrisse Cullors, quien añadió al post el hashtag #Blacklivesmatter; y finalmente Opal Tometi, que rápidamente se puso en contacto con las anteriores al quedar consternada y emocionada con sus mensajes.
Resulta muy llamativo que dos de las tres iniciadoras del movimiento se autodefinen como queer.
En 2002, Garza se había licenciado en la Universidad de California (UCLA) y en 2008 se casó con un activista trans. Cullors, becaria Fulbright, casualmente también licenciada por la misma universidad que, dicho sea de paso, actualmente ocupa el decimoquinto lugar mundial en el prestigioso ranking Shanghai Ranking Consultancy. Por su parte, Opal Tometi se licenciaba en 2005 en Historia por la Universidad de Arizona, pero acabaría iniciando su carrera laboral en el mundo del marketing. Es decir, un movimiento impulsado a partir de las redes sociales, por tres activistas afroamericanas, todas ellas universitarias, dos autoidentificadas como queer y una vinculada al mundo de la mercadotecnia corporativa.
'Black Live Matters' y mercadotecnia
No se trata de negar a la comunidad negra el derecho a ir a la universidad o a tener líderes con formación académica. En realidad, serían deseables más licenciaturas: la tasa de abandono escolar en afroamericanos es cuatro veces superior a la de los blancos, el poder adquisitivo es diez veces inferior en las familias negras que en las blancas, y tan sólo un 26% de los estudiantes negros en Estados Unidos llegan a la universidad. Pero no prejuzguemos a las fundadoras de Black Lives Matter, detengámonos en su discurso.
Cuesta imaginar a Malcolm X incluyendo en sus discursos las palabras 'despegar' y 'sinergia' o apelando a los 'artistas y diseñadores' de la bahía de San Francisco
Esto explica Alicia Garza: “Patrisse en esa época trabajaba en lo suyo, la Dignity and Power Now. Estaba empezando a despegar. Y todo esto entró en una suerte de sinergia. Yo conocía artistas y diseñadores en el área de la Bahía de San Francisco que querían ayudar, y me decían: ‘¿Qué podemos hacer?’ Esa es un poco la génesis de todo esto”. Se puede advertir cierto aroma entrepreneur en las palabras de Garza: cuesta imaginar a Malcolm X incluyendo en sus discursos las palabras “despegar”, “sinergia” y “artistas y diseñadores” para referirse al poder negro, seguramente aquí esté la primera diferencia.
Opal Tometi, la que provenía laboralmente del marketing, incide también en ese lenguaje: “Cuando vi que los noticieros mostraban claramente nuestras imágenes y eslóganes acerca de desfinanciar la policía, me emocionó ver que la gente entendía el mensaje”. Aquí hay tela que cortar, porque no contenta con destilar de sus palabras cierto tono empresarial -“nuestras imágenes y eslóganes”-, parece sorprenderse de que sus hermanos del gueto no fueran tan limitados intelectualmente como ella pensaba. Esta condescendencia, por otro lado, es típica del universitario californiano exitoso.
Patrisse Cullors definiría el movimiento como "un ejemplo tangible de autodeterminación frente a la violencia antinegros por parte de los residentes de Ferguson". Como si las palabras “tangible” y “autodeterminación” no fueran antitéticas, o mejor aún, como si en el acto mismo de la autodeterminación se pudiera transformar la realidad material que azota históricamente a su comunidad. Las desigualdades estructurales y tangibles son independientes de la voluntad de uno.
Hipernormalización
Y lo cierto es que el partido de los Panteras Negras también nace impulsado por estudiantes universitarios, pero con un irrenunciable discurso de clase, de partido-movimiento organizado, muy lejos de la jerga de Silicon Valley y Stanford. La sensación que transmite Black Lives Matters es ser una copia hipernormalizada de la serie televisiva The Wire, una 'actuación performativa' de personas negras con preocupaciones de blancos. O quizá de un modo más ilustrativo, un “activismo start-up”. Un activismo basado en el mismo mantra que ese tipo de empresas orientadas a conseguir un negocio para crecer muy rápido y, que se apoya en la tecnología y las redes sociales. El término ‘hipernormalización’, acuñado en 2006 por Alexei Yurchak, alude al periodo final de la Unión Soviética, cuando la mayoría de la población sabía que el sistema estaba cayendo pero nadie podía imaginar una alternativa. Black Lives Matter es un movimiento ‘antisistema’ que no plantea retos, ni tan siquiera impugna al status quo, si no que lo refuerza. Y, por tanto, es fácilmente metabolizable por las grandes corporaciones, que lo acaban reduciendo a un componente más de su responsabilidad social corporativa. Un lavado de cara.
Como decíamos al principio, Black Lives Matter no es la excepción, sino la tónica dominante en el activismo del siglo XXI. Esto nos remite a una pregunta crucial: ¿pueden hablar los subalternos? Esta pregunta dio lugar al título homónimo del interesantísimo ensayo de la escritora y crítica literaria india Gayatri Spivak, texto tremendamente complicado a la par que sugerente. En él, la autora hace un análisis de la subalternidad de la mujer tomando como punto de referencia el cruento rito sati hindú, en el cual se obliga socialmente a la mujer a inmolarse en la pira funeraria de su recién fallecido marido. Un rito que hunde sus raíces en el medioevo y que por desgracia (aunque de forma minoritaria) se sigue practicando en la actualidad. La pregunta central de dicha obra es “¿Con qué voz-conciencia pueden hablar los subalternos?” ¿Acaso les han hurtado lo único que les queda, su voz? A lo que nosotros debemos preguntarnos: ¿Son las formas de este ‘activismo start-up’ un modo de amordazar la conciencia de los afligidos? ¿Es legítimo que activistas profesionalizadas con intereses totalmente alejados de la clase trabajadora negra sean sus portavoces?
A todas luces, esta clase de movimientos tratan de “simular” una realidad social desde la mera performatividad del lenguaje, borrando todo aquello que constituye al sujeto histórico del que se reclaman parte. En particular, un movimiento que sustituye los fusiles de asalto por la bandera LGTB, la conciencia de clase por la autodeterminación individual, las asambleas de partido por los grupos de WhatsApp y Telegram… En definitiva, la exposición racional de los agravios padecidos estructuralmente por el discurso victimista (que se expresa más mediante la fiesta que por el compromiso político). Y es que quizás, el ‘clicactivismo‘ puede ser el equivalente al virus troyano que se cuela en toda lucha legítima para desactivarla.
Spike Lee y Ángela Davis
Para terminar, expondré un par de ejemplos representativos de cómo hemos pasado de la lucha por los derechos sociales y políticos al conformismo de los derechos civiles y las ‘políticas de la identidad’. En primer lugar, el brusco viraje de la reputada líder marxista Ángela Davis, activista en su juventud vinculada al Partido Comunista de los Estados Unidos y también, de forma indirecta, a los Panteras Negras. Filósofa y profesora del Departamento de Historia de la Conciencia en la Universidad de California en Santa Cruz, ganó fama global por obras imprescindibles como Mujeres, raza y clase (1981). En Davis vemos una clara evolución desde posiciones abiertamente proletarias a posturas identitarias, al punto de abrazar ese lenguaje clasista y de moralina que presenta a la clase trabajadora estadounidense como machista y heteropatriarcal. Davis ha pasado de ser todo un emblema de la lucha por los derechos de la comunidad negra a una versión descafeinada de sí misma, una académica más acomodada en su torre de marfil, más cercana a las Ted Talks y a exposiciones y ponencias como las del CCCB de Barcelona que a los mítines a pie de barrio de juventud.
Spike Lee pasado de defender la justicia social a protagonizar una campaña de Coin Cloud, donde afirma que las criptomonedas son más inclusivas que el dinero tradicional
En segundo lugar, la transformación experimentada por Spike Lee, reconocido director de cine, guionista y productor originario de Atlanta y uno de los artistas más comprometidos con la situación de los negros en EEUU. Desde luego, un autor beligerante y fresco que viene denunciando ya desde su primer largometraje las condiciones de vida de esta comunidad. A lo largo de su dilatada carrera ha habido un interés ininterrumpido por la justicia social, como demuestran títulos como Haz lo que debas, la biografía cinematográfica Malcolm X y la comedia satírica BlacKkKlansman. Empleando el lenguaje cinematográfico, diríamos que su arco como personaje en la vida real apunta, al igual que el Black Live Matters y Ángela Davis, a ser un pálido reflejo de lo que antaño fue, un “simulacro” que se pliega a los intereses del sistema (incluso el capital financiero). Prueba de ello es su última campaña, en la que dirige y protagoniza “un espot para la compañía de bitcoins Coin Cloud, en el que habla de cómo desde siempre el dinero (impreso, en papel) ha separado y marginado a la sociedad y de cómo la criptomoneda está a punto de cambiar todo eso”. La pieza ha hecho arder las redes, ya que parece más una oda a la orgía capitalista que una crítica real.
Quizá debamos ir aceptando, con resignación, que todo el mundo tiene un precio y que todo movimiento legítimo es susceptible de ser cooptado por intereses que callan a sus verdaderas víctimas mediante la suplantación de privilegiados que se las dan de subalternos. Black Lives Matter ejemplifica a la perfección esta “novedosa” forma de “activismo start-up”, un lucrativo negocio por explotar. Y es que la imagen más icónica de este movimiento es a la vez su propia sepultura, la perfecta imagen de una simulación “fabricada en China”. Me refiero, por supuesto, a esa genuflexión con el puño en alto que se ha popularizado en los medios de comunicación, en los actos deportivos como la NBA , la Fórmula-1 y la Eurocopa y que ha hecho sentir culpable a todo el que no se arrodillaba. Pero todo esto no debería sorprenderte pues Black Live Matters es el negativo absoluto de aquellas célebres palabras que se atribuyen al Che Guevara: “Prefiero morir de pie a vivir de rodillas”. Esta es la actitud a la que la izquierda ha renunciado y ese puño en alto es la sombra en la pared de todos aquellos que se partieron literalmente la cara para que ahora activistas como Garza, Cullers y Tometi echen por tierra su legado.