La biblioteca como manía, cuadriculada acumulación de edades: fuimos otros cuando leímos esos libros. La biblioteca como la más importante de todas las posesiones, pero también como carga, pesadilla, pesado pelotón de volúmenes que hacen peor cualquier mudanza. Biblioteca como herramienta de trabajo, lugar dónde buscar la frase necesaria o encontrar el epígrafe para una historia. La biblioteca es el arma principal, la llave inglesa que usan los escritores para ajustar las tuercas de su propia obra.
¿Qué tienen los escritores en sus estanterías? ¿Qué conservan? ¿Cuántas de ellas podemos imaginar o fisgar? Una de las más comentadas o a la que al menos se le han dedicado varios reportajes, es la del español Javier Marías. En ella tiene baldas dedicadas a Ellery Queen -una afición, la de la novela policiaca, heredada de su padre-, las obras completas de Henry James y todo Faulkner, o casi todo, de quien tiene un ejemplar firmado. “
También, según contó el novelista a Jesús Marchamalo, guarda algunos volúmenes con firma o dedicatoria autógrafa: Mallarmé, Radiguet, Gombrowicz, Chesterton, Isak Dinesen, Mann… y entre sus propios libros, atesora también un anárquico archivo de su correspondencia con otros autores.
Conservar los libros es conservar las huellas de mis lecturas –dijo en un reportaje del diario El País el escritor argentino Martín Kohan, autor de Cuentas pendientes (Anagrama). Hay quienes las ven mas bien como un pesado incordio. En un texto publicado en la revista Eñe, que dedica una sección a que los escritores hablen de sus bibliotecas, Rodrigo Fresán relató el horror de mudar la suya.
Las hay magníficas, inabarcables, totales, una muestra es la que donó la viuda de Julio Cortázar y de la que puede consultarse una parte en la Fundación Juan March. Dividida en cinco epígrafes -libros firmados, dedicados, anotados, con objetos y formatos curiosos-, hay libros dedicados por Octavio Paz, José Lezama Lima, Pablo Neruda, Alejandra Pizarnik; así como dedicatorias de María Zambrano, Rafael Alberti, Augusto Monterroso, Italo Calvino, Virgilio Piñera, entre otros muchos autores con los que Cortázar tuvo relación.
Los estudiosos Laura Rosato y Germán Álvarez editaron un magnífico ensayo titulado Borges, libros y lecturas, con los 500 volúmenes que pertenecieron al escritor argentino y que están depositados en la Biblioteca Nacional argentina, una serie de libros que éste usó mientras fue director de dicha biblioteca, entre 1955 y 1973. Casi todo lo que leía el autor de Ficciones estaba escrito en alemán y el francés y proliferan ejemplares comentados por el propio autor, quien escribió infinidad de notas en libros como La divina comedia, de Dante Alighieri, los ensayos de Arthur Schopenhauer o los poemas de T.S Elliot.
Un libro sobre bibliotecas
Donde se guardan los libros (Siruela) es un recorrido por las bibliotecas de veinte reconocidos autores españoles contemporáneos: Javier Marías, Mario Vargas Llosa, Arturo Pérez-Reverte, Jesús Ferrero, Clara Janés, Soledad Puértolas, Fernando Savater, Gustavo Martín Garzo, Clara Janés, Luis Mateo Díez, Antonio Gamoneda… Cada uno habla de cómo se relaciona con los libros, del orden y su ubicación en los estantes, de las lecturas que en su momento le fueron decisivas o de cómo su biblioteca se ha ido construyendo con el tiempo, a veces de manera no pensada y caprichosa. Su centenar de fotografías repara en rincones y detalles de estos autores: un universo, también autobiográfico, de adornos, figuritas, objetos o minúsculos exvotos que acaban desbaratando los estantes. Un libro imprescindible para los amantes de las bibliotecas.