Jean-Michel Basquiat es uno más en la corte de santos laicos que pueblan el imaginario de la cultura de los últimos 30 años -murió de una sobredosis de heroína a los 27 y dejando tras de sí 3.000 obras-. Jeff Koons, más kitsch que santo y todavía vivito y coleando, también preside desde su hornacina la capilla del mercado del arte. Ambos, Basquiat y Koons, emergieron en la Norteamérica de los ochenta y arrasaron en la Nueva York que se debatía entre la erótica del capitalismo financiero de Wall Street y la contracultura convertida en activo. Eran los años en que la instalación le disputaba a la pintura el trono en las subastas. Cada uno a su manera encarnó esta oposición, aunque habría que decir, con más similitudes que diferencias. Ya los galeristas se encargarían de meterlos en la picadora de carne del precio de mercado.
El mercado convirtió los nombres de ambos en marcas, ambas imbatibles. Una obra de Koons llegó a subastarse por el doble del valor de un Rembrandt
Ahora, expuestos en sendas individuales en el museo Guggenheim de Bilbao, el díptico Basquiat-Koons plantea una foto fija de los designios del mercado en una década ideológicamente crepuscular que convirtió los nombres de ambos en marcas, ambas imbatibles. Tan sólo hay que dar un paseo por sus ventas para constatarlo. El año pasado un dibujo sobre papel de Basquiat se vendió por 12,2 millones de euros, precio récord para obras de ese formato. En 2007, Koons también dio el Do de pecho cuando una de sus esculturas en forma de corazón colgante se vendió por el doble de un retrato de Rembrandt. La lógica del consumo se impone en ambos y puede que la verdadera obra de arte esté en la idea de fondo que proponen ambos juntos: el devenir de la obra de arte sólo como mercancía, que diría Félix de Azúa. Algo así como el cuello roto de un cisne... sin cabeza.
Basquiat nuestro que estás en el Soho…
Hasta el 1 de noviembre, el Guggenheim de Bilbao presenta casi un centenar de pinturas, fotografías y dibujos de gran formato de Basquiat. La muestra, aseguran los comisarios Dieter Buchhart y Álvaro Rodríguez Fominaya, no pretende ser una selección retrospectiva de la corta y meteórica carrera de Basquiat, sino un análisis de los temas que vertebran su obra; de ahí que la selección sea temática. Acaso manoseado con la etiqueta de propulsor del graffiti -sus comienzos pintando paredes en el Soho y los cristales de los vagones neoyorquinos le endosaron el sambenito-, es considerado como un artista fundamental de la escena plástica de los ochenta, aunque existan quienes -como Robert Hugues- insistan en que Basquiat había sido un principiante ingenioso malogrado por los halagos del éxito.
En septiembre de 1983, cuando aún no había cumplido veintitrés años y ya apuntaba maneras de estrella entre galeristas y curadores, todo él un fogonazo surgido desde La Fábrica de Andy Warhol -su principal mentor y apoyo-, Jean-Michel Basquiat le dijo a Warhol que tenía miedo de no durar, de ser acaso un episodio pasajero, un estornudo caprichoso de la moda y sus vaivenes. Su trabajo como pintor y dibujante desmintieron ese miedo; la vida, en cambio, no. Murió a los 27 años de una sobredosis de heroína.
Según Robert Hughes, Basquiat había sido un principiante ingenioso malogrado por el éxito
La exposición, que lleva por título Jean-Michel Basquiat: Ahora es el momento, se organiza en ocho secciones diferentes que ocupan toda la tercera planta del Museo. La primera de las obras que observa el visitante, Coches chocando, pertenece a sus pinturas más tempranas en las que habla de su ciudad, Nueva York, y adelanta parte de los elementos que se van a repetir en sus creaciones como la representación de transportes y la inclusión de palabras que acompañan sus dibujos. La muestra continúa con dibujos que plasman como héroes y guerreros a las personas negras, así como exalta sus éxitos deportivos, además de cuadros sobre la historia de África como Moisés y los egipcios, de la colección permanente del Museo Guggenheim Bilbao.
Pese al mito de la supuesta marginalidad de Basquiat, era en verdad el cuarto hijo de una familia de clase media acomodada -su padre, Gerard, era un contable de origen haitiano, y su madre era una reconocida diseñadora-. El deterioro psicológico y la crisis nerviosas de su madre tras la separación de ambos, generó una impronta en el joven Basquiat, quien consigue en el arte un lugar potable. Y así como absorbía todo cuanto podía del dibujo de Leonardo da Vinci, reventaba a grafitis los vagones del metro. Con 21 años, va a parar a la factoría de Warhol. En su primer exposición vendió todas sus obras. La sala 303 del Guggenheim muestra las obras de esos años -una combinación de serigrafías y pinturas-, un período de colaboración y rivalidad entre Basquiat y Warhol. Pese al mito de la perfieria, Basquiat pertenecía a una familia de clase media acomodada.
Koons, ese cretino...
Es el artista vivo más cotizado del mundo. Su Balloon Dog (Orange), se vendió por 58,4 millones de dólares. Entre la frivolidad y una especie de choped ready made, igual confecciona un cachorro de 12 metros de altura hecho de flores y con un sistema de riego interno -la escultura Puppy, que pertenece a la colección del Guggenheim-, como convierte en ‘arte conceptual’ (ejem ejem, con el perdón de Beuys), una cópula con su ex esposa, la actriz porno italiana Cicciolina.
Envuelto todo en la estética del consumo, nadie se siente ajeno a las obras de Koons. Entre el kitch del souvenir y un surrralismo reloaded, su trabajo fascina y genera odios por igual. En el museo bilbaíno podrá verse desde una de sus piezas más conocidas, la escultura Michael Jackson and Bubbles, hasta su serie Hinchables, una serie de objetos de vinilo creados a partir de baratijas compradas en bazares y que según la comisaria Lucía Agirre, remiten al surrealismo de Dalí y los ready mades de Marcel Duchamp. Inaugurada hace ya unas semanas, la muestra dedicada al padre putativo de Damien Hisrt y que se titula Jeff Koons: restrospectiva, podrá visitarse en el Guggenheim bilbaíno hasta el 27 de septiembre.