Sus imágenes reflejan esa continua inquietud que se puede ver en su biografía. Aunque estudio fotografía en la Universidad de Minnesota, con una beca, no fue hasta los años 90 cuando, cargada con una Leica M-6 que le regaló Sam Shepard, sintió la necesidad de recoger sus emociones en bromuro de plata. Sus viajes por Estados Unidos, Italia, Finlandia, o México aparecen aquí reflejados en un mundo de miradas perdidas en el que se puede entrever sin esfuerzo un trasfondo de tristeza inquietante.
Así se entiende mejor que estuviera casada con el fotógrafo portugués Francisco Grande, así como su gusto por los países latinos, algo que le llevó a vivir en España e Italia. Su participación en esa sociedad mediterránea le permite ver de un modo muy especial los rostros de aquellos niños y niñas despeinados que juegan en la calle y que crean un mundo cargado de claroscuros.
Para ella, la vida tiene mucho de teatro y por eso en los últimos años ha participado en diversas obras en Nueva York, incluso con la adaptación de la obra La Plaza del Diamante de Mercé Rodoreda. Por eso, resulta más emocionante ver sus creaciones si pensamos que esa señora ha sido ganadora de dos Oscar. La despreciada musa de Dino de Laurentis sería después ensalzada por su papel en El cartero siempre llama dos veces. Así ha sido la vida para ella, un continuo sube y baja entre el estrellato y lo secundario. El glamour de Hollywood frente a la emocionante vulgaridad de lo cotidiano con los ojos de Jessica Lange… y ahora, en Madrid, una ocasión perfecta para descubrirlo.