En los 38 años de historia de los premios Grammy, dos tercios de los nominados pertenecían a los mismos seis países. La lista no es complicada de imaginar: Estados Unidos, Reino Unido, Brasil, India, Mali y Sudáfrica. Solo doce naciones en todo el mundo han tenido un artista ganador, casi todas con el inglés como idioma oficial o dotadas de un sistema de doble pasaporte con algún país anglosajón. Por supuesto, casi todos los ganadores residían en una gran capital global y apenas ninguno en el mundo rural. ¿Hasta que punto esta homogeneidad es una problema?
Indudablemente, lo es para los organizadores de la gala, que se celebra el próximo domingo en el Staple Centers de Los Ángeles, con el carismático Trevor Noah como presentador. El pasado verano, los directivos de los Grammy prometieron resolver el problema de la falta de diversidad y dieron el primer paso simbólico: cambiar el nombre de la categoría “world music” por “musical globales”, con el objetivo de “simbolizar el rechazo a las connotaciones coloniales, folcloristas y ‘no-americanas’ que el antiguo término encarnaba”, explicaron. Hoy el plan radica en que los Grammy tengan una verdadera “mentalidad global”. También se prometía evitar sinsentidos como que se llevasen el premio ‘world music’ artistas estadounidenses como Ry Cooper, Mickey Hart (Grateful Dead) o Béla Fleck, por mencionar a quienes lo ganaron en dos ocasiones, según ha comprobado Vozpópuli.
Un dato delirante: los descendientes de Bob Marley han recibido nominaciones o premios en 78 ocasiones
¿Cuál es la mayor pesadilla para los organizadores? Abrir los periódicos y encontrar artículos como el que acaba de publicar Ian Brennan en el prestigioso diario británico The Guardian. Hablamos de un alquimista del estudio que recogió en 2011 la estatuilla como “mejor productor de world music”, debido a su trabajo en el álbum Tassili, del grupo tuareg Tinariwen. El texto de Brenann se titula “El problema de los Grammy con la diversidad y por qué la cháchara no va a solucionarlo”.
Cifras demoledoras
Su denuncia consiste en que se ha cambiado el nombre de la categoría, pero no el enfoque de los premios. Argumenta su postura con datos demoledores. Por ejemplo, afirma que la lista de nominados de este año (Antibalas, Burna Boy, Bebel Gilberto, Anoushka Shankar y Tinariwen) son menos diversos que nunca. Para empezar, cuatro de estos cinco artistas ya habían sido nominados o ganadores una o varias veces con aterioridad. En realidad, el camino más seguro para ganar un Grammy en la categoría reservada a la diversidad es haberlo recibido antes. ¿Extraño, no?
El problema es de ignorancia y de vagancia. Un dato delirante: los hijos -e incluso un nieto- de Bob Marley han recibido nominaciones o premios en 78 ocasiones, mientras que el mayor icono del reggae nunca fue reconocido por la academia. De hecho, ser descendencia de un artista famoso es el mejor modo de llevarte una estatuilla a la diversidad, como saben en las familias del brasileño João Gilberto y del indio Ravi Shankar (ser amigo íntimo de The Beatles también ayuda a que te tengan en cuenta). Al final, en gran parte, la cosa funciona como en las sucesiones a las coronas europeas.
¿Hay alternativa?
Estas acusaciones encajan con la historia de los premios: la comunidad de artistas latinos tuvo que impulsar sus propios Grammy para tener visibilidad. Una vez lo consiguieron, el problema radica en que estilos demasiado nuevos (el reguetón) o demasiado alejados del pop (el flamenco) les cuesta conseguir protagonismo (hasta el punto de que a algunos artistas no les compensa pagarse el viaje a la ceremonia para aparecer fugazmente en pantalla). El rapero Sean P. Diddy también denunció el año pasado la marginación del hip-hop. En realidad, resulta casi imposible encontrar voces que defiendan que los Grammy son diversos.
Brennan termina su texto ejemplarmente: ofreciendo una lista de nombres que deberían ser más visibles para la academia de la música, entre ellos el sirio Omar Souleyman, el etíope Mulau Astatke, el cuarteto ucraniano DakhaBrakha, las japonesas Ooioo (herederas de The Boredoms) o la boliviana Luzmila Carpio. Seguramente esta pequeña lista es mucho más amplia en sonoridades que todo lo que escucharemos en la gala del domingo. ¿Conclusión? Mucho tienen que cambiar estos premios para dejar de ser ‘gringos’ y convertirse en verdaderamente globales.