Las potencias marítimas más desarrolladas a principios del siglo XVI fueron España y Portugal. Esta hegemonía de avances tecnológicos las destinó a encontrarse más allá del océano con el objetivo de ampliar los territorios de su rey. Las discusiones científicas entre las cortes de ambos reinos no cesaron tras la llegada de los españoles a América y de los portugueses a Asia. El punto más tenso de las relaciones institucionales apareció con el descubrimiento de las Molucas: Carlos I estaba dispuesto a defender que estas islas pertenecían a España, mientras que Portugal amenazó con una guerra para reclamarlas.
El primer esfuerzo diplomático surgió a la hora de delimitar el Nuevo Mundo tras la vuelta de Cristóbal Colón. En contra de los intereses españoles, el marinero arribó a Lisboa. Juan II de Portugal, al conocer su llegada, quiso utilizar el Tratado de Alcazovas para reclamar ese territorio para su corona. En este acuerdo firmado en 1474 se fraguó la división de África, pero no dio una resolución ante las nuevas exploraciones. Luis Robles, doctor en Historia, asegura que “el rey portugués envió una expedición a las Antillas para matar a los españoles. No sabemos qué pasó con ella”.
Por su parte, los Reyes Católicos eran conscientes de que contaban con el apoyo del papa Alejandro VI. Aun así, los acontecimientos precipitaron a ambas delegaciones a reunirse en Tordesillas (1494). Tras varios meses de negociación, se fijó el meridiano a 370 leguas al oeste de Cabo Verde con el objetivo dividir las futuras expediciones. Los territorios de la parte occidental pertenecerán a España y los de la oriental a Portugal.
Junta de Badajoz-Elvas
En 1524, dos años después de otro hito histórico como fue la vuelta al Mundo de Juan Sebastián Elcano, se retornó a la diplomacia entre sendas potencias. El punto central fue la reclamación de las islas Molucas, la expedición en la cual Magallanes halló la muerte. Los representantes de las monarquías habían cambiado. En España reinaba Carlos I, mientras que, en Portugal, Juan III. Ambos eran muy jóvenes, no llegaban a los 25 años.
Elcano tuvo que acudir a la junta con dos escoltas pagados por Carlos I
Esta junta tendrá lugar en la frontera entre Portugal (Elvas) y Castilla (Bajadoz) y reunirá a los más prestigiosos cartógrafos, pilotos y juristas de ambos reinos para demostrar que estas islas pertenecían a su soberano. Para Luis Robles, uno de los mayores expertos en los mapas del siglo XVI, en el plano cartográfico se llegó a la conclusión de que los globos mostraban mejor la realidad que los mapas náuticos.
Durante aquellos días, la delegación portuguesa se valió de espías para conocer de antemano los mapas de su rival. De hecho, Elcano tuvo que acudir a la junta con dos escoltas pagados por Carlos I por miedo a que le mataran. En aquel momento, el emperador ya no estaba tan influenciado por su corte flamenca y comenzó a adoptar una política imperial propia -con el apoyo de Gattinara-. Decidió involucrarse en persona durante su estadía en la Península en este asunto. De hecho, acudió a las reuniones para observar el transcurso de las argumentaciones.
La interpretación de Tomás Mazón, autor de La vuelta al mundo maldita. La expedición de Loaysa (EDAF) es que la junta de Badajoz – Elvas “fue un intento de Juan III de Portugal de ganar tiempo, buscando dilatar la salida de la segunda expedición castellana a las islas Molucas, la de Loaysa, mientras los lusos intentaban consolidar su presencia allí. Carlos V no podía rechazar la propuesta de una reunión de técnicos y juristas para dilucidar a quién pertenecían las islas según el Tratado de Tordesillas, así que la aceptó, se la tomó en serio y envió a los mejores hombres”.
Cabe recordar que Portugal ya había llegado antes a las Molucas, pero lo mantuvo en secreto para afianzar sus posiciones. La tensión fue tal que Juan III “envió una expedición a las Molucas para matar a los españoles”, asegura Luis Robles, quien además apunta que “estuvieron a punto de iniciar una guerra”. Aunque antes de llegar a las armas había que convencer con argumentos cartográficos, matemáticos y náuticos al contrario de que estos dominios quedaban dentro de los límites de su monarca. El control de las islas de las Especias era fundamental para la economía de ambos pretendientes.
Resolución final
Tomás Mazón se reafirma en su posición exponiendo que tras dos meses de reuniones se comprobó que “por parte de los portugueses no había voluntad de alcanzar ningún acuerdo. Carlos I escribió quejándose a Juan III por no aceptar una realidad que para él había quedado perfectamente acreditada”.
Finalmente, no se obtuvo una resolución final, ya que ninguno de los soberanos aceptó las teorías de su oponente. Según Luis Robles, en el futuro “se produjeron combates, que terminaron ganando los portugueses”. Aunque ambos seguirán reclamando las islas.
En 1525, siguiendo la política matrimonial de los Habsburgo para aumentar el poder de su dinastía, se casará a la hermana de Carlos I, Catalina de Austria, que había crecido junto a su madre Juana de Castilla en Tordesillas, con Juan III. Por su parte, el rey de España contraerá matrimonio al año siguiente con la hermana del monarca portugués, Isabel de Portugal. La mujer de la que estuvo profundamente enamorado.
En el tratado de Zaragoza de 1529, Carlos V aceptará venderle estos territorios (más lo que hubiera hasta 17 grados al oeste de las Molucas) a Portugal por una cuantiosa cifra de dinero. La razón fue que el emperador había sido coronado en Aquisgrán, pero le faltaba la aprobación del papa como en su día logró Carlomagno. En 1530, diez años más tarde, el papado accedió a coronarle y Carlos V se convertirá en el último emperador ungido por el sumo pontífice. Para este viaje a Italia, todo apoyo económico era fundamental y la venta de estas islas en disputa fue un bálsamo para alcanzar su objetivo.