Hace tiempo que la capacidad de autosabotaje cultural de nuestra izquierda alcanza proporciones épicas. El último ejemplo es la campaña del Bloque Nacionalista Galego (BNG) para el 8-M, donde decidieron arremeter contra una canción de Chanel, candidata a Eurovisión que ya sufrió acoso en redes tras su victoria en el Benidorm Fest (el concurso la coronó como nuestra representante en la final de Turín, como hemos venido contando desde Vozpópuli). La campaña del BNG denuncia distintos fragmentos de la letra de “SloMo” por “perpetuar la objetificación de la mujeres”. Como en el viejo chiste de la comedia musical Spinal Tap, hay feministas que parecen incapaces de distinguir un estribillo sexista de un estribillo sexy.
Las críticas hacia la campaña del BNG fueron amplias y diversas, pero lejos de debatir sus posiciones con alguna voz contraria la formación gallega se reafirmó en sus postulados. Con el tono pedagógico y condescendiente típico de cierta izquierda, una representante del partido explicaba en un vídeo breve por qué el BNG tenía razón en todo y ningún cuestionamiento merecía ser atendido. Esta campaña coincide con la publicación de un libro feminista que puede utilizarse para desmontar los argumentos que defiende cierto feminismo antiperreo. El volumen colectivo lleva por título Músicas encontradas: feminismo, género y queeridad (UJA-2022), publicado por la editorial de la Universidad de Jaén y coordinado por la profesora María Paz López-Peláez Casellas.
El artículo más relevante para este debate es el de la investigadora Laura Viñuela, que señala que los orígenes del malentendido se remontan como poco a 2016: la coincidencia entre el juicio a La Manada y el éxito de la canción “Cuatro Babys”, uno de los grandes himnos del repertorio de Maluma, reguetonero colombiano de fama internacional. “Quizá Maluma estaba simplemente en el lugar (in)oportuno en el momento (in)adecuado, pero el caso es que ‘Cuatro babys’ cobró una enorme relevancia como diana de las acusaciones de machismo al reguetón en España y ofreció una respuesta muy conveniente a la pregunta sobre los comportamientos machistas y violentos de la juventud: ‘escuchan canciones como esta y por eso se comportan así’”, recuerda Viñuela.
La investigadora pone ejemplos de artículos que buscaban “alertar, no informar ni analizar”, entre ellos el firmado por Cristina Sen en La Vanguardia bajo el título “El preocupante triunfo de las letras machistas del reguetón”. También menciona un texto de Yolanda Domínguez en el Huffington Post donde se vinculaba directamente la letra de “Cuatro babys” con las frases de los agresores de La Manada. Viñuela recuerda que estas campañas de protección de la juventud tienen claros precedentes en países de cultura puritana como Estados Unidos, donde en los años noventa funcionaba el Parents Music Resource Center (PMRC), que colocaba pegatinas en los discos compactos de rap y rock duro como advertencia a las familias.
Reguetón y represión
Seguramente el párrafo más jugoso del artículo es el que denuncia que -de manera inconsciente- parte del feminismo actual está haciendo sentir culpables a las jóvenes por pasárselo bien con la música. “Parece que hay muchas mujeres que disfrutan bailando y escuchando reguetón. En ocasiones se afirma que esto se debe a que no son conscientes del lugar negativo en el que les coloca esta música, justificando esto con su corta edad en el caso de que formen parte del grupo de adolescentes”. ¿Conclusión? Se crea un cortocircuito entre el placer que produce este estilo musical caribeño y la culpabilidad por disfrutar letras presuntamente machistas.
El joven analista político de izquierda Iago Moreno fue una de las primeras voces en criticar el enfoque de esta acción para celebrar el 8-M: "¿Reguefobia a estas alturas? En 2009, el BNG usó como himno de campaña una versión de Don Omar. Decepciona ver ahora este tipo de 'boomeradas'. La criminalización del reguetón por el contenido sexual de sus letras emana de prejuicios racistas y clasistas", escribía en Twitter, señalando que la capacidad del BNG para sintonizar con la cultura juvenil parece caminar hacia atrás.
¿Cómo puede gustarte el reguetón si eres feminista?", preguntan quienes no han profundizado en el género
La batalla cultural de la que hablamos no es nueva, lleva abierta por lo menos desde 2013, cuando la activista feminista June Fernández escribió un post sobre su afición al perreo que provocó que en su entorno le preguntaran repetidamente “¿Cómo puede gustarte el reguetón si eres feminista?”. Merece la pena leerlo por razonamientos tan claros como estos: “En el tango, la mujer baila hacia atrás; el hombre dirige y controla el espacio. En la salsa o en la bachata otro tanto: él decide cuándo la hace girar, cuándo la acerca y la aleja, cuándo la estrecha contra él. (…) Pero la cosa es que el reguetón, que es bastante suelto, es de los bailes caribeños que más margen de maniobra ofrece a las mujeres. Yo puedo decidir si me pego o no, si me doy la vuelta, puedo marcar el ritmo, puedo tirarme al suelo, apoyarme en la barra, irme a bailar sola, regresar… ¿Por qué los citados bailes en los que la mujer tiene cero margen de maniobra no han sido tachados de machistas? Porque del reguetón, estoy convencida, lo que escuece no es el machismo, es que nos sonroja”, destaca su texto.
Viñuela analiza extensamente en su artículo como el reguetón produce más incomodidad social cuando lo adoptan jóvenes blancas que si lo hacen caribeñas y afroamericanas: "La relación con el perreo y otros bailes que comparten motilidad pélvica no es igual para las mujeres negras, latinas y/o afrodescendientes que para las mujeres blancas. (...) Para las mujeres blancas el perreo tiene implicaciones diferentes, pues conlleva una traición a la interpretación 'aceptable' de la feminidad", lamenta. ¿Por qué le cuesta tanto a cierto feminismo español comprender que el reguetón no es enemigo de las mujeres?