Puede parecer obvio, pero, más allá de la evidencia, ciertos estudios han demostrado que vivir cerca de un aeropuerto puede afectar a nuestra salud más de lo que habríamos pensado. No hablamos solo de dormir mejor o peor, sino incluso de cardiopatías más graves que los trastornos del sueño, mencionado incluso por la Fundación Española del Corazón.
Infartos, ictus e hipertensión son más susceptibles de producirse no solo si habitamos cerca de un aeropuerto, sino que serán más propensos a aparecer si nuestra vida está condicionada bajo una ruta aérea. Parece obvio que a nuestros oídos no les va a hacer ilusión que vivamos cerca de un aeropuerto internacional, tal y como prueban ciertos estudios dentro de la propia Unión Europea, además de ciertos trabajos de la Organización Mundial de la Salud sobre la afectación que la contaminación acústica puede provocar en nuestra salud.
Alteraciones del sueño, tinnitus o incluso afecciones pulmonares, provocadas por la polución, como indica un estudio centrado en el Estado de Nueva York, son parte de los problemas que podríamos asociar a vivir próximo a grandes aeropuertos. Un problema del que tampoco se salva nuestro corazón, y es que encontramos valores que aumentan hasta en un 7% el riesgo de sufrir infartos, como se probaba en el caso del aeropuerto de Frankfurt en este estudio.
El aeropuerto: un mal vecino
Es relativamente habitual que asociemos cierto malestar psicológico (irritabilidad, cambios de humor, insomnio) a vivir cerca de aeropuertos. Aunque ciertos estudios no han podido probar esa correlación, como es el caso de este ejemplo francés, sí dejan una puerta abierta a que una mayor sensibilidad al ruido desempeña un factor fundamental entre el ruido ambiental y los posibles efectos adversos de éste para la salud, como podría ser lógico.
Sin embargo, hay enemigos más 'silenciosos', o al menos todo lo silenciosos que pueden ser en un aeropuerto a la hora de poner a prueba a nuestra salud. Quizá a priori no destaque tanto como el propio ruido, pero puede que nuestra salud cardiovascular o incluso nuestra salud respiratoria se vean afectadas.
Estos resultados apoyan la hipótesis de que los aspectos psicológicos, como las molestias y la sensibilidad al ruido, desempeñan un papel importante en la asociación entre el ruido ambiental y los efectos adversos para la salud, que quedan en un segundo plano cuando aparece la contaminación ambiental.
La piedra de toque salió en 2014 con un estudio pormenorizado -realizado durante 14 años- del Aeropuerto Internacional de Logan (el aeropuerto de Boston, Massachusetts), que avalaba que las personas que habían vivido durante tres o más años cerca del aeropuerto sufrían dos veces más ciertas enfermedades obstructivas pulmonares que las personas menos expuestas.
Es un dato que también puede convertir a los aeropuertos en enemigos de una buena salud cardiovascular, con la que hemos abierto este reportaje, y donde recogemos estudios como los realizados en los alrededores del aeropuerto londinense de Heathrow.
Allí se vincula directamente la presencia de ruidos producidos por los aviones con riesgos incrementados de infartos, enfermedades coronarias y otras cardiopatías, plasmadas en las admisiones hospitalarias y la mortalidad de las áreas cercanas al citado aeropuerto.
Centrándonos en ese estudio, los datos son demoledores y hacen que dormir bajo la influencia de un aeropuerto de tráfico internacional pueda ser una mala idea si nuestra salud está en juego. Según los porcentajes, encontramos que hay un 24% más de riesgo ingreso hospitalario por ictus y un 21% más de riesgo de ingreso por enfermedades coronarias. Incluso un notable aumento de los riesgos relativos por mortalidad, encontrando un 21% más por ictus, un 15% por enfermedad coronaria y un 16% por enfermedad cardiovascular.
Malas señales a las que hay que hacer caso en algo aparentemente trivial: la hipertensión arterial. Es ella la señalada en este estudio británico como ejemplo de causalidad, ya que es la principal causa de accidente cerebrovascular, además de importante factor de riesgo de cardiopatía.
Todo ello derivado de una exposición aguda al ruido que, según el estudio, activa el sistema neuroendocrino, provocando así un incremento a corto plazo de la frecuencia cardíaca, poniendo en la misma balanza al ruido ambiental con el riesgo cardiovascular y que acaba poniendo frente al jurado de la salud a los aeropuertos, los cuales no son precisamente una panacea habitacional. Menos aún si queremos mirar por nuestra salud.