El glaucoma es un grupo de afecciones oculares que dañan el nervio óptico y que puede llegar a provocar ceguera en la persona que lo padece. Cuidar nuestros ojos muchas veces no es una prioridad a la hora de tener una buena salud, pero deberíamos tener claro que si prevenimos futuras enfermedades, contaremos con una mejor salud ocular y una vista perfecta durante muchos más años.
El daño que producen las afecciones oculares del glaucoma se dan a menudo por una presión en el ojo más alta de lo normal. Según la Asociación Mundial del Glaucoma, se estima que una de cada 200 personas de 40 años tiene glaucoma. A los 80 años la proporción se dispara y pasa a ser de una de cada ocho. En términos globales, 78 millones de personas padecen glaucoma en todo el mundo y se calcula que en 2024 ya serán 111,8 millones.
La prevalencia actual del glaucoma en España es del tres por ciento de las personas mayores de 40 años, lo que significa que algo más de 600.000 personas tienen glaucoma. De ellas, se estima que su aparición tomó por sorpresa a prácticamente la mitad que, de haber realizado un control para la detección precoz, podrían haber actuado para ralentizar o detener el curso de la enfermedad.
Factores de riesgo
El glaucoma tiene una cierta carga hereditaria, ya que los descendientes de personas afectadas de glaucoma tienen un riesgo diez veces superior de padecerlo y sentir cómo empeora su visión general. Esto se da sobre todo en determinados tipos de glaucoma, como el primario de ángulo abierto, que es el más común, o el congénito, que aparece en los primeros meses de vida. Además, las personas con factores de riesgo tienen mayores probabilidades de desarrollar la enfermedad.
Los principales factores son:
- Edad avanzada. El glaucoma puede afectar a las personas de todas las edades, desde los bebés hasta los adultos mayores, pero sobre todo, hay que tener especial cuidado a partir de los 60 años. Eso sí, los expertos recomiendan hacerse revisiones periódicas a partir de los 40 años.
- Presión intraocular elevada. Por lo general, esta condición ocurre porque, por diferentes causas, el humor acuoso (líquido que baña el interior del ojo) no drena correctamente y se acumula, ejerciendo una presión excesiva sobre el nervio óptico y causándole un estrés que no puede soportar.
- Utilización de corticoides.
- Traumatismos oculares.
- Patologías oftalmológicas predisponentes, es decir, otras enfermedades oculares, como patologías de córnea, retina, uveítis…
Es importante saber que el glaucoma no se desarrolla ni por leer mucho, ni por leer con poca luz, ni por la dieta que llevamos ni por usar lentes de contacto. No es contagioso y si se detecta a tiempo se puede tratar y evitar llegar a la ceguera.
Tipos de glaucoma
Hay muchos tipos, pero estos son los más habituales:
Glaucoma primario de ángulo abierto. Es el más frecuente, suele aparecer a partir de los 40 años, es de evolución lenta y no presenta síntomas hasta estadios finales en los que se produce una pérdida de visión.
Glaucoma de ángulo cerrado. Se puede presentar de forma aguda o crónica. La forma aguda suele cursar con gran dolor ocular, enrojecimiento del ojo y visión borrosa. Es una enfermedad grave, con un elevado riesgo de pérdida de visión. Por eso, el diagnóstico precoz es clave.
Glaucomas secundarios. En ellos existe una causa concreta, con frecuencia otra enfermedad ocular, que genera la elevación de la presión. Entre ellos se encuentran el glaucoma pigmentario, pseudoexfoliativo, asociado a inflamación, secundario al tratamiento con corticoides, neovascular…
Glaucoma congénito. Se presenta en los primeros días o meses de vida del paciente y es secundario a anomalías del desarrollo del ojo durante la gestación. Concretamente se da a nivel de la malla trabecular (lugar por donde se produce el drenaje del humor acuoso).
Cómo detectar el glaucoma
El principal problema con el glaucoma es que cursa sin síntomas en más de la mitad de los pacientes y que cuando da la cara, viene acompañada de una pérdida de visión irreversible. Esto implica que hoy mismo haya personas que no saben que van a desarrollar esta enfermedad, ya que no hay síntomas que avisen del riesgo.
“Esto ocurre porque se produce una pérdida de visión lateral, que el paciente no advierte porque el cerebro tiene la capacidad de compensar la visión perdida y rellenar las zonas ciegas combinando las imágenes de ambos ojos para dar una imagen completa. Es por esto que se le llama la enfermedad silenciosa y su detección precoz es crucial”, explican desde la clínica Barraquer.
En algunas personas sí que se manifiesta a través de estos síntomas:
- Pérdida de la visión periférica o lateral del campo visual. En algunos casos, existe pérdida de la visión central, en las primeras fases.
- Caídas, ya que el glaucoma multiplica por cuatro el riesgo de padecer este tipo de accidentes.
- Los ataques agudos de glaucoma pueden producir ojo rojo, dolor intenso, visión borrosa, halos alrededor de las luces, náuseas y vómitos.
Tratamientos que ayudan
El glaucoma es una patología crónica que actualmente no tiene cura, ya que es imposible regenerar el nervio óptico y recuperar la visión perdida. Sin embargo, la enfermedad se intenta controlar mediante diferentes opciones terapéuticas, que tienen como objetivo conservar la visión que tiene el paciente en el momento del diagnóstico.
“Para conseguir detener o ralentizar el avance del glaucoma es preciso establecer un valor para la presión intraocular de cada paciente. Este valor individual es el que debemos tratar de conseguir para detener la progresión de la enfermedad. Hay distintas opciones, como el empleo de colirios, la colocación de válvulas especiales, el tratamiento con láser Argón y otros abordajes para casos más complejos, como la cirugía, que será más o menos invasiva en función de la situación del paciente y el grado de avance de la enfermedad”, señala la doctora Valeria Opazo, experta en glaucoma del Hospital Sanitas Cima.
Antes de tener un diagnóstico, requiere un estudio completo y en profundidad de la forma y color del nervio óptico, el campo visual completo, el espesor corneal y, sobre todo, conocer y ver la evolución de la presión intraocular. Para ello se utilizan distintos equipos tecnológicos como tonómetros, campímetros, gonioscopios, paquímetros o tomógrafos de coherencia óptica. “Cuanto antes se diagnostique la enfermedad, menos visión se perderá y tendremos mayores probabilidades de controlarla correctamente”, añade.