Marta es una estudiante de 20 años que siempre ha sido tímida. Pero esa timidez se ha intensificado tanto que a veces interfiere con actividades cotidianas. Desde la educación secundaria, comenzó a experimentar un miedo abrumador a ser juzgada negativamente por sus compañeros y profesores.
Ahora, en la universidad, Marta se siente extremadamente ansiosa cuando sabe que tendrá que hacer una presentación en clase. La noche anterior, apenas puede dormir debido a los pensamientos intrusivos sobre sus posibles equivocaciones y las burlas de sus compañeros. Se anticipa a todas las críticas y siente mariposas en el estómago.
Marta también experimenta estos síntomas en clase. Se suele poner en las filas más alejadas e intenta dejar un espacio libre a su izquierda y a su derecha. Además, evita participar en actividades sociales por miedo a decir algo inapropiado o a no saber cómo actuar. Prefiere quedarse en casa estudiando o viendo series.
Pero Marta en realidad no es tímida: sufre ansiedad social, un trastorno que afecta aproximadamente al 9 % de las mujeres y al 7 % de los hombres cada año.
¿Cómo podemos detectarla?
También conocida como fobia social, la ansiedad social se caracteriza por un miedo intenso y persistente a situaciones sociales o actuaciones en las que la persona siente que puede ser juzgada, evaluada o humillada por los demás.
¿Y en que se diferencia entonces de la timidez? Pues en que esta es solo una tendencia de personalidad con respecto a ciertos comportamientos y pensamientos, mientras que la ansiedad social puede definirse como un trastorno psicológico incapacitante y adscrito a un diagnóstico validado por la comunidad científica.
También cabe distinguirla de otros problemas de ansiedad. Realizar un diagnóstico diferencial conlleva explorar las semejanzas y, especialmente, las diferencias en torno a la sintomatología que ha llevado a la consulta a un paciente. Algunos artículos científicos indican que las situaciones que desencadenan esos síntomas y su impacto en la vida cotidiana son dos aspectos fiables para realizar el análisis previo.
Si nos fijamos en el ataque de pánico, por ejemplo, los desencadenantes son difusos, mientras que en el trastorno que nos ocupa se trata de situaciones sociales o que impliquen hablar en público, comer o beber frente a otros. En el ataque de pánico, el miedo posterior se asocia con la posibilidad de sufrir otro episodio, mientras que en la ansiedad social es el temor a la evaluación social negativa lo que mantiene el miedo.
Algo similar ocurre al compararla con el trastorno de ansiedad generalizada. En este último caso, el miedo se vincula con las posibles catástrofes que pueden ocurrir, pero no tienen por qué estar enmarcadas en un contexto social. Por otro lado, el impacto en la vida cotidiana no consiste en evitar las reuniones o los momentos de exposición en público, sino que la persona con ansiedad generalizada experimenta una dificultad difusa para controlar su preocupación, lo cual genera síntomas persistentes como tensión muscular, fatiga y falta de sueño.
¿Cómo funciona el cerebro de una persona con ansiedad social?
En términos generales, el sistema nervioso del individuo afectado aprende a estar en alerta en las situaciones sociales o, simplemente, ante la posibilidad de un encuentro con otras personas. Se traduce en los siguientes procesos:
- Activación de la amígdala. Esta estructura subcortical desempeña un papel principal en el procesamiento de emociones desafiantes como el miedo. En los pacientes con ansiedad social, la amígdala tiende a la hiperactivación, lo que incrementa la probabilidad de que situaciones neutras se perciban como amenazantes.
- Implicación del hipocampo. Involucrada en la formación y recuperación de recuerdos, esta región cerebral participa especialmente en el mantenimiento de la fobia. Fragmentos de memoria a priori inofensivos son los responsables de la anticipación y el miedo por las situaciones futuras.
- Inhibición de la corteza prefrontal. La encargada de la regulación emocional también se asocia con la ansiedad social. Algunos estudios han demostrado que la exacerbación de la respuesta emocional ante los contextos sociales podrían desactivarla, impidiendo que la razón o los datos objetivos reviertan la situación.
- Anomalía en el funcionamiento de las redes de neuronas implicadas en la percepción social y la empatía, como las que incluyen las áreas temporo-parietales y la corteza cingulada anterior. Son importantes para interpretar y responder a las señales sociales, y su alteración puede llevar a que la persona interprete erróneamente las intenciones y actitudes de los demás.
Tratamiento y manejo
La terapia psicológica proporciona las herramientas necesarias para manejar las situaciones sociales a las personas con este diagnóstico. En algunos casos, se requiere también de medicación si han concurrido eventos puntuales como un ataque de pánico o un episodio de disociación.
En la actualidad, la realidad virtual aplicada a modalidades de tratamiento como la terapia cognitivo-conductual o la terapia de exposición es lo que está produciendo mejores resultados.
Asimismo, se recomienda al paciente que practique una serie de pautas de conducta como las siguientes:
- Entrenamiento gradual de habilidades sociales. Exposición paulatina a situaciones menos intimidantes, en grupos reducidos y de confianza.
- Técnicas de respiración profunda y relajación muscular.
- Identificación y análisis de los pensamientos negativos automáticos en torno a la situación de ansiedad social.
- Ejercicio físico. El movimiento genera ciertas sustancias químicas y activa procesos metabólicos que ayudan a la regulación de la ansiedad en general.
En ocasiones, la falta de información nos lleva a adoptar una actitud pesimista o poco atenta con diagnósticos poco conocidos o cuyos síntomas se han atribuido tradicionalmente a rasgos de personalidad como la timidez, en este caso. De ahí la importancia de la concienciación bajo los lemas “no hay salud sin salud mental” o “¿si no se visibiliza no existe?”.
María J. García-Rubio, Profesora de la Facultad de Ciencias de la Salud de la Universidad Internacional de Valencia - Codirectora de la Cátedra VIU-NED de Neurociencia global y cambio social - Miembro del Grupo de Investigación Psicología y Calidad de vida (PsiCal), Universidad Internacional de Valencia
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.