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Saúl y la guerra de los botones

                    

  • Saúl, celebrando un gol de esta campaña.

No son Velrans y Longeverne, sino La Castellana y el Paseo de los Melancólicos. Y no fue el pequeño Lebrac, sino Saúl, el que lideró la idea de desnudar y humillar a sus vecinos. El Atlético de Madrid se convirtió, en una nueva exhibición de fútbol militar, en el primer equipo que asalta el Bernabéu durante tres años seguidos en toda la historia de la Liga. El dato, de tan abrumador, hace falta masticarlo.

Es el pequeño de los Ñíguez la alegoría de este cholismo de entreguerras, que transiciona entre el que ya ganó un título de peso en 2014 y el que pretende vencer otro a corto plazo. Se ha ido armando en la ribera del Manzanares una cohorte de jóvenes descarados que parece asegurar el futuro de la Compañía Easy rojiblanca, mezcla de talento, pulmones y un chamán en el banquillo que sabe bien cómo inocularles las ganas de gloria.

El ilicitano, que hizo un partido espantoso en el mismo escenario hace justo diez meses, quiso demostrar ahora que la arena de Chamartín no le viene grande. Y lo consiguió a base de recitar ese libreto del box-to-box tantas veces estereotipado. Impecable al choque, reinando la parcela ancha y llegando al área con colmillo. Resolvió balones divididos con la finura de quien se sabe en un momento dulce y le explicó al mundo por qué en la Premier le miran con ojos de gata.

Tuvo en el Augusto del ligamento milagroso al mejor camarada, y ambos se aliaron para limpiar el centro del campo en una escabechina de la que no se libró ni un Modric habitualmente lúcido. Al dúo, como coche escoba, se unía de vez en cuando Giménez, desbocado incluso con el aviso de la amarilla. El charrúa tiene trazas puyolianas: no siente ningún miedo y juega un fútbol defensivo sin filtro, en el que a veces es felino y otras elefante en cacharrería. Con todo, cuando no se quema con su propio fuego, es un liquidador de delanteros asombroso.

Frente a toda esta hiperactividad, el Real Madrid respondió con un sábado resacoso, en el que pedía a gritos que nadie le levantase la persiana. La falta de hambre les ha convertido en un equipo famélico, preso de los vaivenes de un presidente empeñado en disfrazar la realidad que le dice que su plantilla no tiene rumbo deportivo. Zidane, sacado en procesión por la cofradía del humo mediático, retó a Simeone y se volvió a casa, como en 'La guerra de los botones', con el cubo tapándole los paños menores.

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