Dice un entrenador: "Es difícil jugar un partido de fútbol cuando sólo un equipo quiere ganar". Y añade: "Lo único que me podía traer para ganar era una Black and Decker para destruir el muro". Y remata: "Esto no es la Premier League, no es la mejor liga del mundo. Es fútbol del siglo XIX". Lo afirma un técnico indignado y desesperado tras no pasar del empate a cero, pese a atacar y atacar, ante un rival que no hizo otra cosa que defenderse y defenderse. Nada que no ocurra con relativa frecuencia en el fútbol y que no se escuche con cierta asiduidad en las conferencias de prensa. La excentricidad esta vez es que quien habla se llama José Mourinho. Tócate las narices.
Lo declaró el entrenador portugués del Chelsea después de empatar a cero en casa ante un adversario descaradamente encerrado (West Ham, 18º clasificado) al que acorraló y remató en más de 30 ocasiones (con actuación estelar en la portería del español Adrián, ex del Betis). Precisamente Mourinho, un técnico que no pasará a la posteridad por sus planteamientos ofensivos. El mismo tantas veces afeado por recurrir a estrategias parecidas a las que ahora denuncia. El mismo que dirigía al Inter de Milán en aquella célebre noche de los aspersores en la que apeó al Barcelona de la Liga de Campeones colgado del larguero.
Mourinho, pues, en estado puro. Provocador y contradictorio. Surrealista. O definitivamente un cachondo.