La Navidad parece llegar cada vez más temprano; algunas personas comienzan a pensar en ella desde finales de agosto, ansiosas por lo que consideran momentos felices y llenos de experiencias bonitas. Sin embargo, este periodo divide a las personas en dos grupos: quienes la aman y la esperan con ilusión por las experiencias felices vividas en compañía de sus seres queridos, y quienes la ven con tristeza porque les recuerda la soledad o la falta de alguien importante en sus vidas. Aunque es válido que quienes disfrutan esta época la vivan intensamente, también es natural que otros se sientan tristes, no hagan planes o deseen que pase rápido. La Navidad no siempre es tan idílica como se muestra; son momentos que pueden valer la pena, pero no son imprescindibles.
A menudo, se idealizan estos meses con expectativas mágicas que suelen estar diseñadas para los más pequeños. Sin embargo, quienes atraviesan un mal momento no deben sentirse obligados a experimentar felicidad solo porque es Navidad. La sociedad promueve la importancia de expresar amor y felicidad en esta época, pero no siempre es posible vivirlo como se espera debido a problemas personales o diferencias familiares. Los psicólogos recalcan que es crucial aceptar los sentimientos negativos durante este tiempo y reconocer que la salud mental puede verse afectada si las circunstancias no encajan en la imagen idealizada de la festividad. Es necesario entender que sentirse mal en Navidad es tan válido como sentirse feliz.
Además, la época puede resultar agotadora por diversos motivos. La subida de precios, las calles abarrotadas, el frío, y el trabajo extra que implica, especialmente para muchas madres, generan incomodidad. A esto se suma la presión del consumismo, que puede ser exhaustiva y alejar el foco de lo que realmente importa. Por eso, es completamente válido elegir momentos de tranquilidad, reflexionar, estar solo o simplemente no participar en las dinámicas habituales de estas fechas. Este enfoque también permite valorar el tiempo personal y aceptar las emociones, incluso aquellas que no encajan con el espíritu navideño.
No pasa nada si no deseas decorar tu casa, seguir tradiciones, comer en compañía, cantar villancicos, ver películas navideñas, pasear por el centro de Gran Vía o incluso comer churros en San Ginés como si fuera una especie de ritual obligatorio, está bien si lo haces porque te gusta, pero no te sientas presionado por la sociedad para cumplir obligatoriamente estándares navideños.
La Navidad tiene un significado especial para los más religiosos, pero también puede ser amada por quienes no lo son o incluso rechazada por quienes sí continúan una fe. En esencia, representa un momento para compartir, decorar, regalar y expresar amor, pero si alguien no puede o no quiere vivirla de esta forma, no es un problema. El amor y los valores que promueve la Navidad no dependen exclusivamente de esta época; siguen estando dentro de cada persona, incluso si no los manifiestan abiertamente en estas fechas.