El escritor y académico de la lengua Félix de Azúa cuenta que, en una ocasión, su hija pequeña le preguntó a la vuelta del colegio: "Papá, ¿nosotros qué somos: fachas o catalanes?". La pregunta evidencia la connotación negativa que, durante mucho tiempo, el nacionalismo catalán ha logrado proyectar sobre todo lo que se considera español. Pero tal vez el estigma, tras la resaca del 'procés', esté empezando a desaparecer. Y es que el indudable éxito en los últimos meses de eventos protagonizados por símbolos de índole nacional en Cataluña está poniendo en entredicho el relato separatista, que suele entender la identidad catalana como un compartimento estanco.
Una prueba de ello la aportó el pasado verano el seguimiento masivo que tuvieron los partidos de la Selección española en Cataluña, tanto en televisión como en las calles. El desempeño de la Roja en la Eurocopa fue seguido por 2.187.000 espectadores en las retrasmisiones de La 1, alcanzando el día de la final entre España y Alemania el 76,1% del share. Ese día, además, 4.000 personas se reunieron para ver y celebrar aquella victoria ante las pantallas gigantes instaladas en la Plaza de Cataluña de Barcelona —un éxito que se repitió en Santa Coloma, Hospitalet o Badalona, ciudad donde llegaron a concentrarse 30.000 seguidores—.
Este desbordamiento popular, impensable años atrás, dejó descolocado al mundo secesionista. Hasta el punto de que TV3 celebró al día siguiente un debate para analizar el fenómeno, que tachó de "pornográfico" o propio de una "nación débil". Aún más lejos fue el presentador Joel Díaz, que escribió en X: "Muerte a España. ¡Hijos de puta!" —si bien luego lo borró—. Cabe decir que, esta vez, los aficionados barceloneses pudieron disfrutar de la final en las plazas gracias a que el Ejecutivo de Collboni se avino a ello —aunque solo ese último partido—. Antes, Ada Colau siempre se había negado a instalar pantallas en la vía pública alegando "problemas de seguridad".
Un par de meses más tarde, el buque-escuela Juan Sebastián Elcano, uno de los más emblemáticos de la Armada, recaló durante tres días en el puerto de la Ciudad Condal con motivo de la Copa América de Vela. Pues bien, las casi 10.000 entradas para visitarlo se agotaron en "pocas horas", según informó la Armada. Significativamente, su presencia en la ciudad coincidió con los actos de la Diada, concebida una vez más por las entidades separatistas como una marcha contra la "represión española" y cuya asistencia fue notablemente inferior a las precedentes.
El atractivo popular de estos iconos volvió a quedar patente este mes de octubre, con motivo de la Fiesta Nacional. Ese día, otro navío, el Juan Carlos I —el buque de mayor envergadura de la Armada— pudo visitarse en el puerto barcelonés. De nuevo, la convocatoria encontró respuesta, congregando a 11.000 asistentes. Los cuales no se dejaron desalentar por el boicot practicado por el Puerto de Barcelona, presidido por el republicano Lluís Salvadó. Éste tomó la decisión de desterrar el barco a cuatro kilómetros del centro de la ciudad, a una terminal inaccesible a pie o en coche. De esta manera, los visitantes se vieron obligados a tomar autobuses-lanzadera fletados por la propia Inspección General del Ejército para llegar hasta la embarcación.
Esta guerra simbólica se aprecia también en el caso de la película 'El 47'. El film, que narra la historia real de un conductor extremeño que secuestra un autobús en los 70 para desmontar la mentira municipal de que estos vehículos no podían llegar a Torrebaró, ha levantado ampollas en el secesionismo. La razón es que la revolución que muestra la cinta fue protagonizada por inmigrantes andaluces y extremeños llegados a Cataluña durante el franquismo —sector que parte del nacionalismo considera "colonos"—. Lo que no ha impedido que los espectadores catalanes hayan llenado las salas como los del resto de España. Y que la semana pasada, una ruta en Barcelona por los lugares donde se rodó, agotase las entradas en 24 horas. "Ha superado nuestras expectativas", admitieron los organizadores.