Iván Redondo Bacaicoa nació en San Sebastián en 1981. Es el tercero de cuatro hermanos. El padre, mecánico de barcos. La madre, cocinera. Él, un chaval listísimo que leía un montón, que disfrutaba con el ajedrez y que tenía una afición desmedida –casi una manía– por los mecanismos típicos de la política norteamericana en tiempo de elecciones: los lobbies (en buen español: cabildeos), las estrategias, las candidaturas, los votos electorales, las prospectivas, los mensajes, el uso de los medios, la manera de lograr el triunfo.
Se licenció rápidamente, con los jesuitas de Deusto, en Humanidades y en Comunicación: en esto último es un experto indiscutible que domina los secretos tanto de la publicidad como de la propaganda. En la Facultad conoció a la que desde entonces se su pareja y su socia, Sandra Rudy, con la que no tiene hijos. También ex experta en comunicación estratégica y corporativa. Ambos fundaron una empresa de consultoría de marketing político, Redondo & Asociados, que ahora se llama Erre & Asociados. Cuando se les ocurrió la idea tenían 28 años. La empresa ha cambiado varias veces de nombre, forma y color.
En junio de 2008 comenzó a publicar un blog en el diario Expansión. La bitácora se llamaba The war room, título de un viejo documental sobre la campaña electoral de Bill Clinton en 1992; así, “la sala de guerra”, llamaban al cuartel general de Little Rock. Quien quiera conocer las ideas y la evolución profesional de Redondo no tiene más que ponerse a leer.
En julio de 2009, y casi por accidente, Antonio Basagoiti llegó a la presidencia del PP vasco. Las elecciones eran poco después y nadie quería llevar la campaña del joven exconcejal de Bilbao: a nadie le gusta perder y aquello olía a catástrofe. Un amigo de un amigo mencionó a Iván Redondo, un chico de 28 años que no era del PP. Este dijo que sí y planteó una estrategia de campaña que hizo tragar saliva a muchos veteranos, porque a nadie se le habría ocurrido diseñar una imagen electoral con una foto en la que el candidato tuviese ocho años. Eso entre otras cosas. Basagoiti no ganó (hay cosas que están fuera de las capacidades humanas), pero logró un resultado que le permitió pactar con el PSE y ocupar la presidencia del Parlamento vasco. Redondo, que apenas tenía 28 años, fue subiendo puestos en la cadena alimentaria de la comunicación política nacional.
En 2011, el catalán Xavier García Albiol (un hombre de carácter fuerte e impulsivo, que mide más de dos metros) era el presidente del Partido Popular en Cataluña. Quería ser alcalde de su ciudad natal, Badalona, pero lo tenía difícil porque el PP catalán estaba ya en plena huida de votantes. Se le ocurrió contratar, como asesor de campaña, a aquel muchacho vasco que no gritaba, que no se enfadaba, que seguía sin ser del PP pero que ya había trabajado “en eso” con Basagoiti y con Rajoy, que callaba mucho más que hablaba (“el silencio es la respuesta más inteligente a una pregunta sencilla”, ha dicho alguna vez) y que parecía ver la vida a través de los 64 escaques de un tablero o de las columnas de gráficos en una pantalla. Albiol ganó las elecciones y desde entonces tiene a Redondo no por un asesor, sino por un amigo.
Como no podía ser de otro modo, Sánchez confió en Redondo. Y Redondo consiguió que Sánchez, como antes Basagoiti, Albiol y Monago, le declarase no ya experto, colaborador o “mano derecha”, sino amigo personal suyo
Entre 2012 y 2015 se fue a vivir a Mérida: el presidente de la Junta de Extremadura, José Antonio Monago, del PP, le hizo director de su Gabinete. Redondo seguía sin ser del PP (qué manía) pero había conseguido que Monago, que no tenía mayoría para gobernar, fuese investido presidente con los votos de… ¡Izquierda Unida!, récord nacional de prestidigitación política que no se ha roto hasta la moción de censura que acabó con la presidencia de Rajoy. Los socialistas extremeños destinaron a Redondo el más verde, avinagrado y eterno de sus odios, le llamaron “vendedor de mantas” y le pusieron un mote ingenioso: Redondo, el octavo consejero. No porque hubiese siete más, sino porque aquel contratao, que efectivamente tenía rango de consejero, les recordaba al monstruo de la película Alien, el octavo pasajero, que se iba comiendo a los demás, uno por uno.
Pero aquellos socialistas extremeños acabaron tragándose sus odios e invectivas cuando, en las horas amargas de su descabalgamiento político, alguien le habló a Pedro Sánchez de Iván Redondo. “Pero ¿ese no es del PP?”, preguntó alguien. No, no lo era. Ni del PP ni de nadie. Era un experto, nada más y nada menos. En mayo de 2017, Redondo, licenciado en Profecía por la Universidad de Deusto, escribió esto en su blog The War Room: “Si enfocamos bien el ajedrez político que se avecina, deben saber que hay altas probabilidades de que Sánchez pueda ser presidente. Bien a través de una moción de censura (si se suceden más escándalos en el seno del PP y se conforma esa mayoría alternativa) o tras el resultado de unas elecciones anticipadas”. Faltaba un año para que aquello se produjese tal y como lo había vaticinado él.
Como no podía ser de otro modo, Sánchez confió en Redondo. Y Redondo consiguió que Sánchez, como antes Basagoiti, Albiol y Monago, le declarase no ya experto, colaborador o “mano derecha”, sino amigo personal suyo. Redondo (niegan en el PSOE, pero son los únicos que lo niegan) corrigió los errores de Sánchez y logró en pocas horas, con el móvil en la mano, el pacto de los socialistas con Unidas Podemos, que dio lugar a otro de los grandes episodios de funambulismo político en la democracia española contemporánea.
Redondo sostiene desde siempre que, como bien saben los norteamericanos, el éxito se logra no gracias a la identificación del comunicador con el partido, sino a su identificación –absoluta– con el líder. Es curioso que el extremeño Monago fuese calvo y que a Redondo, en aquel tiempo, no le preocupase mucho su pérdida de pelo. Y es también curioso que Sánchez tenga un cabello nutrido y sano… y que Redondo se haya hecho un llamativo injerto capilar. Casi parecen hermanos. Será una coincidencia.
Redondo no es hoy el “octavo consejero” sino el “quinto vicepresidente” del Gobierno. El que ocupa el despacho que en otro tiempo fue de Alfonso Guerra. El que se levanta a las cinco de la mañana, una hora antes que Sánchez, y, mientras este se va a correr, le mantiene al tanto de lo que pasa y sobre todo de lo que va a pasar. El que lidera a un nutrido ejército de expertos, analistas, investigadores, demóscopos, escritores de discursos, juristas, gabineteros, mediadores, fontaneros del alma (fontaneros), protectores, publicistas, inventores de frases, informadores y destripadores de algoritmos que han amansado en lo posible a las fieras de Podemos (aquello de que “yo sería un presidente que no dormiría de haber pactado con Iglesias” es de Redondo, no de Sánchez); que han frenado los ímpetus de la vicepresidenta Carmen Calvo, que se lleva bastante mal con el director del Gabinete del presidente, y que han conseguido, entre otras cosas, que los Presupuestos Generales del Estado tengan ahora mismo una mayoría parlamentaria todavía mayor que la que obtuvo Sánchez en su investidura.
Y cuando le preguntan de qué partido es, Redondo sonríe. Y calla.
El pulpo
El pulpo es un molusco cefalópodo del orden de los octópodos que se caracteriza por algunas cualidades prodigiosas. Es perfectamente capaz de cambiar de forma y de introducirse prácticamente en cualquier sitio, por extraño o pequeño que parezca. Tiene, gracias a la musculatura de sus ocho patas y a la potencia de sus ventosas, una fuerza muy superior a la que aparenta. Y, esto sobre todo, es el rey del camuflaje en el mundo animal. Dispone de unas células llamadas cromatóforos que le permiten cambiar de color y adaptarse al entorno que sea, como si toda la vida hubiese estado allí. Hay que cazar al pulpo para darse cuenta de que su color natural es neutro, indefinido, nada interesante. De hecho, ni él mismo sabe seguramente cuál es ese color, de tanto usar todos los demás.
Hay casos de pulpos que usan todas estas habilidades para “disfrazarse” de otros animales, como las serpientes marinas, y atrapar a quienes se acercan a husmear en sus inmediaciones, quizá con ánimo depredatorio, vengativo o ibarresco. No es fácil defenderse de esas añagazas. Y por último, cuando se pierden las elecciones o el entorno se vuelve hostil, el pulpo lanza una nube de tinta negra que despista a todo el mundo y sale zumbando de allí, en busca de mejores acomodos. No tarda en lograrlo. Es un animal muy listo. Y, en algunas especies, extremadamente venenoso.