La sorprendente fuga de Marta Rovira, horas antes de su cita con el Supremo, ha sacudido al independentismo catalán y, muy en particular, a su propio partido, estupefacto ante la novedad, de la que apenas tenía noticia alguna. Es el ejemplo vivo de la historia de ERC, el partido más antiguo de Cataluña, casi 90 años, plagado de traiciones, escisiones, crisis y hasta revoluciones.
"ERC siempre sale a flote", es el lema no escrito de esta formación, que a punto estuvo de tocar el cielo en las últimas elecciones hasta que la inesperada pirueta belga de Carles Puigdemont le relegó, una vez más, al papel del eterno perdedor, de segundón en la fila del secesionismo.
La inesperada decisión de Marta Rovira ha caído como una enorme losa en el ánimo de sus militancia y sus seguidores. Junqueras, el líder republicano, dio la cara, se presentó ante el juez y permanece desde entonces en prisión, junto al exconsejero Forn y los Jordis. "Junqueras entre rejas y Puigdemont comiendo ostras en su mansión de Waterloo", reprochaban hasta ahora los republicanos a la gente de Convergencia y del JxCat, la plataforma electoral del prófugo de Flandes.
Rovira ha empañado la imagen casi heroica que pretendía exportar partido. Incapaz de soportar la presión, ha cogido a su hija y se ha plantificado en Suiza, donde también se oculta Anna Gabriel, en tiempos jefa máximo de la CUP. Dos 'luchadoras de la República', encogidas por el miedo ante la acción de la Justicia. Dos trayectorias de beligerancia independentista, aterradas por el pavor al Supremo. Buena parte de la militancia se abochorna en privado por la actitud de sus líderes. "Sólo gritaban cuando estaban en grupo y las cosas pintaban bien. A la hora de la verdad, no han sido capaces de aguantar el tirón. Una traición a la gente que se ha dejado la piel", añaden.
Cinco meses en prisión
Ha sido Rovira la cabeza visible de la formación republicana desde el ingreso en prisión de su presidente, Oriol Junqueras, hace ya cinco meses. Durante la campaña electoral del 21D, Rovira se desenvolvió con cierta torpeza, hasta el punto de que tuvo que espaciar sus mítines y aflojar el ritmo de sus comparecencias, rebosantes de errores, patinazos y malos entendidos.
La huida de Rovira era desconocida por buena parte de sus compañeros. En la fallida sesión de investidura del jueves, la número dos de la formación se levantaba con frecuencia de su escaño. Nerviosa, tensa hierática, recibió el apoyo de los diputados secesionistas tras concluir el pleno y fue despedida del Hemiciclo por algunos dirigentes de otros partidos, como Xavier Domenech, de los comunes, o Miquel Iceta, del PSC.
ERC atraviesa un auténtico terremoto. Uno de los momentos más difíciles de sus casi noventa años de existencia. Las acciones jurídicas emprendidas contra sus principales dirigentes por su participación en el 'procés' han dejado su cúpula desguarnecida. La cárcel, donde se encuentra aún Oriol Junqueras, y la evasión rumbo a Bruselas, donde permanecen Toni Comin y Meritxell Serret, fueron las primeras bajas. Ha habido también renuncias personales muy llamativas, como el exconsejero de Justicia, Carles Mundó, que optó por irse a casa tras un mes entre rejas. Se habló de él como nuevo líder del partido, a la espera de la salida de Junqueras. Abrumado por el miedo y presionado por la familia, Mundó tiró los trastos y se reincorporó a su trabajo en la Universidad.
Más deserciones, más pasos atrás, más maniobras de espantada. Este mismo viernes se conocía que sus diputados Dolors Bassa, Carme Forcadell y la propia Rovira renunciaban a su acta de diputados. Una desbandada a la que hay que añadir la renuncia de la diputada Anna Simó, quien dejaba la ejecutiva del partido para ser sustituida por Pere Aragonés, alto cargo del departamento de Economía con Junqueras. Raúl Romeva, exconsejero de Exteriores, no ha abandonado su acta, pese a estar imputado y procesado al igual que algunos de sus compañeros dimisionarios. Todos ellos fueron enviados a prisión por el juez Llarena, junto a Turull y Rull, tras comunicarles su procesamiento por rebelión.
La cúpula superviviente
En ERC se acusa el golpe, la inquietud se desborda, la incertidumbre hace presa en su dirección. Sergi Sabrià, su portavoz parlamentario, es ahora su figura más visible, al margen de Joan Tardà, veterano diputado en el Congreso. Gabriel Rufiàn forma parte del exotismo interno, sin peso específico en la estructura.
El referente máximo, con todo, y al margen detenidos y fugados, es Roger Torrent, presidente del Parlament, la única institución catalana que no ha sido intervenida por el 155. Torrent exhibe una imagen sólida, austera de gestos y de palabra. Se habla de él como el futuro líder del partido. De momento, mantiene el tipo, escucha a unos y otros, se moja lo justo y evita dar un paso más allá de lo previsto.
"La situación es calamitosa, impensable y veremos cómo se sale de ésta", reconocía un dirigente republicano a la vista del estropicio. ERC ha sido el eterno segundón de la familia independentista catalana, siempre un paso por detrás de Convergencia y sus derivados. Fundado en 1931 por un grupo de carlistas, liberales y burgueses entre los que se encontraba Francesc Macià, un coronel del Ejército español, católico y monárquico, ERC ha vivido todo tipo de episodios, crisis, vicisitudes, terremotos y hasta revoluciones.
El momento más convulso desde la reinstauración democrática lo vivió ERC cuando Josep Lluís Carod Rovira, por entonces consejero primero de un tripartido presidido por Pasqual Maragall, se reunió con ETA en Perpiñán. Un pacto que desveló el diario ABC y que forzó a la dimisión del inútil muñidor. En 2010, ERC estaba con diez diputados. En 2017 alcanzó los 32, con Oriol Junqueras al frente. Las encuestas le daban ganador. La hábil explotación de su 'exilio' durante la campaña electoral le dio la victoria al expresidente fugado. Nunca hay medalla de oro para ERC.
Carles Puigdemont ha mantenido enormes desencuentros con Junqueras y nunca ha disimulado una actitud poco deferente y hasta despreciativa hacia ERC. De hecho, el expresidente ha trabajado con intensidad para borrar del mapa a sus rivales republicanos. Lo que el prófugo de Waterloo no ha conseguido, quizás lo logra el juez Llarena del Supremo. La agonía republicana se anuncia muy dolorosa y larga. Algo de eso saben en ERC, el partido que 'nunca, nunca se hunde'.