La Casa del Rey ha anunciado la celebración de la última ronda de consultas antes de proceder a la convocatoria de nuevas elecciones. El calendario tasado por la Constitución en su artículo 99.4 no deja mayor margen. Ni siquiera la consulta a las bases de Podemos han alterado los pasos de la Corona, que ha querido que se conozca, con tiempo suficiente, cuál es su calendario y cuáles son sus objetivos. La política va por su lado y la Jefatura del Estado por el suyo. "Pura separación constitucional de funciones", dicen en el entorno Real.
El 18 de enero abrió el Monarca su primera ronda de consultas con los partidos políticos en un escenario rebosante de incertidumbres y sin una solución diáfana a la vista. Así fue. No hubo en esa ocasión candidato alguno a la investidura, con lo que, a finales de mes, se procedió a la celebración de otra nueva serie, que concluyó con la fallida sesión de investidura de Pedro Sánchez y la constatación de que la salida al jeroglífico emanado de las urnas aparecía tan complicada como se temía.
El equipo de Rajoy no disimuló su contrariedad cuando el Rey dio vía a libre a la presentación de la candidatura de Sánchez, pese a no contar con los apoyos necesarios
Días duros en Zarzuela
Han sido días muy duros para la Corona, en especial porque, al no existir norma constitucional alguna sobre determinados pasos en esta fase de las negociaciones, se produjeron situaciones de tensión, en especial las vividas entre Zarzuela y Moncloa. El equipo de Rajoy no disimuló su contrariedad cuando el Rey dio vía a libre a la presentación de la candidatura de Sánchez, pese a que el líder del PSOE no tenía garantizados, como así se vio, los respaldos suficientes para convertirse en presidente del Gobierno. En círculos del Ejecutivo en funciones se reprochó en privado esta actitud del Monarca, que convirtió al secretario general de los socialistas en protagonista del tablero político sin haber reunido las condiciones para lograrlo.
Este periodo de infrecuente actividad en Zarzuela coincidió con la comparecencia en el banquillo y la declaración ante el Tribunal de la infanta Cristina, imputada por su presunta colaboración en el ‘caso Nóos’. Día tras día, la imagen de la hermana del Rey sentada entre un grupo de investigados por esta causa trasladaba a la opinión pública un mensaje muy negativo. Don Felipe había levantado un muro entre la Corona y su hermana, pero el goteo de tan inconvenientes escenas, una situación sin precedentes en la historia de la Monarquía española, resultaba de difícil digestión. Otros asuntos menores, relacionados con un amigo de familia que resultó imputado por las ‘tarjetas black’, dañaron levemente la imagen de la Reina, al trascender unos mensajes de móvil algo heterodoxos.
El Rey ha tenido que suspender, a lo largo de estos tres meses de parálisis institucional, visitas tan importantes como las proyectadas al Reino Unido o Japón. Sus Majestades asistieron, eso sí, a una cumbre iberoamericana en homenaje a la figura de Cervantes. Y poco más. Don Felipe ha permanecido prácticamente anclado en Palacio, cumpliendo con su agenda más austera, aquella que no implica desplazamientos de importancia. En Zarzuela se contemplaba la situación con serenidad no exenta de preocupación. Se trata de un trance sin precedentes, con una solución endiablada. “Los políticos no han cumplido con la parte de su trabajo, es decir, llevar ante el Rey el nombre de un candidato con el respaldo necesario para que la Cámara le designe presidente del Gobierno”, comentan estas fuentes en forma extraoficial.
No cabe esperan grandes vuelcos salvo una solución de último minuto, al estilo de la catalana que encaramó a Puigdemont al frente de la Generalitat. Pedro Sánchez anda que quiere hablar con Mariano Rajoy. Y tampoco parece fácil que logre armar un frente de izquierdas, con Podemos como pivote.
El trance más complicado del actual reinado habrá llegado a su fin el 3 de mayo sin demasiados daños colaterales
La Corona ha emergido prácticamente indemne de este compromiso enrevesado y preñado de peligros. Se han tenido que dar pasos en una jungla por la que hasta ahora no se había transitado. Se ha llegado, por ejemplo, a la convicción, de que tres meses de negociaciones y luego dos más hasta la celebración de unos comicios es un plazo desorbitado que habrá que corregir.
Algunas voces han deslizado que Don Felipe debería haber sido más activo a la hora de engrasar diálogos o consensos. Tal interpretación de lo estipulado en la Carta Magna resulta en exceso atrevida. El Rey arbitra y modera. Nada más. No juega a la política, aseguran las fuentes comentadas. El 3 de mayo, con la convocatoria de nuevos comicios, si ello ocurre, se escuchará un vierto alivio en Palacio. El trance más complicado del actual reinado habrá llegado a su fin sin demasiados daños colaterales. En opinión general, el Rey ha trasladado una imagen de solvencia indiscutible. A pesar de que no ha contado con demasiada ayuda, ni de todas las fuerzas políticas ni, desde luego, de un inexperto presidente de las Cortes, que muchas veces abandonaba su condición de árbitro supremo del Parlamento para convertirse en un beligerante miembro de uno de los partidos de la Cámara.