El brexit ha abierto en canal la Unión Europea. Reino Unido está en la pista de despegue para abandonar el club al que pertenece, a regañadientes, desde 1973. Las consecuencias de este hecho son tantas que estos días los expertos en asuntos comunitarios no dan abasto a explicarlas todas. Una de ellas, quizá menor en el contexto de los 28 socios, pero sin duda importante para España, es qué va a suceder con Gibraltar. ¿Seguirá los pasos de Reino Unido? ¿Volverá al tenso estatus de los años setenta del siglo XX, de fronteras cerradas y desencuentros diplomáticos? ¿Encontrará la fórmula para mantenerse en la UE, con los mismos privilegios y exenciones de los que ahora disfruta?
El Peñón tiene un estatus particularísimo dentro de la UE. Tanto que el terremoto de la desconexión europea podría hacer saltar en pedazos su precario equilibrio. Gibraltar está acogido a una versión a la carta del Tratado de Lisboa: sobre su territorio no rige la Unión aduanera, ni la política comercial común, ni la PAC, ni la política pesquera, ni la libre circulación de mercancías y personas. Hasta 2004 sus ciudadanos tampoco podían votar en las elecciones al Parlamento Europeo. Estas excepciones hacen del Peñón un artefacto incendiario para los tres actores que directa o indirectamente influyen en su devenir: Reino Unido, España y la propia Unión Europea.
Desde el minuto uno Gibraltar se posicionó a favor de la permanencia del Reino Unido en la UE. En la histórica votación del día 24, un 95% de los gibraltareños votaron sí al remain. Cuando al día siguiente se confirmó lo impensable, autoridades y ciudadanos gritaron al unísono: "¡Nos queremos quedar!". Pero, ¿hasta qué punto esta afirmación responde a la realidad de los tratados internacionales o al deseo de un pueblo que sabe que un cambio en su estatus haría estallar en mil pedazos su economía?
La vuelta a Utrecht: el cierre de fronteras
Araceli Mangas, catedrática de Derecho Internacional Público de la UCM, considera que "al retirarse Reino Unido, al dejarse aplicar los tratados de la UE, se restablecerían las facultades de España, es decir, se volvería a aplicar el Tratado de Utrecht [en concreto su artículo X, que no fue derogado tras la adhesión de España a los Tratados comunitarios]". Esto significaría, automáticamente, que el Gobierno español tendría la potestad de cerrar o abrir las fronteras a discreción, como ya sucediera en época franquista y hasta la incorporación de España a la CEE, en 1986.
Al retirarse Reino Unido, al dejarse aplicar los tratados de la UE, se restablecerían las facultades de España, es decir, se volvería a aplicar el Tratado de Utrecht
Esta situación sería desde el punto de vista político, comercial y de las relaciones internacionales, nefasta para los intereses de Gibraltar y muy delicada para España por un previsible enfriamiento de sus relaciones bilaterales con Reino unido. En la actualidad, España está obligada, por las leyes europeas vigentes, a "garantizar la apertura constante de la comunicación terrestre y la consiguiente libre circulación", explica Mangas en un documento de trabajo publicado por el Real Instituto Elcano en junio de este año.
De producirse la retirada de Gibraltar, y aunque no fuera un cierre total de fronteras (que según Mangas "no tendría sentido por razones políticas, humanas y humanitarias"), España sería soberana para aplicar las restricciones que considerara oportunas dependiendo del momento. Algo que, lejos de ser positivo para nuestro país, representaría por el contrario la peor solución a este secular conflicto. "A España le convendría en realidad la aplicación íntegra de las reglas de la unión aduanera y del mercado interior para poner fin a la laxitud gibraltareña en materia de fiscalidad (…) que tanto daño causa".
La cosoberanía: una vieja opción que a pocos gusta
Cosoberanía. Fue uno de los primeros palabros mentados tras el 'sí' al brexit. A esta particular situación, que dejaría Gibraltar bajo los designios de dos Estados, España y Reino Unido, se refirió el ministro de Exteriores español, José Manuel García-Margallo, el día después del referéndum: "La bandera española está mucho más cerca que antes de Gibraltar". Pero en verdad este deseo es prácticamente imposible de que se haga realidad. No solo es que los gibraltareños ya dieron su 'no' explícito a unirse –en cosoberanía con R.U– a España en un referéndum en 2002, sino que tanto Reino Unido como el actual Gobierno del Peñón consideran inaceptable tal solución. "Cualquiera que piense que este es el momento de proponer soberanía conjunta o que se va a obtener algún milímetro de ventaja con respecto a la soberanía de Gibraltar, está totalmente equivocado", aclaró el primer ministro Fabian Picardo poco después de la intervención de Margallo.
En 2002, el Gobierno Aznar y el Gobierno Blair negociaron un texto para repartirse la soberanía del Peñón. En él se decía que Gibraltar podría preservar sus tradiciones y costumbres
¿Cómo se materializaría esta cosoberanía? Hay que volver a principios del siglo XXI para hacerse una idea aproximada. En 2002, el Gobierno Aznar y el Gobierno Blair negociaron un texto, que finalmente nunca vio la luz, para repartirse la soberanía del Peñón. En él se decía que Gibraltar podría preservar sus tradiciones, costumbres y modos de vida; por su parte, España y Reino Unido ostentarían conjuntamente "competencias apropiadas, en particular en materia de defensa, relaciones exteriores, control de espacio marítimo y aéreo y de las fronteras e inmigración y asilo". En cuanto a la nacionalidad, uno de los temas más espinosos, los gibraltareños podrían conservar la nacionalidad británica y acceder a la española en función de lo que dijera el futuro tratado entre ambos socios europeos. Todo este plan se vino abajo tras el masivo rechazo que cosechó la idea de la cosoberanía en el referéndum antes mencionado.
El precedente Groenlandia: seguir en la UE… sin Inglaterra
Existe una tercera opción, algo más rocambolesca e improbable, pero que como tal tiene precedentes en el proceso de integración europeo. Lo que quiere a toda cosa Gibraltar –y lo que también sería bueno para los intereses españoles– es permanecer en el mercado único, en la UE. Si Reino Unido saliera, cabrían entonces dos opciones. La primera sería independizarse del Reino Unido y pedir formalmente la adhesión al club europeo. Una opción que, además de dilatarse mucho en el tiempo (la UE no tiene previsto hacer nuevas incorporaciones en la próxima década), contaría con la casi segura oposición de España, que como Estado miembro tiene derecho a veto (las decisiones de calado, como las de incorporar nuevos países, se toman siempre por unanimidad).
La otra opción podría ser que Inglaterra abandonara la UE... pero que el resto del Reino Unido no lo hiciera. Es decir, Escocia, Irlanda del Norte y, en este caso concreto, Gibraltar seguirían como hasta ahora, con sus derechos y obligaciones intactos. Hay antecedentes de algo parecido. En 1973, Dinamarca entró en la CEE y Groenlandia –colonia danesa desde principios del siglo XX– con ella, pese a que la población de la isla no quería. Seis años más tarde, en una consulta, los groenlandeses decidieron salirse de la UE, decisión que no afectó a Dinamarca como Estado. Actualmente, Groenlandia es autónoma, pero forma parte del llamado Reino de Dinamarca (Dinamarca, Islas Feroe y la propia Groenlandia). Esta solución para Gibraltar, aunque bella y redonda, tendría serios inconvenientes de salir adelante. No es el menor el hecho de que, el camino que ahora emprende la UE, es casi una huida hacia adelante en gran parte improvisada.