El último actor de este enorme circo político se llama Vox. Es la versión española de esa derecha nacionalista y efectista que ha germinado en varias democracias occidentales como consecuencia del desgaste sufrido por los partidos tradicionales durante 'la gran recesión'. El enésimo mesías que ha aterrizado en España desde que sonara la bocina que advertía del terremoto de la crisis económica. Uno más que viene a salvarnos, vaya por Dios. Su estrategia mediática parece que será diferente a la de otras fuerzas que quisieron medrar en el Congreso, como UpyD y Ciudadanos, dado que su líder, Santiago Abascal, tiene claro que ir contra la mayoría de los "fake news media" le va a reportar más réditos en las urnas que las alianzas con la prensa “del establishment progre y la derechita cobarde”, como no hace mucho la definió.
Advertía hace unas semanas Felipe González en Casa de América de los riesgos que implicaba para Brasil una posible victoria de Jair Bolsonaro. Desconozco si serán menores o mayores que los que afectaron al pueblo marroquí durante el reinado de Hassan II, con quien bien compadreó. Al expresidente -tan bien pagado por pronunciar este tipo de discursos intrascendentes- siempre le ha resultado más sencillo ver la paja en el ojo ajeno que la viga en el propio. También a Abascal, quien no deja de ser otro de los políticos que prometen romper con el régimen del 78, cuando realmente han crecido y han vivido muy bien dentro del mismo. Por eso, no está de más desconfiar de sus intenciones y de sus propuestas de aplauso fácil.
Ejemplos como el de Vox demuestran que en política se suele cumplir la tercera Ley de Newton, que es la de acción y reacción. Si se observa la situación con prismáticos, se puede apreciar que, mientras el Gobierno y sus apoyos parlamentarios se han empeñado en desenterrar a Franco y 'deconstruir' el Valle de los Caídos -pese que a la gran mayoría de los españoles les importa un bledo-, un partido al que se ha etiquetado como de extrema-derecha junta a 10.000 personas en Vistalegre con otro discurso que promete soluciones fáciles para problemas complejos.
Si se eleva la mirada por encima de los árboles, se podrá observar que Vox es la manifestación doméstica del que quizá sea el movimiento político más influyente en la actualidad: la derecha nacionalista que ha germinado en varias democracias Occidentales, que se opone al imparable concepto de globalización que ha propiciado el progreso y que ha ocasionado importantes grietas en algunos proyectos del establishment que estaban afectados por sus propias perversiones y contradicciones, como la Unión Europea.
La sobreprotección de las 'minorías cool'
Al movimiento se han adherido las clases populares a las que hace tiempo abandonó la izquierda, más preocupada por proteger con un discurso victimista a las 'minorías cool' y por imponer el insoportable Matrix moral que defienden sus 'lobbies osmóticos' que por garantizar el progreso y defender la concordia, si es que alguna vez lo buscó. Uno de sus 'popes' es Steve Bannon, exasesor áulico de Donald Trump y otro de esos oportunistas que cambia de posición para garantizar su sustento después de haber mamado de los pechos de Goldman Sachs. En Europa, hace tiempo que trata de fortalecer los lazos entre los movimientos hermanos que han surgido en Francia, Alemania, Suecia, Holanda, Austria o Suiza.
No conviene menospreciar a Vox porque su discurso tiene una enorme capacidad de atracción entre quienes más patadas han recibido como consecuencia de la crisis. El partido apunta hacia las clases bajas -como los memos de Nigel Farrage y Boris Johnson en Reino Unido- y se permite repugnantes guiños xenófobos porque sabe que es en los barrios donde ha recaído el peso de la integración y las consecuencias de la demagogia política que se aplica con este tema, ante el silencio de una izquierda que, ante estos problemas, siempre ha lanzado balones fuera y criminalizado a los denunciantes. Vox también promete cortar por lo sano para con el Estado de las autonomías y luchar contra la corrupción en política. Dos factores que explican monstruos peligrosos, excluyentes e integristas, como el del independentismo de Puigdemont, Torra y compañía.
No conviene menospreciar a Vox porque su discurso tiene una enorme capacidad de atracción entre quienes más patadas han recibido como consecuencia de la crisis
El problema es que cuesta pensar que alguien como Abascal, que medró en ese sistema y se benefició de las prebendas de las que gozaba la clase política, haya sido iluminado y se haya convertido -como Pablo de Tarso- en un soldado contra la clase política privilegiada; y que lo que no quiera realmente es lograr el privilegio de un escaño tras convertirse en un renegado del PP. Con puro oportunismo.
Desde el punto de vista mediático, de momento, parece dispuesto a seguir la estrategia de remar a la contra. La que funcionó en los casos de Trump y el brexit. En una entrevista concedida hace unos días a Intereconomía, aprovechaba para emprenderla contra la prensa -”que se cree importante y pintona”- que acudió a la sede madrileña de Vox el lunes para tomar imágenes, tras el mitin de Vistalegre. En la conversación, aprovechó para lanzar un par de recados a esos medios, que hasta el momento “no habían dado voz” a su partido, pero que ahora se han interesado por entrevistar a su líder y han comenzado a alertar sobre sus propuestas, que han definido como de “ultraderecha”.
Ir a la contra
Sabe bien Abascal que lanzar propuestas antisistema en los medios genera beneficios en un clima de descontento. También son conscientes de eso Pablo Iglesias, Juan Carlos Monedero y compañía, otros expertos en denostar a los medios del sistema, pero, en este caso, en prodigarse en ellos siempre que sea menester. Y en intentar controlarlos, como demostró Podemos con su intento de designar al presidente provisional de RTVE.
Convendría tener cierta incredulidad ante este tipo de ofertantes de bálsamos de Fierabrás. Es cierto que resulta complejo, dada la enorme degradación del sistema político español y el desgaste de las democracias occidentales. Pero encomendarse a vendedores de humo -que importan estrategias, discursos y recetas de otras latitudes- no parece la mejor idea.
En cualquier caso, el mitin de Vistalegre ha situado a Vox en las mesas de debate de las principales televisiones generalistas. El discurso de Abascal es impostado, dado que sabe que le beneficia que en las tertulias se hable mal del partido. Conviene ser escéptico con respecto a este tipo de advertencias. Primero, porque enraízan en el interés político de quienes las pronuncian. Y, segundo, porque el lobo nunca es tan fiero como lo pintan sus adversarios, a de derecha e izquierda.
El siguiente número del circo mediático lo protagoniza este partido. Mañana, vaya usted a saber. Abascal decía el pasado lunes que, en las horas posteriores a Vistalegre, sólo había prestado atención a sus aliados, que son pocos y, en algunos casos, de audiencia residual. Esta semana, ha sido entrevistado por prensa de mayor alcance. Apuesto a que, si Vox consigue en las elecciones europeas un efecto similar al de Podemos en 2015, terminará como uno de los actores habituales en la prensa y las tertulias. Y, como ocurrió con otros antes que él, decaerá cuando deje de atraer audiencia. Esa ley que ahora condiciona la agenda política.