Andrew Roberts cuenta en su biografía sobre Churchill que el político británico pidió a Violet Bonham-Carrer, entonces presidenta del Partido Liberal, que emitiera un mensaje de apoyo electoral a los Tories, en la esperanza de que los dos partidos podrían incluso unirse. Los liberales rehusaron y después de tres días que pasó intentando persuadirlos, el líder conservador abandonó el intento, pero por un momento pareció una perspectiva seria.
El propósito de Churchill por integrar a los liberales en las filas conservadoras no es desde luego único. En nuestros pagos, más allá de otros episodios históricos que se podrían invocar, el giro hacia el centro que realizó Aznar en la década de los años noventa no tenía en realidad otro objeto sino el de obtener para el refundado PP los votos que aún conservaba el CDS de Adolfo Suárez, irrumpiendo en su espacio con la colaboración -a través de la fundación FAES- de algunos antiguos dirigentes de UCD. El liberalismo español -más centrista que liberal, todo hay que decirlo- no sobrevivió a ese abrazo del oso, y CDS pasaría a engrosar el listado de cadáveres políticos de nuestra era contemporánea.
Casi tres décadas -y un exceso de nacionalismo y de debilitado entreguismo a esa ideología- ha costado enarbolar nuevamente la bandera del liberalismo en nuestro país. UPyD, primero, y Ciudadanos, después, han planteado sobre el escenario español la necesidad de contar con un tercer partido que, sobre la base de permitir un pacto a derecha e izquierda constitucionales, alejara a los nacionalistas de su influencia sobre el poder. Víctimas, ambos proyectos, de la soberbia de sus líderes, Cs afronta ahora la difícil perspectiva de reconstruir un partido para un espacio político que, a pesar de todos los vaivenes producidos en ese entorno, se demuestra persistente como una opción válida para unas clases medias ilustradas y, por lo tanto, ajenas al gregarismo que es más propio de quienes -con todos los respetos- tienen previamente entregado su voto a una formación política única, lo mismo que los hinchas furibundos a sus clubes futbolísticos.
Pero el PP, como el Churchill del comentario con el que comienza esta reflexión, no ceja en el empeño de absorber a Ciudadanos. La oferta de “España Suma” que se hacía desde aquellas filas para las últimas elecciones generales no tenía otro objeto sino el de neutralizar primero, para fagocitar después, al partido liberal español. Un partido, por cierto, al que su única posibilidad seria de alianza es ya la de Casado, toda vez que Sánchez se ha vuelto tan ultramontano que ya muchos de sus anteriores dirigentes lo critican con acritud.
España suma, sí; pero Galicia resta, por lo visto. Y el predominio del PP deberá extenderse a todas estas elecciones, incluyendo a Cataluña
Pero Casado no es Churchill -ni siquiera Aznar- y el intento de Inés Arrimadas por crear una coalición de centro-derecha para las elecciones autonómicas previstas este año ha puesto de relieve la inconsistencia en el liderazgo del presidente popular. España suma, sí; pero Galicia resta, por lo visto. Y el predominio del PP deberá extenderse a todas estas elecciones, incluyendo a Cataluña, según alguno de los dirigentes locales de este partido. Es decir, que el plantígrado que amenaza rodear a Cs con sus brazos no tiene otro propósito que el de asfixiarle en el más breve de los plazos posibles.
Vivimos tiempos difíciles en España, es cierto. Más aún con el gobierno que tenemos, que carece de otra hoja de ruta que la que les dicta el populismo de la ultraizquierda -desde dentro- y el independentismo -desde sus aledaños-. Pero la solución a los desatinos gubernamentales no puede basarse solamente en una agregación de los contrarios, carente de objetivos y propuestas comunes. Liderar ,debiera saberlo Casado, no es hacer lo que le dicta el pie con el que se levante cada mañana, prestando preferente atención a Vox si es el derecho, u observando a Ciudadanos si le da por la moderación. Liderar es conducir, y para conducir es preciso tener las ideas claras de hacia dónde se quiere ir. Churchill siempre lo tuvo claro y, en España, Aznar lo sabía también. Y, para liderar un espacio político, es preciso controlar antes a su propio partido, de manera que los barones de turno no le obliguen a dar una repentina marcha atrás. En resumen, todo lo que no demuestra Casado, a pesar de sus presumibles buenas intenciones.
Y una vez que se sepa en qué dirección se pretende marchar debería el PP demostrar respeto, no exigir la aceptación de un trágala, por el coaligado. El “España Suma” o el “Mejor Unidos” no deberían construirse a través de un simple agrupamiento de materiales. Explorar objetivos, establecer estrategias, negociar programas comunes -siquiera en el ámbito autonómico-... y, por qué no, encontrar a otros líderes regionales cuando ocurra que los propuestos hayan llevado a sus partidos a los peores resultados de su historia. De lo contrario será mejor que cada uno se presente con sus siglas y que sea el elector quien determine el resultado. No otra cosa es la democracia.