“El corrupto no soy yo, el corrupto es el político”, dijo Aldama el miércoles en la entrevista que le hizo Carlos Herrera. Y tiene razón. A pesar de la tirria a los empresarios que destila la izquierda y de lo que diga la prensa sanchista —que le llama “el gran corruptor”—, si los políticos fueran incorruptibles, no existirían los corruptores. El político debe ser honrado, intachable, inmaculado… Y los unicornios, rosas. Una amiga que trabaja en una gran empresa y trata con gobiernos de todo el mundo me arrancó de cuajo la inocencia hace muchos años, cuando me aseguró que en todas partes hay que pagar mordidas. “Yo soy empresario”, recordó Aldama ante los micrófonos de la Cope, mientras sus dos móviles aguardaban silentes sobre la mesa a que terminara la entrevista para empezar a sonar. El marido de otra amiga solía decir que las comisiones que se han pagado, por ejemplo, a un ministro, deberían ser públicas; así podríamos valorar el trabajo de la empresa corruptora y juzgar si el ministro merece ser premiado o condenado por haberse vendido al mejor postor sin beneficiar a la comunidad.
No es la empresa la que abona la comisión a su comercial por conseguir clientes —que también—, sino que es el comercial quien unta al cliente por contratar a la empresa
Según la RAE, comisionista significa “Persona que se emplea en desempeñar comisiones mercantiles”. Es decir: persona que vende. Por razones que no alcanzo a comprender, la mayoría de la gente cree que ser comercial es una profesión deshonrosa —mucho mejor ser politólogo o haber empezado tu carrera en las juventudes del partido—, pero sin ellos se pararía el mundo. Puedes fabricar las mejores escobas de la historia, pero si no tienes quien las venda a gente con suelos para barrer, tendrás que cerrar la fábrica y despedir a los empleados. Sin embargo, en política las cosas funcionan un poco al revés: no es la empresa la que abona la comisión a su comercial por conseguir clientes —que también—, sino que es el comercial quien unta al cliente por contratar a la empresa, que es como si el panadero nos pagara por comprarle pan. Pero el panadero, lógicamente, no puede sobornarnos para que seamos sus clientes; eso sólo se lo pueden permitir los políticos, que no juegan con su dinero, sino con el nuestro.
Otra de las características de nuestra singular partitocracia es que no son los mejores quienes llegan a los puestos directivos, sino los más liantes. Así —y siempre según lo que Aldama cuenta—, cuando Koldo y Ábalos se vieron en lo más alto, recurrieron a él porque no sabían qué hacer con tanto poder. “El ministerio se nos hace grande”, le confesó Koldo. No olvidemos que al antiguo portero de puticlub le habían nombrado asesor del ministro de Transportes —y consejero de Renfe Mercancías y vocal del Consejo Rector de Puertos del Estado, ahí es ná— ; y Ábalos tenía mucha labia, pero ni pajolera idea de caminos, canales y puertos. Y, como no sabían por dónde coger el asunto de Ineco y la “Línea verde del Tren maya”, recurrieron a Aldama. Ahí empezó todo.
Un contribuyente esperaría que en esos casos se contara con el embajador, que para eso le pagamos; pero como en el PSOE la prioridad es quitarle la tierra bajo los pies al rival, descartaron esa opción porque el jefe de nuestra diplomacia en México no era “de los suyos” —quizá con él de testigo sería más difícil repartirse la pasta, no lo sé—. Aldama les sugirió entonces que pidieran ayuda a Arancha González Laya, pero según le contaron, esta no sabía dónde tenía la mano derecha y donde la izquierda. Recordemos que el hit parade de la exministra de Exteriores fue traer bajo nombre falso al líder del Frente Polisario para tratarse de covid en un hospital de Rioja, lo que nos costó la enemistad con Argelia, que hasta entonces había sido nuestro principal proveedor de gas. De modo que pagábamos 17 ministros —ahora son 23— y cientos de asesores, pero a la hora de la verdad tenían que pedir auxilio a un tipo que Koldo había conocido en la barra de un bar.
Hasta hace muy poco, el exministro se sentía tan intocable que incluso se permitía el lujo de colaborar en el programa de Risto Mejide, al que aseguró que él no se había enriquecido.
Y, lógicamente, Aldama les cobraba por los servicios prestados. ¿Acaso debía trabajar gratis? Además, ha demostrado ser más resolutivo que todo nuestro elefantiásico gobierno junto: lo mismo te organiza reuniones internacionales al más alto nivel que gestiona rescates a líneas aéreas, importa mascarillas, ayuda a desactivar células yihadistas, vende hidrocarburos, desarrolla planes turísticos para la España vaciada, atiende los delirios de grandeza de Bego Fundraiser o le financia a Ábalos chalets para su familia en verano y pisazos en la Plaza de España para su señorita de compañía. Por cierto, hasta hace muy poco, el exministro se sentía tan intocable que incluso se permitía el lujo de colaborar en el programa de Risto Mejide, al que aseguró que él no se había enriquecido.
Ábalos, Koldo, Ribera, Sánchez, Begoña, Marichus, Ángel Víctor… Aldama ha hablado de todos ellos, y quizá me dejo alguno. Se diría que, hasta que le pillaron, él solito llevaba España sobre sus hombros. Cuando acabe de cantar La traviata, quizá deberíamos suplicarle de rodillas que se presente a las elecciones.