Se discutía hace poco en el Congreso (lo de “discutir” es un eufemismo, ya saben ustedes cómo se ponen allí) sobre el nuevo presidente de RTVE. Un joven diputado de la extrema derecha, de nombre Manuel Mariscal Zabala, pidió la palabra, se supone que para decir lo que pensaba sobre el asunto. Se supone mal. En pocos segundos quedó claro que a este muchacho le importa un puñetero rábano el presidente de RTVE. Él estaba allí para montar su número habitual y colgarlo luego en las redes sociales, todo lo demás parecía darle igual. Así que dedicó un momentito a lo de la tele y luego empezó a soltar su rollo: el negacionismo del cambio climático, las mentiras de los medios de comunicación (solo se puede fiar uno de las redes sociales, según él) y, por fin, la alabanza del franquismo, que fue, siempre según él, “una etapa de reconstrucción, de progreso y de reconciliación para lograr la unidad nacional”.
Bueno, hombre, bueno. Es joven este Zabalita, como seguramente le habría llamado Vargas Llosa, por eso dice las simplezas que dice. A mí estas cosas me producen cierta ternura porque estoy seguro de que si Zabalita, muchacho barbado que nació en Talavera de la Reina no hace aún 33 años, hubiese nacido en el mismo sitio pero cuarenta o cincuenta años antes, su opinión sobre la dictadura sería seguramente muy distinta. No hay como haber vivido las cosas para formarse una opinión sensata sobre ellas.
Quienes sí vivimos aquella negrura y tenemos clara memoria de cómo fue, del miedo que se respiraba, de la cochambrosa mediocridad de aquellos años, de la caspa que lo impregnaba todo, del odio y del rencor al vencido que duró hasta el último minuto (mi abuelo Luis, protésico dental, padeció aquella persecución durante toda su vida), tendemos a indignarnos cuando sale un chiquilicuatre como Zabalita diciendo impertinentes gansadas sobre algo que obviamente no pudo conocer de primera mano, pero que al menos podría haberse molestado en leer o estudiar.
El caballo de Abascal
No lo hizo, eso está más que claro. No es tonto el chico, vaya eso por delante. Estudió periodismo en Madrid, lo cual permite suponer que sí tenía los libros de historia a mano, pero debió de darle pereza; además, ya dice él mismo que “leer muchos libros te seca el cerebro”. Anduvo por el PP y su aprovechamiento académico en la Facultad le hizo merecedor de llevar las redes sociales de Esperanza Aguirre. No se rían porque eso es más de lo que consiguió Ayuso, que solo se ocupaba de la cuenta de twitter de Pecas, el perro de la presidenta. Luego le hicieron una oferta en Vox, que aceptó, y ha llegado a ser “vicesecretario de Comunicación” del partido ultra. Se dice que fue él quien tuvo la ocurrencia de subir a Abascal a un caballo para hacerle unas fotos que recuerdan un poco a aquellas parecidas que le hicieron a Putin.
Aquí está, creo yo, la clave de toda esta monserga. Uno: negar el cambio climático, a estas alturas, es tomar a la gente por gilipollas, porque las evidencias científicas son abrumadoras e irrefutables; suerte tenemos de que a nadie en la extrema derecha se le haya ocurrido que también es “de rojos” la ley de la gravedad, o la idea de que la tierra gira alrededor del sol, o la tabla de multiplicar. Dos: la apología del franquismo que hace Mariscal Zabala no puede ser nostalgia, ya que este zagal nació en 1992 (el mismo año en que la Iglesia admitió por fin que Galileo tenía razón y que la tierra da vueltas alrededor del sol), sino una simple provocación. ¿Para conseguir qué? Pues mantener “alzada la bandera”, como decía José Antonio Primo de Rivera, entre la gente que pertenece a su mesnada, grupo o gavilla. Gente que se retroalimenta… ¿dónde? Pues dónde va a ser, en las redes sociales.
Eso es, en realidad, lo que Zabalita quería decir. Su intervención pretendía ser un elogio, una palmadita en el hombro, un arribaspaña para quienes viven prácticamente ahí, en las redes sociales; no en vano este muchacho tiene 44.200 seguidores en el twitter. Que tampoco son tantos, si bien se mira, pero son profundamente fieles porque entre las innumerables virtudes éticas, intelectuales y académicas de este chico figura su pasmosa habilidad para manejar esas redes. No es el mejor, porque por ahí andan los “alvises” que le están comiendo la merienda, pero sí uno de los mejores. Lleva haciéndolo desde que era un crío.
La diferencia entre la verdad y la mentira desaparece; y el resultado es que vale todo, cualquier cosa, con tal de acogotar, humillar o amenazar a quien ya no es adversario político sino enemigo. Es decir, todo el que está fuera e incluso quien tiene dudas
Zabala sabe muy bien que, ahora mismo, el 42,5% de los españoles se “informa” a través de esas redes, y que se porcentaje se dispara entre la gente más joven. Y sabe mejor que nadie que esas redes funcionan como la famosa cámara de eco de la que tanto nos ha hablado Eli Pariser: allí nadie contradice, nadie disiente ni tiene opinión propia. Más bien es al revés: los usuarios compiten entre sí para ver quién dice la burrada más gorda, la mentira más descarada, la manipulación más infantil, pero siempre en apoyo de la idea general. Eso es lo que les hace destacar en el grupo. No es un método esencialmente distinto del de las sectas o del que usan las bandas callejeras ritualizadas. La repetición constante, constante, constante de las mismas ideas, “mejoradas” por la competición entre los usuarios para ver quién es más bestia y más provocador (lo cual es muy celebrado por los demás), crea un mundo aparte al que solo pertenecen quienes están ahí. La diferencia entre la verdad y la mentira desaparece; y el resultado es que vale todo, cualquier cosa, con tal de acogotar, humillar o amenazar a quien ya no es adversario político sino enemigo. Es decir, todo el que está fuera e incluso quien tiene dudas.
Las redes, un estercolero
Este Mariscal Zabala no es el único que actúa así, desde luego. Pero es de los mejores. Ahora bien, yo no había escuchado nunca en el Congreso a un diputado que dijese que los medios de comunicación mienten y que solo las redes sociales dicen la verdad a los ciudadanos. Eso es una absoluta falsedad (¿y qué pasa con los medios adictos, eh?), pero sin duda a los que andan en las redes que maneja Zabalita les habrá hecho ilusión. De eso se trataba. Con el paso de los años, las redes se han convertido en un estercolero de infundios, mentiras y de eso que ahora llamamos todos “bulos”, que no son más que las patrañas de toda la vida. La norma básica de comportamiento es la provocación: cuando alguien dice que actúa o piensa “sin complejos” (frase muy repetida en esos albañales) es que no tiene el menor problema en mentir y en conducirse como un matón. Por eso es perfectamente lógico afirmar que el partido de Mariscal Zabala no es, en realidad, un partido político: es, en sí mismo, un medio de comunicación, un altavoz, una cámara de eco.
Hay dos libros que me parecen utilísimos para entender cómo funciona ese serpentario de las redes y cómo mantenerse a salvo de él. Uno ya tiene sus años y merece, creo yo, una actualización. Es Arden las redes, de Juan Soto Ivars, publicado en Debate en 2017. El otro acaba de salir: lo ha publicado en Espasa el periodista y escritor Rubén Amón, que no es precisamente un maoísta, y se titula Tenemos que hablar.
Sólo escuchas a los tuyos
Amón propone algo dificilísimo: recuperar el hábito de la conversación. Una conversación que no es escuchar o discutir con el cuñao de turno, ese que parece saber de todo pero que no tiene ni repajolera idea de lo que dice (típico entre quienes se “informan” a través de las redes), sino, como dice el autor, “estar atento a lo que dice el otro y ser capaz de cambiar de opinión si el otro te convence. No son dos monólogos que se cruzan. No se trata de esperar a que el otro termine para decir lo que ya teníamos pensado decir. Se trata de escuchar tanto como de hablar. Por eso no hay que hablar solo con los que están de acuerdo con nosotros; de ahí se puede aprender poco”. Esto ya lo decía Francis Bacon en el siglo XVII: “Es un error constante en el entendimiento humano estar más inclinado hacia afirmaciones que defienden tus creencias, que por negaciones que se oponen a estas”.
Es mucho más fácil permanecer enganchados a las redes sociales, donde no ves a nadie (el móvil es un instrumento que propicia enormemente la soledad y el aislamiento) pero te sientes acompañado y protegido por “los tuyos”. Y solo escuchas a los tuyos. Y acabas por convertirte en un peón que otros mueven. Bien lo sabe el astuto Zabalita. Mejor que nadie lo sabe. Por eso dice que leer libros seca el cerebro. Si lo sabrá él…
logowa4117
29/11/2024 09:36
El cinismo de Algorri. Niega a los demás la posibilidad de opinar distinto a él. Estos son los "demócratas", que insultan a quienes no piensan como él aunque expresen opiniones basadas en datos y en realidades históricas. Pero claro; a los talibanes del pensamiento no les encajan. Acabemos con las redes para llegar al pensamiento único. Totalitarios. Ciertamente, lo que es un estercolero es su columna.
1129apr
30/11/2024 17:41
El joven de Vox debe ser un talibán o algo así, pero supongo que no tiene todavía la retranca de culpar, entre todos los responsables de la catástrofe valenciana, a los que se lucraron contruyendo, para sí o para terceros, casitas en zonas inundables cuando pensaban que se iban a limpiar los cauces de los ríos o que las autoridades iban a construir infraestructuras para minimizar los efectos de las riadas.