Opinión

Aún quedan jueces honestos en Berlín

Esos socios indeseables, lo peor de cada casa, son conscientes de que es nuestro espacio público el que se deteriora día a día a ojos de todos los españoles

  • El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, este lunes en el G20 -


Es conocida la frase “Aún quedan jueces honestos en Berlín” que la historia atribuye dirigida por un sencillo molinero a Federico El Grande de Prusia. Se refiere a esa situación en que Federico El Grande amenazó al molinero con expropiar su máquina por el ruido y la proximidad a su recién inaugurado Palacio de Sanssouci en Postdam –cerca de Berlín–, que le impedían a Federico El Grande disfrutar placenteramente de su nuevo palacio.

 

Aunque la historia nos dice que aquello ocurrió a finales del siglo XVIII, el principio sigue intacto: nadie puede estar por encima de la ley, y mucho menos al margen.

 

Hoy se inaugura el Congreso del PSOE en Sevilla. Se puede considerar que será inocuo, batiendo unánimemente las palmas al líder Pedro Sánchez como si de un congreso del partido comunista chino, o norcoreano, se tratara. O no, quien sabe si asistiremos a nuevas revelaciones explosivas, ya sea de Aldama, ya de la UCO, o váyase a saber.

 

Porque éste es el día a día que padecemos los españoles desde hace ya tiempo: la aparición de revelaciones extraordinarias que apuntan lo mismo a la familia de Pedro Sánchez –ya sea su mujer o su hermano–, al Fiscal General del Estado, a quien el Tribunal Supremo ordenó un registro en su despacho –hecho inédito en la historia de España–, a la trama de Ábalos/Koldo, et alii.

Esos socios indeseables, lo peor de cada casa, enfrentados abiertamente a nuestro orden constitucional, son bien conscientes de que en este estado de cosas deplorable, es nuestro propio espacio público el que se deteriora día a día a ojos de todos los españoles

Naturalmente, lo que sea lo dirán los jueces, en materia de responsabilidades penales. Es su función constitucional y a ella se deben. Pero más allá de ello, lo que es seguro es que es literalmente imposible pretender una acción de gobierno en esas condiciones. Cuando, a cada día, todo está pendiente del siguiente escándalo en estallar, se ha perdido, y no se recuperará, la iniciativa política. Si a ello se agregan los socios parlamentarios del gobierno, las cosas se hacen inviables. Que golpistas catalanes, que legatarios del terrorismo, que una confederación destruida como Sumar, sean esos socios hace inviable cualquier cosa. Se suele decir que esos socios no romperán con Sánchez pues viven de su extrema debilidad para obtener todo tipo de prebendas. Pero se puede creer también que hay algo más. Esos socios indeseables, lo peor de cada casa, enfrentados abiertamente a nuestro orden constitucional, son bien conscientes de que en este estado de cosas deplorable, es nuestro propio espacio público el que se deteriora día a día a ojos de todos los españoles. Lo que no deja de ser otra de sus apuestas: contribuir con la permanencia de Sánchez a la degradación de nuestro régimen democrático.

 

Naturalmente Aldama tendrá que aportar judicialmente las pruebas en que basa sus afirmaciones. Nadie, salvo él y si acaso la Fiscalía en caso de que las haya empezado a aportar, las conoce. Y está pendiente el informe de la UCO, en funciones de policía judicial, que tiene a su disposición casi 170 dispositivos –teléfonos, tablets, etc– en los que no es difícil imaginar habrá conversaciones, wasaps, y vaya uno a saber qué cantidad de material.

 

Entre tanto, el partido socialista de Madrid se ve inmerso de nuevo en otra de sus eternas crisis con la dimisión de su ya exsecretario general Juan Lobato, quien declara hoy ante el Tribunal Supremo debiendo aportar el acta notarial que él mismo solicitó. Imposible saber a estas alturas qué contiene esa acta y cómo puede discurrir esa declaración testifical ante el Supremo. Pero sí hay una frase en la carta de dimisión de Juan Lobato que es bien significativa: “Sin duda mi forma de hacer política no es igual que la de una mayoría de la dirigencia de mi partido”. Es toda una advertencia a propósito de una dirección política encargada de purgar cualquier suerte de disidencia. Ha sucedido con Juan Lobato, como sucedió en su día con Tomás Gómez.

 

A estas alturas, con una legislatura emponzoñada hasta la náusea, con un reguero de corrupción –a la espera de lo que digan los tribunales– que crece por días, sólo quedan dos caminos: o Pedro Sánchez dimite, o aprieta el botón para disolver esta legislatura maldita. Puede haber una tercera posibilidad, que es simplemente la implosión del PSOE ante tanto vertedero insoportable.

 

Este autor está convencido de que esto acabará rápido y, a este paso, de forma explosiva. Pero tenemos qué ver.

 

Ya las cosas recuerdan aquella entrevista allá por el año 1960 del Premier británico Harold Macmillan cuando la periodista le preguntó:

  • “Señor Primer Ministro, ¿qué es lo que usted más teme?
  • Los hechos, los hechos, señorita”

Así es, es tal la cantidad de hechos odiosos que se van acumulando que hacen imposible nada que se parezca a una mínima acción de gobierno. La última, o mejor la penúltima, el juez Peinado –nunca en la historia de España han caído tantas querellas sobre un juez instructor, todas desestimadas–, que cita como testigo a la asesora de Begoña Gómez en Moncloa el 20 de diciembre, en relación a las gestiones para la mujer de Sánchez para la Universidad Complutense y otros asuntos vinculados.

 

Decimos que es la última, o la penúltima, pues no sabemos qué puede suceder esta misma tarde o mañana por la mañana, más allá de que estar así es un infierno que los españoles no merecemos.

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