La semana pasada Angela Merkel pronunció el que seguramente sea su último discurso en el Bundestag. Aprovechó la ocasión para hacer un llamamiento a los votantes para que acudan a votar este domingo y lo hagan por su partido, el CDU, y su candidato, Armin Laschet, a quien Merkel señaló hace un año como sucesor tras el experimento fallido hace un par de años de Annegret Kramp Karrembauer. Lo cierto es que sonaba extraño ver a Merkel haciendo campaña desde la tribuna de oradores del Bundestag. Merkel es una mujer muy tranquila y se lo toma todo con calma. Lleva tanto tiempo en el poder que se ha llegado a mimetizar con el país. Merkel es Merkel y está muy por encima de siglas y de partidos. Además de eso es la canciller y queda algo feo ver al primer ministro dar un mitin en el Parlamento. Que alguien como ella se rebajase a eso nos dice lo desesperados que andan en el CDU, un partido que lleva atornillado a la cancillería desde 2005, pero que, si nos fiamos de las encuestas está ahora mismo en mínimos históricos.
La propia Merkel había comenzado la campaña de perfil. Eso ya no iba con ella. Se retira de la política y aprovecha para jubilarse. Este verano cumplió 67 años y ha gobernado 16. Lleva media vida en esto, desde que, a raíz de la caída del muro de Berlín, decidió afiliarse a un partido llamado Despertar Democrático que surgió a finales de 1989 en la RDA. Si de pronto ha entrado en campaña y lo ha hecho desde una tribuna privilegiada es porque sospecha que el poder se les escapará de las manos dentro de unos días. Pero no se conformó con pedir el voto para su candidato, sino que fue algo más lejos advirtiendo que si ellos no gobernaban lo haría una coalición de izquierda capitaneada por los socialdemócratas en la que entrarían los comunistas de Die Linke. Resumiendo, que en Alemania puede repetirse lo que pasó en España hace ya dos años.
Para adornar el relato han tirado de manual de historia y desde hace unos días siempre que pueden recuerdan que el SPD fue un partido extremista en la posguerra
El propio Armin Laschet lleva semanas advirtiendo del peligro, tratando de meter el miedo en el cuerpo a los votantes moderados que, o se quedarán en casa o darán su voto a los liberales o a Alternativa por Alemania (AfD), una formación de derecha identitaria que apareció hace unos años, que ya ha tocado techo electoral, pero que se mantiene ahí. Para adornar el relato han tirado de manual de historia y desde hace unos días siempre que pueden recuerdan que el SPD fue un partido extremista en la posguerra, que sus líderes se opusieron a la entrada en la OTAN y que no supieron que hacer ante el desafío de la reunificación alemana al comenzar la década de los noventa.
Algo así no se veía en Alemania desde hace muchos años. Los votantes acaban de redescubrir que en el país hay izquierda y derecha, ambas dispuestas a remover las hasta ahora calmadas aguas de la historia para pescar votos en ellas. De nuevo un deja vù de lo que acontece en España desde hace demasiado tiempo. La diferencia es que allí la historia del último siglo es mucho más traumática. Dos guerras mundiales provocadas por la propia Alemania de las que salió derrotada y encogida, la invasión de casi toda Europa, el holocausto y una posguerra en la que el país quedó dividido en dos Estados que no se hablaban. Eso es lo que hay en la sentina. Nadie hasta ahora ha querido agitar esas fétidas aguas porque, de un modo u otro, todos tienen algún muerto que echarse a la cara.
Durante los años de Merkel esa división desapareció. Alemania era el país de los pactos de Gobierno, el espejo en el que se miraban todos los países de Europa por su proverbial estabilidad y la capacidad que sus políticos, sin importar siglas, tenían para llegar a acuerdos. Merkel ha gobernado durante cuatro legislaturas. La primera, la tercera y la cuarta lo hizo con los socialdemócratas, la segunda con los liberales. No era algo nuevo. Los gobiernos de coalición hunden sus raíces en la historia de la Bundesrepublik. Kurt Kiesinger ya pactó con el SPD de Willy Brandt en los años sesenta y, una década más tarde, otro socialdemócrata, Helmut Schmidt alcanzó un acuerdo con los liberales, que no tardaron en traicionarle y entregar el Gobierno a Helmut Kohl.
Liberales y Verdes
Pero hasta ese momento los pactos eran ocasionales, con Merkel se convirtió en la norma. Había ya tantos partidos en liza que Alemania no se podía gobernar sin coaliciones. La atomización del espectro no ha ido a menos, sino a más. De los dos partidos fundadores de la república, el CDU y el SPD, han ido surgiendo otros en diferentes momentos a lo largo de los últimos cuarenta años. Los liberales del FDP ya estaban allí como partido comodín, el resto aparecieron después. Los Verdes en los años ochenta, Die Linke en 2007 como “rebranding” del antiguo partido comunista de la Alemania del este y AfD en 2013 a raíz de un manifiesto suscrito por varios políticos, periodistas y economistas en el que se dolían por el rescate a los países del sur de Europa durante la crisis económica.
Cada uno de estos partidos ha ido creando su propia base electoral y su propia clientela regional. Los liberales son fuertes en el valle del Rin, los comunistas en los Estados de la antigua RDA, los Verdes entre la clase media urbana y AfD entre los orientales de cierta edad. Ninguno ha desaparecido y todos, elección tras elección resisten el tipo. En las elecciones de 2017 el dúo CDU-SPD sólo obtuvo el 53% de los votos, 23 años antes, en las de 1994, sumaban casi el 80%. El bipartidismo, del que muchos se quejaban en Alemania por no representar las diferentes sensibilidades de los votantes, saltó por los aires poco después y no ha regresado.
El programa de los liberales sólo encuentra adeptos en las ricas ciudades del oeste y su electorado es muy fluctuante, algo que no ha sucedido con AfD, un partido de nueva derecha
En buena medida no lo ha hecho porque la izquierda se partió en tres. En tiempos de Gerhard Schröder el SPD adoptó un programa de ajuste económico denominado Hartz IV que abrió una vía de agua a su izquierda. El histórico dirigente socialdemócrata Oskar Lafontaine abandonó el partido y promovió la creación de un partido genuinamente de izquierdas junto a los comunistas del PDS, herederos directos del partido gobernante en la RDA. Los Verdes se fortalecieron a su costa y desde entonces no han hecho más que crecer. Al otro lado, en la derecha, el CDU respiraba tranquilo. El programa de los liberales sólo encuentra adeptos en las ricas ciudades del oeste y su electorado es muy fluctuante, algo que no ha sucedido con AfD, un partido de nueva derecha, nacionalista e identitario, que irrumpió en el Bundestag en 2017 con cinco millones de votos y que desde entonces ha conseguido mantenerse tanto en las regionales como en las europeas.
Ese es el mapa político alemán en este momento. Seis partidos y los seis importantes. No hay jugadores menores en Alemania. Si se cumplen las encuestas, entre los dos principales se repartirán en torno al 45% del voto, los Verdes se quedarán con un 15%, los liberales con un 12%, AfD con un 11% y los comunistas con un 7%. La mayoría absoluta es un sueño inalcanzable por lo que la coalición será necesaria para gobernar. La cuestión es saber qué coalición se formará una vez se haya escrutado el último voto y el vencedor pueda cantar victoria.
El que gane tendrá la iniciativa. Según los sondeos será Olaf Scholz, el candidato del SPD. Podría reeditar la gran coalición con el CDU entregando a su rival, Armin Laschet, la vicecancillería, pero es muy posible que entre ambos no lleguen a la mayoría, por lo que habría que incluir otro partido. Pero ni socialdemócratas ni socialcristianos parecen por la labor de seguir gobernando juntos. Llevan así demasiados años y entienden que eso les ha hecho mucho daño. En ese punto Scholz puede tirar de Los Verdes como ya hiciera Schröder hace veinte años, pero no les bastaría, necesitarían a otro, que puede ser el FDP o Die Linke. De que escoja uno u otro camino dependerá el tono político que adopte el nuevo ejecutivo. El problema es que quizá con los comunistas no lleguen a la mayoría y necesiten uno más. Ahí podría entrar el FDP, pero es posible que comunistas y liberales se excluyan mutuamente por una cuestión de principios así que esa mega coalición no está ni mucho menos asegurada.
En el otro lado no han tirado la toalla todavía. El CDU agita el espantajo comunista no no sólo para asustar a los votantes del centro-derecha y atraer voto útil, sino para provocar una división en los votantes del SPD, un partido con dos almas que no siempre conviven pacíficamente. Cuando en 2017 Olaf Scholz decidió pactar con Merkel y unirse a su Gobierno se produjo un pequeño cisma interno. El líder de las juventudes, un berlinés llamado Kevin Kühnert organizó una campaña interna contra el acuerdo. Kühnert es un tipo de izquierda radical. Quiere, entre otras cosas, nacionalizar las grandes empresas y limitar a una casa por persona la propiedad inmobiliaria. Scholz se las arregló para calmar a sus propias filas integrándose en el gabinete de Merkel mientras dejaba que su partido coquetease con Die Linke en todo tipo de iniciativas. Eso es lo que Laschet está aprovechando ahora en la recta final de la campaña. Trata de mostrar quién está detrás de Scholz y que les espera a los alemanes si gente como Kühnert y sus amigos de Die Linke llegan a ocupar un ministerio como el de economía.
La incógnita de la cartera económica
Si Laschet consigue una pequeña remontada y se coloca en el 25% de los votos igualando a Scholz podría hacer sus propios cálculos. Eliminada la opción socialdemócrata podría intentarlo con liberales y verdes, de hecho, sólo puede intentarlo con liberales y verdes porque AfD no entra en fórmula alguna. Todo el sistema ha tendido una suerte de cordón sanitario hacia ellos, algo instigado por la propia Angela Merkel tanto a escala nacional como regional. AfD es el apestado de la política alemana. Es posible que en votos y escaños se quede como estaba, pero sin posibilidad de integrarse en ninguna coalición.
Sea Scholz o Laschet quienes consigan formar Gobierno los premiados serán el FDP y Los Verdes, dos partidos centrados y listos para preparar cualquier salsa. Queda por saber quién ocupará las diferentes áreas de poder. La más codiciada de todas es la económica. Christian Lindner, el líder del FDP, ya se presenta como ministro de economía frente a Robert Habeck, de Los Verdes, cuya postura es claramente izquierdistas. Lindner quiere que bajen los impuestos y se ponga freno a la deuda pública. Habeck aspira a exactamente lo contrario. Scholz o Laschet tendrán que hilar finísimo, pero ni eso les servirá para mantener la armonía en un Gobierno cuyo canciller y composición desconocemos, pero que será inestable.