Cuenta Francisco Umbral que Carlos Oroza intuía que había que nadar lejos de las corrientes ideológicas de su tiempo. Una tarde en el café Gijón le dijo “mira, Umbral, el comunismo ya no me interesa porque viene a resolver unas necesidades que yo no tengo”. Esto demuestra que el egoísmo puede ser una virtud, si hace que el votante se pare a pensar, por ejemplo, para qué le sirve la ideología, o la siniestra extravagancia de una izquierda que aún no ha salido de su viejo papel de oposición al franquismo, que vagará eternamente luchando contra el espectro del caudillo. Esa izquierda propone un concepto de democracia asimétrica, mal aspectada por el exceso de ideología.
Con la mente deliciosamente embotada se presentaba esta semana Pedro Sánchez en la ONU, llamando a “defender la democracia como única alternativa frente a cualquier deriva totalitaria, excluyente e intolerante”. Es curioso, porque este discurso sólo se sostiene si uno es militante de la democracia asimétrica, esa que distingue entre populistas malos y buenos. Es el discurso del superimportante que se presenta como adalid de la democracia mientras él y sus socios se dedican a la guerrilla ideológica. El calor del sol del poder. Cada vez hay más personas que se inquietan por la deriva de la izquierda y de un endiosado nacionalismo que desafía de manera insidiosa la nación. Estos ciudadanos se han vuelto conservadores, porque se encuentran desarraigadas in situ, una vez que ven peligrar la pervivencia de una democracia donde sus intereses y valores cobran sentido.
Es un concepto de democracia “ahistórica”, construida en la mente de un populista como un gran castillo en el aire
La agenda militante de esta semana no iba solamente de frenar la amenaza del fascismo ante una sala de la ONU un poco vacía. El politólogo de referencia de la izquierda, Ignacio Sánchez Cuenca, explicaba en El País esta semana las asimetrías políticas (y testiculares), y aclaraba que las ideas del partido morado, al contrario que las de Vox, no cuestionan la democracia. En concreto, decía que “poner en cuestión los cimientos del sistema: la monarquía, la unidad de España y la propia Transición no destruye o erosiona la democracia”. Vemos aquí una idea de democracia que solo se sostiene, como dice Juan Claudio de Ramón, “en un Valhala académico, desentendido de las condiciones históricas donde los conceptos se despliegan”. Es un concepto de democracia “ahistórica”, construida en la mente de un populista como un gran castillo en el aire.
Son militancias ideológicas que quieren revisar las estructuras, los cimientos de la democracia española, de arriba a abajo. Es imposible sentarse a hablar con una segunda España que intenta imponerse de manera insidiosa, problematizando la democracia, o que vuelve la espalda al Régimen del 78 e incluso apunta explícitamente al separatismo, a la secesión. No van a entrar en el redil, pues como apuntaba Gascón en una de sus viñetas, lo que defienden es una “democracia militante asimétrica”.
Los logros de la Transición
Estamos viviendo una etapa de deconstrucción de la identidad nacional y de lo común que nos convierte, a los propios ciudadanos, en sus guardianes. No solíamos pensar en los logros de la Transición hasta que intentaron ensombrecerla. El equilibrio y la unidad de la nación, por precarios, se han vuelto preciosos. ¿Quedará algo en pie? La militancia y la ideología juegan también un papel entontecedor y tapan las ineficiencias del socialismo, de una izquierda que tiene una idea de democracia que no es más que un “éter abstracto” (De Ramón). Quienes utilizan medios como El País para problematizar España, logran aumentar el terror de un ciudadano de izquierdas atrapado en un universo de pesadilla, un universo creado por algún ideólogo sádico que te dice que si eres homosexual, ir de la mano con tu pareja por Madrid es peligroso, o que hay que crear una república catalana porque viven oprimidos por el resto de los españoles, o que los jueces deben ser elegidos por el Gobierno.
Empiezo a sospechar que la izquierda avanza hacia objetivos que no son los míos, y, si se me permite esta licencia, tampoco de la sociedad
Sólo quiero recordar el derecho, y la necesidad, que tiene el ciudadano racional de actuar conforme a su propio juicio, de defender sus intereses, de saber cuáles son. En mi caso, empiezo a sospechar que la izquierda avanza hacia objetivos que no son los míos, y, si se me permite esta licencia, tampoco de la sociedad. Y nada me produce más cansancio que ver a estos señores paseando su ideología averiada por periódicos, cadenas y platós. El sacrificio a una ideología que quiere destruir lo común solo puede significar el sacrificio de los intereses de la ciudadanía. Distorsiona los problemas reales y crea una sociedad de neuróticos ideologizados. Como le ocurría a Oroza, los españoles comienzan a sospechar de unos comunistas que vienen a resolver unas necesidades que no tenemos o a crear problemas inexistentes. ¿Querrá Naciones Unidas hacer algo al respecto?