Durante el último año y medio, el Gobierno estadounidense ha tratado de evitar a toda costa un fenómeno conocido como “estanflanción”, una maldición por partida doble que ya castigó a EEUU y a otras economías occidentales a finales de los 70 y principios de los 80. La estanflación, como su nombre indica, es la combinación de estancamiento económico e inflación. Expresado en términos que todo el mundo entiende, la estanflación consiste en que pierdes tu empleo y además los precios no dejan de subir. En la crisis de 2008 tuvimos estancamiento, pero no inflación, y tras la pandemia hemos tenido inflación, pero no estancamiento. Tanto la Reserva Federal como el propio Gobierno han tenido que hacer un encaje de bolillos para ir reduciendo la inflación mediante el alza de los tipos de interés, pero sin arriesgarse a que eso provocase una recesión. Lo denominan aterrizaje suave, es decir, que la cosa vaya poco a poco equilibrándose, los precios bajen pero no se dispare el desempleo y cierren empresas.
Ahora parece que el plan ha cambiado. El equipo económico de Donald Trump está adoptando un cambio de rumbo un tanto radical. Quieren que el avión aterrice de forma brusca y así acaban antes con el problema. En los últimos días, tanto Trump como sus principales asesores en materia económica han mostrado indiferencia ante el riesgo de que la incertidumbre termine por pasar factura a la economía. Dicen que es necesaria una “desintoxicación” de gasto público, que la caída de los valores bursátiles no les preocupa mucho e incluso admiten que la inflación podría aumentar ligeramente a corto plazo.
Podríamos pensar que delira, pero no, sabe bien lo que dice y cuándo lo dice, conoce además a quien se dirige ese tipo de mensajes: a su público más entregado que desayuna, almuerza y cena Donald Trump en las redes sociales
En una entrevista que se emitió el domingo en Fox News, Trump eludió una pregunta sobre si podría haber una recesión en el futuro. Dijo que están en un período de transición ya que lo que están haciendo es “muy grande”. Cuando el periodista insistió y le preguntó por la caída en la Bolsa le respondió que su obligación era construir un país fuerte y que no tenía sentido mirar el mercado de valores.
Esa misma noche, ya a bordo del Air Force One, repitió lo mismo a los periodistas que le acompañaban. Volvió con el tema de los aranceles diciendo que eso de subir los aranceles va a ser lo mejor que hagan como país. Dicho eso se despachó a gusto. Afirmó que los estadounidenses iban a ser tan ricos que no iban a saber dónde meter el dinero. Podríamos pensar que delira, pero no, sabe bien lo que dice y cuándo lo dice, conoce además a quien se dirige ese tipo de mensajes: a su público más entregado que desayuna, almuerza y cena Donald Trump en las redes sociales.
Unas horas después, abrió la Bolsa. Lo hizo a la baja y así se ha mantenido durante toda la semana. Trump es el presidente y lo que diga tiene impacto inmediato en el mercado, pero recordemos que es un tipo muy volátil, lo mismo dice una cosa y la contraria con sólo unas horas de diferencia. Como ya le conocen toman sus palabras con alfileres. A fin de cuentas lo que quiere es concitar atención mediática, cosa que consigue siempre. Detrás de él está su equipo económico capitaneado por los dos fichajes estrella que hizo en noviembre: Scott Bessent para el Tesoro y Howard Lutnick para la secretaría de Comercio. Ambos vienen de fuera de la política y tienen un perfil financiero. Bessent ha sido inversor y gestor de fondos de cobertura. Lutnick fue corredor de Bolsa y llegó a dirigir Cantor Fitzgerald, una de las agencias más famosas de Nueva York. Su elección dio ánimos a los inversores ya que creían que dos de los suyos pasaban a puestos de mucha responsabilidad y con capacidad de susurrar al oído a Trump en el despacho oval.
Pero ninguno ha respondido a las expectativas. Lutnick no sólo no se ha opuesto a los aranceles, sino que los ha apoyado con entusiasmo al tiempo que reconocía que eso podría provocar un repunte inflacionario. Scott Bessent, por su parte, asume que si, que muchas cosas están cambiando, pero que la economía estadounidense podría necesitar un reinicio después de años de crecimiento apoyado en el gasto federal y el aumento de los precios de los activos.
Lo cierto es que Trump no heredó una crisis económica, todo lo contrario, heredó una economía con un crecimiento sostenido y una Bolsa en alza, pero también heredó algunos problemas derivados de un sector inmobiliario estancado y un mercado laboral que se estaba desacelerando. Los inversores anticipaban buenos tiempos, impuestos más bajos y una importante desregulación, es decir, lo mismo que trajo Trump en su primer mandato en 2017.
Se limitaron a replicar el Trump 1.0 en este nuevo mandato y ahora se están percatando de su error. En los primeros días no pareció haber señales de alarma más allá de la amenaza a México y Canadá (que se interpretó como una bravuconada), pero a finales de febrero ya se veía que las cosas no iban como ellos tenían previsto. Saben que la guerra comercial es inevitable y que los planes de reducción de gasto público también van en serio, de hecho mucho más en serio de lo que se esperaban.
Si quiere reducir la plantilla federal es mejor hacerlo cuando sobran oportunidades de empleo en el sector privado, de otro modo se encontrará con que muchos de esos ex trabajadores federales pasaran a las listas de desempleados
En los bancos ya están revaluando las previsiones de crecimiento. Tanto JPMorgan Chase como Goldman Sachs estiman que la probabilidad de recesión a 12 meses es de entre el 20% y el 40%. Para explicar sus revisiones se basan en la doble ofensiva económica de Trump. Por un lado la reducción de empleados federales y por otro los aranceles a socios comerciales muy cercanos como Canadá, México o la Unión Europea, que es de donde proviene más de la mitad de las mercancías importadas. Sumémosle a eso el endurecimiento arancelario a China (con ese ya contaban) y lo que se encuentran es con que algo así como el 60%-65% de las importaciones tendrán un castigo arancelario, lo que implicará precios más caros y represalias seguras.
Respecto a los recortes de mano de obra federal, todos los que sean despedidos tendrán que buscar un empleo en el sector privado, pero ¿están las empresas del sector privado preparadas para ofrecer tantos empleos cuando la economía se enfría? Lo primero que hace cualquier empresario cuando no tiene muy claro el futuro es dejar de contratar personal. Luego, si las cosas se complican más, ya empiezan a despedir, pero lo primero que hacen es congelar las contrataciones. Si quiere reducir la plantilla federal es mejor hacerlo cuando sobran oportunidades de empleo en el sector privado, de otro modo se encontrará con que muchos de esos ex trabajadores federales pasaran a las listas de desempleados. En los años 90 Bill Clinton ya redujo sustancialmente el número de empleados federales (lo redujo un 10%), pero como la economía marchaba muy bien no tardaron en ser absorbidos por el sector privado.
Medidas como la de la guerra (o guerras) comerciales, no son lo más idóneo. Ya en su primer mandato lo ensayó aunque se centró en China. No parece que esto sea una maniobra o una forma de negociar. Cree a pies juntillas en los aranceles y así lo hace ver siempre que se lo preguntan
Tenemos ahora a todos los analistas económicos del mundo, especialmente los de EEUU tratando de desentrañar el misterio. Los hay que aseguran que esto es una maniobra para provocar una recesión breve que obligue a Jerome Powell a bajar los tipos de interés de forma notable y que eso, aparte de reactivar de nuevo la economía, permita aliviar la carga de la deuda, que es el primer capítulo de gasto federal. Es posible que se trate de algo así, pero medidas como la de la guerra (o guerras) comerciales, no son lo más idóneo. Ya en su primer mandato lo ensayó aunque se centró en China. No parece que esto sea una maniobra o una forma de negociar. Cree a pies juntillas en los aranceles y así lo hace ver siempre que se lo preguntan. Esta vez no hay ese debate que hubo en el primer mandato dentro de su equipo entre Gary Cohn, partidario del libre comercio, y Peter Navarro, partidario de los aranceles. Sólo está Navarro ya que Cohn se marchó de la Casa Blanca a mitad del primer mandato y Trump no le ha vuelto a llamar.
Es normal que cuando le preguntan los periodistas conteste lo que contesta porque ya no hay una sola voz crítica a su alrededor. Su equipo le da la razón en todo y no ve motivo para dudar de sus propios instintos y creencias, algunas como la de los aranceles profundamente asentadas. Frente a eso todo lo más que puede oponerse es la realidad, pero a Trump no parece importarle porque considera que es un pequeño sacrificio el que hay que hacer a cambio de un gran beneficio el que obtendrá todo el país cuando su plan empiece a dar frutos.
Liberar recursos para el sector privado
La cruda realidad es que hay señales claras de que la economía estadounidense se está desacelerando. También hay una luz roja encima de Wall Street. El mercado se corrige cada cierto tiempo, eso es verdad, también es verdad que estábamos ante uno de los mercados más caros de la historia, pero en la calle no hilan tan fino. El consumidor estadounidense sufre las consecuencias de cuatro años de inflación y el endeudamiento privado es alto. Una corrección del mercado de valores podría perjudicar directamente al ciudadano común. Esa corrección revierte el denominado efecto riqueza que ha impulsado el consumo en los últimos años. Un menor gasto público, si bien es necesario para liberar recursos para el sector privado, puede hacer mella en el PIB a corto plazo.
Todo esto indica que el crecimiento será más lento en el futuro, incluso si la economía evita la recesión. La desregulación de Trump y la extensión de la reforma tributaria de 2017 deberían impulsar la inversión empresarial en el largo plazo. Pero lo cierto es que los costes y la incertidumbre provocada por sus aranceles están perjudicando a todos en estos momentos. Si Trump quiere acallar la alarma de recesión sería prudente que dejara de lado sus batallas comerciales que son, sin duda alguna, lo que más está dañando la economía sin siquiera haber entrado en vigor esos mismos aranceles.
Talleyrand
16/03/2025 08:55
Para un país que lo importa casi todo y produce muy poco, los aranceles en realidad son un nuevo impuesto al consumo. Un iva a la americana cuando ahora tienen sobre el 8% en promedio (sales tax) puede subir a más del 30% en algunos productos importados sin producción propia. Además la tasa de reposición de algunos artículos puede ser muy larga (cuanto tarda un olivo recién plantado en producir?) Precios más altos (arancel) y puede que recesión con una venta de dólares en los mercados internacionales buscando monedas refugio! Los Trumpologos aficionados creen ver un genial plan secreto para llegar al MAGA, pero los indicadores económicos dicen lo contrario. Al menos de momento.
ingmarpepe
16/03/2025 17:49
Talleyrand se equivoca de país. Produce más que nadie y no exporta, son malos exportadores pero todos vamos allí de compras hasta para aceite, garbanzos y cacahuetes. Además de aviones, armas y tanques. Y que me dice de la tecnología ? Trump adolece de mucho pero los USA no