Lucía Etxebarría es una escritora notable y polémica. Como intelectual de criterio independiente ha sido objeto de numerosos ataques y ha tenido que visitar los tribunales con mayor frecuencia que la que seguramente hubiera deseado. Su valiente enfrentamiento con la tribu woke le ha causado alguna molestia, pero Lucía no es de las que se arruga. Yo tuve el placer de tratarla cuando coincidimos durante unos años en el programa de tarde en Onda Cero que presentaba y dirigía Julia Otero hasta que fui purgado porque mi liberalismo conservador y mi posición crítica con el Gobierno de la época incomodaba en las altas esferas políticas. No tengo duda de que a la gran periodista galaico-catalana le disgustó prescindir de mí dado que, ubicaciones ideológicas aparte, siempre nos hemos llevado muy bien, pero así son las cosas de la prensa parcialmente libre.
En un osado volantazo en su brillante carrera como galardonada novelista y poeta, siendo ya desde su juventud licenciada en Filología y doctora en Letras, cumplida ya la cincuentena, Etxebarria decidió cursar estudios de psicología, disciplina en la que se graduó sin perder un curso. A partir de este admirable logro, se dedica a impartir talleres de escritura expresiva o quizá debería decirse escritura terapéutica ya que la utilización de este método consigue muy buenos resultados en el tratamiento de determinadas patologías de la mente como depresión, ansiedad, angustia, fobias diversas y otras afecciones que son tan frecuentes en las sociedades occidentales desarrolladas. Lucía ha publicado recientemente en este campo un libro muy conseguido titulado La escritura que cura que acabo de leer con verdadero provecho y que recomiendo vivamente, no sólo al numeroso club de seguidores de esta autora, sino a cualquier persona que esté interesada en adentrarse sin excesivos y engorrosos tecnicismos en el conocimiento de cómo funciona el cerebro humano y sus posibles alteraciones.
No dejé de enviar mi contribución semanal a Vozpópuli tan pronto fui capaz de teclear en mi tableta cosido a vías intravenosas, alimentado por sonda nasogástrica, con mi cara hinchada sobre mis mandíbulas quirúrgicamente reconstruidas, incapaz de hablar y de tragar y bajo el shock de la terrible experiencia vivida
Esta obra nos introduce de manera amena, aunque rigurosa, en las muchas formas en que el vertido de nuestros pensamientos, disgustos, frustraciones, esperanzas y deseos en una hoja de papel veinte minutos al día nos puede aportar una eficaz ayuda para superar miedos, inseguridades, pérdidas de autoestima, fracasos profesionales, conflictos familiares o desengaños amorosos. Si bien es claramente perceptible el cuidado que pone Lucía en que sus análisis y recomendaciones se sitúen al alcance de un público no experto, la completa y extensa bibliografía científica que se incluye en este manual demuestra que todas las consideraciones y prescripciones expuestas en La escritura que cura se apoyan en investigaciones de reputados especialistas publicadas en prestigiosas revistas internacionales dedicadas a esta materia.
Aunque en aquellos días difíciles que siguieron al atentado que sufrí el 9 de noviembre de 2023, organizado y financiado por el régimen criminal de los ayatolás de Irán, todavía no había salido a la luz el interesante trabajo de Lucía Etxebarria que estoy glosando en esta columna dominical, pude experimentar las cualidades curativas de la escritura cuando no dejé de enviar mi contribución semanal a Vozpópuli tan pronto fui capaz de teclear en mi tableta cosido a vías intravenosas, alimentado por sonda nasogástrica, con mi cara hinchada sobre mis mandíbulas quirúrgicamente reconstruidas, incapaz de hablar y de tragar y bajo el shock de la terrible experiencia vivida. Ahora me doy cuenta, tras haber recorrido las páginas de La escritura que cura, que mi empeño en continuar en contacto con mis lectores, pese a mi precario estado físico y anímico, me ayudó a superar tan tremendo golpe y a no sucumbir a los terrores y fantasmas que transitaban en el interior de mi cabeza.
Millones de españoles están aquejados, en diferentes niveles de gravedad, de perturbaciones y limitaciones en su capacidad de pugnar por sus objetivos, de vivir libres de insatisfacción, de tomar medidas resolutivas para eliminar bloqueos sentimentales o sociales, de expresar sus opiniones con firmeza y convicción, de afrontar obstáculos exteriores o defectos propios sin desfallecer, de hablar ante una audiencia con desenvoltura y gracia o de vencer complejos de nulo o escaso fundamento. El recorrido de las treinta jornadas en las que está estructurado el libro de Lucía les fortalecerá y dotará de las herramientas necesarias para disfrutar de una existencia más tranquila, relajada y feliz. Nuestra flamante y competente psicóloga se permite incluso invitarnos a sorprendentes y festivas incursiones en el misterioso arcano de la magia, eso sí, sin prescindir en ningún momento de la racionalidad del método científico. Un detalle sustancial a la hora de emprender el viaje de un mes de duración - ¿quién no estaría dispuesto a dedicar cuatro semanas a mejorar palpablemente su calidad de vida? - que nos propone esta Premio Planeta convertida en médico de almas, es el tipo y aspecto del cuaderno y el color de la tinta del bolígrafo utilizados para la práctica de la escritura expresiva. Lucía prefiere el violeta, cromatismo que los brahmanes indios asocian a la iluminación y la conciencia pura, yo me inclino por el azul, que se liga a la serenidad, la libertad y la verdad. Elija usted su color evitando los agresivos o chillones y prepare su espíritu para trazar renglones espontáneos y sinceros en los que sepultar la oscura arqueta de sus supuestas carencias y descorchar el irisado frasco de sus luminosas potencialidades.
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