Jorge Buxadé, el eurodiputado de Vox con esa pulsión en el gesto pretendidamente castrense sin conseguirlo, es capaz de decir ciertas verdades y enfangarlas al mismo tiempo, lo que le ha convertido en uno de los dirigentes de su partido que más antipatías despierta por ese tono de abroncamiento y rabia constante. En su entrevista para Libertad Digital con motivo de la publicación de su ensayo Soberanía ha efectuado unas declaraciones inequívocamente nacionalistas, aunque él mismo no se aclare en esta confesión. “Sí, soy nacionalista (español) no me gusta ver determinados logos de las multinacionales de la alimentación inundando nuestras ciudades cuando tenemos en España una calidad brutal". La 'M' de McDonald's "allí por donde vas, sin unidad estética”.
Más allá de lo absurdo del comentario, creo que encierra varias cuestiones que necesitan un debate y una reflexión para quien pretenda ser alternativa de Gobierno y dar respuesta a problemas que están y los que vienen, en vez de limitarse los periodistas y politólogos a etiquetar para estigmatizar -“nacionalista español y por tanto ultraderecha”- hasta hacer inimaginable que el PP pudiese pactar el Gobierno surgido de las urnas con Vox.
“Defender lo nuestro”, dice Buxadé. Una frase en clave interna y externa. Hay generaciones que sólo hemos conocido el desprecio, la humillación, el rechazo y la ocultación de todo lo que tuviese que ver con nuestro país, como si debiéramos despreciar quiénes somos a diferencia del resto del mundo, y cualquier acto de celebración o de defensa de España era tildado de nacionalismo español. ¿Qué hay de malo en defender lo nuestro? Esto se lo puede preguntar cualquier persona normal que esté cansada de escuchar y ver que desde dentro de España la izquierda y los nacionalistas profesionales periféricos se dediquen a hacer negocio con la humillación a España. El problema está en el cómo ¿Qué es eso de defender lo nuestro? Con que no lo ataquemos ya se habrá ganado mucho. El ejemplo de la última hora viene del ministro de Consumo Alberto Garzón en la revista británica The Guardian, donde afirma que las macro granjas en España exportan carne de mala calidad y animales maltratados, en el marco de su política de obligarnos a reducir el consumo de carne, el nuestro no el de él.
El libre mercado en un mundo abierto y global ha permitido que empresas españolas se expandan por el mundo y muchas sobrevivan aquí
En clave externa antiglobalista, las declaraciones de Buxadé (aún no han sido respaldadas por su partido o por Espinosa de los Monteros, el responsable económico), con ese aire de repugnancia hacia lo de fuera, parece que defendieran una autarquía, que no es lo mejor para España ni para los españoles. El libre mercado en un mundo global ha permitido que empresas españolas se expandan por el planeta y muchas sobrevivan aquí. Que empresas extranjeras proporcionen puestos de trabajo y productos deseados por los españoles. En el caso del McDonalds, precisamente los jóvenes, los de menos renta tanto de día como de noche o familias con niños.
Pero la globalización ha traído ganadores y perdedores dentro de España y esa realidad no merece ser ignorada por más tiempo, pues se debe llegar a un equilibrio sin cierre de fronteras y sin hacer imposible el comercio, pero con reglas más justas e iguales para todos. La agricultura y la ganadería son los sectores más afectados ante grandes multinacionales que concentran la demanda, sin que en España se organice y se concentre la oferta de productos agrícolas para evitar abusos por parte del gran supermercado. Tampoco es razonable condenar a la pobreza al agricultor que trabaja de sol a sol y sin vacaciones exigiendo unos requisitos de control de calidad necesarios, pero que incrementan el coste y que no se exijan al mismo producto que venga desde fuera de la UE.
El libre comercio en un mundo global es beneficioso para España en otros sectores, pero se deben regular estas desigualdades provocadas muchas veces por la mala legislación o la ausencia de ella, porque el equilibrio es posible cuando se pretenden resolver problemas en vez de cavar trincheras políticas de cara a unas elecciones.
La alternativa a Buxadé en lo económico no puede ser un liberalismo dogmático, como el caso de Juan Ramón Rallo, tan alejado de la realidad del empresario a veces como del humanismo, incluso de la libertad en algunos casos. En 2017 cuando los nacionalistas catalanes dieron un golpe de Estado, Rallo aprovechó para publicar su tesis en favor de la secesión como concepto aunque no apoyase la de Puigdemont, en base a la libertad de los individuos que quisieran separarse. Como si el problema de Cataluña fuese de organización administrativa y no de falta de libertades individuales de quienes llaman colonos por españoles. El peor momento en el que muchos ignoraba qué sucedía se utilizó el liberalismo en vano. Intentar dar respuesta a los problemas desde cualquier dogma suele acabar agravándolos sin resolver.
En lo político, si se opta por el desprecio a todo sentimiento de identidad no excluyente como invalidante para hacer política o para no poder estar en el Gobierno, quizá acabe la situación con unas encuestas cada vez más favorables para Vox. Se necesita más debate que estigma para alterar el tablero electoral. Muchos no pueden aceptar que se equipare odiar un McDonalds con los midecráneos de ERC. La izquierda ya cometió ese error del que aún ni puede ni quiere salir.