Entramos, inopinadamente, en pleno bucle preelectoral de dos comicios regionales. Es la primera cita con las urnas de la era post-covid. El primer test auténtico tras las generales del 10-N. La primera oportunidad de tomarle el pulso -y no los embustes de Tezanos- a una sociedad aún conmocionada por el episodio más angustioso y letal de nuestra reciente historia. Un voto sonámbulo, entre los estertores del dolor y el espejismo del verano.
El resultado en Galicia y País Vasco es tan previsible como el fútbol. Siempre gana Alemania. Es decir, siempre ganan el PP y el PNV, respectivamente. Pero hay algunos elementos de esta 'operación papeleta' que conviene tener en consideración. Cierto que, a nivel nacional, estos comicios apenas despiertan interés. El foco de la atención pública se centra en el debate de Belén Esteban con Jorge Javier y en la crucifixión progre de Bumbury. También, naturalmente, en el ensañamiento del delegado Franquito y la prensa vasalla contra Isabel Díaz Ayuso, una campaña que desborda entre la obscenidad y la ignominia. Periodismo antaño intachable, ahora puro detritus.
Lo más relevante del 12 de julio será comprobar si la sonrisa de (prudente) ganador que exhibe estos días Pablo Casado se constata y confirma. El líder del PP apenas se juega nada, pero puede ganar en todo. Necesita, de entrada, consolidar su liderazgo interno, en momentos en que sus conspicuos barones agitan de nuevo las aguas de la disputa sobre si centrismo o derechismo. Una controversia estéril que sólo favorece a los rivales. Precisa también Casado confirmar la preeminencia de su formación como alternativa de Gobierno dentro del siempre agitado nicho del centro-derecha. En suma, hay más cosas en juego de las que parecen.
Sánchez viajará a las dos zonas en litigio para tomar parte en la campaña. Se lleva a su ministro Illa, quizás al objeto de exhibir y pavonearse con la gestión de la pandemia
Cierto que el abrumador personalismo de Núñez Feijóo, paradigma del cacique al la gallega, apenas da margen para compartir victoria. Será su cuarta mayoría absoluta consecutiva, un prodigio olímpico, un portento imbatible. Pero, aunque lo intente camuflar, será también un triunfo de Casado por una razón muy especial: todo lo que no sea victoria del PSOE es victoria del PP. Así de sencillo. No es un mero consuelo, un alivio minúsculo: es una bofetada a Sánchez por persona interpuesta. El líder del PSOE está preocupado con estos comicios.
De hecho, viajará a las dos zonas en litigio para tomar parte en la campaña. Se lleva a su ministro Illa, quizás al objeto de exhibir y pavonearse con la gestión de la pandemia. No se lleva a los 45.000 muertos, que los tiene escondidos en en el tenebroso dédalo de las estadísticas manipuladas. Ni a los 50.000 sanitarios contagiados, que ya no levantan la voz y sólo se escucha a los que van a gritar contra Ayuso a la puerta del Sol. Recitará su ofensiva letanía de que ha salvado la vida a 450.000 españoles. Y el que se lo quiera creer, que lo crea.
La segunda bofetada que propinará Casado será en el País Vasco. Cierto, los sondeos anuncian retroceso al PP. Quizás perderá dos escaños, de los nueve actuales a siete, según sea el resultado de Álava. El PNV, como es tradición, se impondrá sin problemas, pese a su nefasta gestión del virus y al escándalo de los dos obreros sepultados en el vertedero de Zaldívar, un episodio lacerante y cruel, que define la forma de actuar de un Ejecutivo.
Tensión por el octavo diputado
Sabe Casado que el PP poco tiene que rascar. Cazó a lazo a Carlos Iturgáiz, una presencia del paleolítico, para cubrir el agujero de la defenestración de Alfonso Alonso, un taimado activista del sorayismo más conspirador. Comparten cartel los populares con Ciudadanos, un experimento preñado de incertidumbres. En la noche electoral, Casado sólo estará atento a un resultado: ¿ha entrado Vox? Si se queda fuera, triunfo apoteósico. Abascal, incapaz de arañar un escaño en su tierra. Logró en las generales del 10-N más de 28.000 votos, un 2,4% del total escrutado. Podría, no obstante, haber sorpresa. Alguna encuesta le otorga 3,5 puntos en Álava, con lo que le disputaría al PNV el octavo diputado por la provincia. De no lograrlo, Casado apuntaría una muesca más en su empuñadura. Vox, fuera. El PP, aunque escaso de presencia, dentro.
No logra el PSOE controlar ni una de estas dos comunidades pequeñas pero 'históricas', según la jerga nacionalista. Tampoco toca bola en Cataluña, el tercer 'paisito' en danza
Dos sonoras bofetadas en unas elecciones desprovistas de tensión y sin margen para la sorpresa. Una guantada a Sánchez, que ha salido muy crecido de la crisis pandémica (los hechos no existen, sólo cómo se cuentan), pero que no logra controlar ni una de estas dos comunidades pequeñas pero 'históricas', según la jerga nacionalista. Tampoco toca bola en Cataluña, el otro 'paisito' en danza. Y un segundo tortazo a Abascal, que se quedará de nuevo en puertas en las dos comunidades, pese a su nacencia vasca y sus orígenes gallegos por parte su 'abueliña' María Jesús, muy activa y resuelta durante la campaña electoral.
El gran perdedor
Dentro del club de los perdedores, sin embargo, la palma se la llevará Pablo Iglesias, que perderá su preeminencia en Galicia, donde le espera un sonoro trastazo a sus mareas, ahora mareadas, y en el territorio vascongado, donde Bildu le dejará en los puritios. Iglesias, que controla en gran medida el timón ideológico de este Gobierno, es sin embargo el capitán de una formación declinante y a la deriva. Perdió Podemos 700.000 votos y siete escaños entre las dos consultas legislativas del pasado año. Tiene ahora 35 esquífidos diputados, 17 menos que Vox.
Iglesias, sin embargo, se pavonea por el ruedo nacional como si fuera el primer espada que acaba de lograr todos los trofeos. Este 12 de julio le toca morder de nuevo el polvo. Tanto da, la grey mediática le adora, le jalea, le defiende o, cuanto menos, oculta sus trampas y sus farsas. Tanto, que no osa husmear en el pestífero asunto del móvil de su joven compañera y asistente, Dina, o que carece de agallas para abordar ese despropósito encarnado en la ministra de Igualdad.
País Vasco y Galicia no suman apenas cinco millones de habitantes. Pero sus elecciones siempre contienen una importante carga simbólica, un cierto valor añadido. Serán, en cualquier caso, el escenario de sendas derrotas del PSOE y de un par de pequeñas satisfacciones para Casado, a quien, después del 12 de julio, Sánchez, con esa distancia de cretino satánico, le mirará aún con mayor inquina mientras le seguirá reclamando 'unidad' a escupitajos. Y los suyos, los capitanes estrábicos del PP, quizás le miren con algo más respeto.