Opinión

Crecimiento o redistribución

Si no se hace lo suficiente para remediarlo, el crecimiento tendencial futuro en comparación con los países de nuestro entorno será aún peor que el de los pasados 16 años

  • La vicepresidenta Yolanda Díaz junto a Pepe Álvarez y Unai Sordo. -

La elección económica entre crecimiento o redistribución es decisiva para el bienestar de una sociedad. Más precisamente, la elección entre crecimiento y redistribución inherente y coadyuvante al mismo o redistribución excesiva, que lo traba y limita.

Por crecimiento, en este contexto, no se ha de entender los vaivenes del PIB real per cápita a corto plazo sino el crecimiento tendencial del mismo a lo largo del tiempo. Pequeñas diferencias en el crecimiento medio anual de la renta per cápita real durante periodos dilatados tienen consecuencias acumulativas sobre el nivel de vida de los individuos y sobre la sociedad en su conjunto mucho mayores de lo que se suele pensar. Por ejemplo, con un crecimiento anual medio del 1% la renta per capita se duplica en 72 años, con uno del 1,5% en 48 años, del 2% en 36 años y del 3% en 24 años. Evidentemente el crecimiento nunca es lineal, hay periodos en los que supera el tendencial y otros en los que se sitúa por debajo, pero diferencias aparentemente insignificantes del crecimiento medio anual en el transcurso del tiempo terminan transformando radicalmente las condiciones de vida de la sociedad.

Maximizar el crecimiento económico no sólo no implica renunciar a la redistribución sino que exige gastos públicos medidos y bien diseñados en educación e investigación, sanidad, infraestructuras o seguridad; igualmente necesario por razones de estabilidad y cohesión social es el establecimiento de ayudas a quienes verdadera y demostradamente no puedan ganarse la vida por sí mismos. Ahora bien, traspasados ciertos límites estos gastos merman el crecimiento económico tendencial y terminan siendo contraproducentes. Cuando la redistribución es excesiva las personas trabajan menos y peor de lo que podrían y deberían; aumenta la población que vive de ayudas o subsidios de un tipo u otro y se genera una cultura de dependencia que cronifica la pobreza y frecuentemente atenta contra el orden social; los elevados impuestos a la empresa y a las rentas altas a los que se recurre para acentuar la redistribución desaniman la inversión y la innovación, reduciendo a la larga el crecimiento de los ingresos públicos; la dinámica de impuestos elevados y transferencias públicas excesivas engendra antes o después niveles de deuda pública insostenibles, que ocasionan aumentos de los costes de financiación y recortes de la inversión pública y otros gastos públicos y privados beneficiosos para el crecimiento tendencial; las transferencias excesivas, además, generan resentimiento social contra los inmigrantes e inducen presiones políticas contra la inmigración, imprescindible para el crecimiento en muchos países, entre otros y de manera destacada el nuestro.

Los países cuya economía se debilita más y tarda más en recuperar el nivel y el ritmo de avance del PIB anteriores a las crisis son habitualmente los que padecen un menor crecimiento tendencial de su renta per cápita

¿Cómo saber si la sociedad española está optando por el crecimiento o la redistribución? ¿Cómo saber si la redistribución es excesiva y está mal diseñada en nuestro país? La respuesta es obvia: comparando la evolución de nuestro PIB per cápita en términos reales con la de otros países de similar configuración política durante un periodo suficientemente dilatado. Consideremos los últimos 16 años, esto es, el periodo comprendido entre 2007 y 2023. Este periodo, aunque es relativamente corto, es interesante porque contiene dos etapas recesivas, las asociadas con la gran recesión de 2007 y la crisis del Covid de 2019. La inclusión de etapas recesivas es útil porque en estas fases se manifiestan con mayor intensidad que en las expansiones las limitaciones que merman el crecimiento tendencial del PIB per cápita. Esto es, los países cuya economía se debilita más y tarda más en recuperar el nivel y el ritmo de avance del PIB anteriores a las crisis son habitualmente los que padecen un menor crecimiento tendencial de su renta per cápita.

Pues bien, en este periodo el PIB real per capita de España apenas ha aumentado un 3,4%, lo que supone un crecimiento medio anual del 0,2%, mientras que el de la UE se ha incrementado un 13,4% (un crecimiento medio anual del 0,8%) y el de la eurozona un 9% (un crecimiento medio anual del 0,6%). El PIB real per capita de Estados Unidos en este periodo ha aumentado un 18%, con un crecimiento medio anual algo superior al 1%. Nótese, a pesar de ser un periodo relativamente corto, las amplias brechas de renta per capita que se abren entre los países que apenas crecen, como es el caso de España, y los que crecen alrededor o por encima de una u otra media. Los excesos redistributivos a costa del crecimiento económico son por tanto bien patentes en nuestro país y lamentablemente se han intensificado de mala manera en los últimos cinco años. Esto implica que, si no se hace lo suficiente para remediarlo, el crecimiento tendencial futuro en comparación con los países de nuestro entorno será aún peor que el de los pasados 16 años.

Los remedios son conocidos aunque no siempre se exponen con la claridad y contundencia que exige la gravedad del problema. Las instituciones del mercado laboral son incompatibles con el crecimiento económico porque encarecen y limitan severamente la reasignación de recursos entre empresas y sectores, porque fomentan el paro voluntario y el absentismo de todo tipo y porque elevan fiscal y artificialmente el coste del factor trabajo. La singularidad de nuestro mercado de trabajo es fruto de la singular existencia de sindicatos de clase, hermanados con partidos políticos de izquierda y extrema izquierda e infiltrados en los mecanismos funcionales del ministerio de trabajo. Estos sindicatos, ayer perseguidos y, desde la llegada de la democracia, perseguidores de quienes osan delatar o reducir sus privilegios, han controlado la política laboral y en los últimos cinco años con vocación totalitaria. Por otra parte, los altos impuestos a la actividad empresarial y a las rentas y patrimonios elevados frenan la inversión y la innovación. El sistema de pensiones es inviable, aún más con la última reforma, e imposibilita la consecución de los saldos presupuestarios necesarios para estabilizar la deuda pública, amén de restringir la inversión pública y otros gastos públicos beneficiosos para el crecimiento. Se pueden citar otras pero estas son las barreras principales que hay que superar para que nuestra renta per capita no siga cayendo en relación con la de los países de nuestro entorno.

Cualquier justificación de estas políticas se derrumba ante los beneficios que procuraría aumentar el crecimiento tendencial, aunque fuera solo unas décimas ¿Habrá en España políticos que nos liberen de estas cadenas que coartan nuestro nivel de vida y que nos están robando el futuro?

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