El pasado jueves tuve la oportunidad y la suerte de participar en el congreso que en Málaga organizaba el Consejo General del Notariado. El congreso dedicaba varias mesas al envejecimiento y sus consecuencias en la economía y en la sociedad. Fue en una de ellas en la que me tocó debatir con buenos compañeros y compañeras sobre el enorme reto que el envejecimiento de la población nos supone y, en particular, sobre las posibles consecuencias de este, desde el futuro crecimiento hasta la financiación del sistema público de pensiones.
Cuando tratamos este tema, lo cierto es que solemos concentrar nuestra atención y propuestas a las consecuencias que este envejecimiento tendrá sobre la futura demanda de pensiones. Es decir, cuando hablamos de envejecimiento hablamos de suficiencia, sostenibilidad, sobre el número de pensionistas o del número de trabajadores cotizantes. Esta cuestión y debate es singularmente importante, pero no es lo único que podemos y debemos debatir, ya que solo representa una parte del problema que el envejecimiento puede suponer para nuestra sociedad, así como de la amplia parcela de medidas a tomar.
Así, en primer lugar, debemos entender que el efecto del envejecimiento en el crecimiento, en la sociedad y con ello en nuestro estado del bienestar no solo va a operar a través de esta única vía. No son pocos los canales por los que la influencia de este envejecimiento puede afectar a la evolución y crecimiento potencial de las economías afectando, a su vez, a la capacidad de estas en el tiempo de mantener las transferencias entre el segmento productivo de la sociedad y aquellos que merecen una jubilación digna. Por ejemplo, conocemos bien que las economías con un mayor envejecimiento son economías con un menor crecimiento potencial. Esto puede venir por varios lados. En primer lugar, porque el crecimiento de la población ya es una fuente de crecimiento económico. Sin este, solo puedes apelar al crecimiento de la productividad para mejorar y ampliar los recursos disponibles para cubrir las necesidades de todos. Nadie afirma que sin crecimiento de población no pueda un país crecer, obviamente, pero el ritmo será mucho menor.
Una persona mayor, superada cierta edad, tiene mucho más que perder y menos tiempo para recomponerse. Además, las cargas familiares no son las mismas
Pero, además, sabemos muy bien que el efecto sobre la productividad del envejecimiento no tiende a ser, en general, positivo. Por ejemplo, a mayor envejecimiento de una sociedad, menor emprendimiento. Esto es así porque la probabilidad de emprender disminuye con la edad. En la mesa comentábamos los elevados costes de oportunidad que surgen cuando uno se va acercando a la edad de jubilación en este sentido. Un joven tiene mucho menos que perder y posee más tiempo para poder recuperarse de un error. Una persona mayor, superada cierta edad, tiene mucho más que perder y menos tiempo para recomponerse. Además, las cargas familiares no son las mismas y por todo ello, la asunción de riesgos son menores entre jóvenes.
Pero esta evidencia tiene consecuencias más relevantes. Por ejemplo, se sabe que en sociedades con más mayores suele tenderse a una mayor concentración de empresas y con mayor edad, dado que la transición demográfica se traduce en una transición paralela empresarial. Por un lado, al haber menos jóvenes, la entrada de empresas es menor y la competencia también menor. Por otro lado, la tasa de supervivencia de empresas gestionadas por seniors es mucho mayor que las gestionadas por jóvenes emprendedores. Esto hace que esta menor rotación consolide empresas cada vez más longevas, de mayor tamaño y, además, con mayor poder de mercado.
Pero yendo más allá, ese poder de mercado puede traducirse en una menor innovación. A esto se le suma, además, que por otras razones los mayores también innovan menos. Las razones pueden ser diversas, pero entre ellas está, por ejemplo, una menor interacción social y menor fertilidad cruzada de ideas, entre otras posibles explicaciones. En consecuencia, esta menor innovación termina, además, reduciendo el potencial de crecimiento económico.
En la etapa de vida que se abre en la madurez, la creatividad puede crecer si se le ofrece a las mayores herramientas para mantenerse activos social e individualmente
Sin embargo, hay otros elementos que pueden, al contrario de los anteriores, ayudar a mejorar la tasa de crecimiento a largo plazo de las economías cuando la población tiende a envejecer. Así, por ejemplo, los mayores acumulan mayor capital humano y habilidades que concentran un gran valor para la economía. Además, en la etapa de vida que se abre en la madurez, la creatividad puede crecer si se le ofrece a las mayores herramientas para mantenerse activos social e individualmente. La acumulación de habilidades no cognitivas, tan relevantes en el día de hoy para crear valor, es óptima en estas fases de la vida, lo que sin duda alguna aportaría mucho valor a la empresa. Además, aunque por razones no tan positivas y si uno lo piensa un poco, un mayor envejecimiento elevaría la necesidad de sustituir un empleo cada vez menor por máquinas, lo que terminaría, también, elevando la productividad.
Como pueden ver, en estas líneas se plantean efectos diversos que pueden afectar tanto positiva como negativamente al crecimiento económico a largo plazo de las economías y, con ello, a cuestiones tan relevantes como la sostenibilidad de las pensiones. Sin embargo, lo que los estudios y análisis económicos y sociales nos cuentan es que los posibles efectos negativos son de mayor intensidad que los positivos. Además, legalmente, limitamos que los canales positivos ejerzan toda su influencia y potencia, como por ejemplo forzando legalmente a los mayores a abandonar el mercado de trabajo con una edad en la cual, hoy y a diferencia de épocas pasadas, y con evidentes diferencias a su vez entre tipologías de empleo y profesiones, siguen siendo personas totalmente capaces de aportar valor a la economía y a la sociedad, por las anteriores y otras muchas razones. Finalmente, culturalmente nos sentimos, en una gran mayoría, reacios a admitir que estamos en disposición de alargar nuestra vida laboral, lo que sería razonable tanto por la mejora clarísima en la salud general con la que llegamos a la edad de jubilación o porque nuestra esperanza de vida a los 65 se ha doblado en las últimas décadas.
Una buena política sería no solo la de fomentar la participación de los mayores hasta que deseen retirarse, sino introducir incentivos, o eliminar desincentivaos, en empresas y en ellos mismos
Por ello, una buena política que vaya, además, a complementar las reformas del sistema de pensiones vía gasto, sería no solo la de fomentar la participación de los mayores hasta que deseen retirarse, sino introducir incentivos, o eliminar desincentivaos, en empresas y en ellos mismos para maximizar su capacidad de crear valor. Se habló de mentoring, de compaginar pensiones con nóminas, de liquidación de empresas y reinversión en nuevos proyectos, de concienciación y, en otras mesas, de solidaridad entre generaciones.
En resumen, una sociedad que envejece es una sociedad que languidece económicamente. Sin embargo, esto que es lo que parece ocurrir no es necesariamente lo que debe ocurrir. Existe aún mucho potencial entre aquellos y aquellas que hoy deben abandonar el mercado laboral por obligación. Si queremos preservar nuestro sistema de bienestar quizás debemos entender que resulta muy caro para la sociedad prescindir de quienes, por mucho tiempo, son muy valiosos para ella.