Lo más insidioso de la izquierda que nos gobierna no es que quiera instalarse en el poder a cualquier precio, pactando con los independentistas enemigos de la nación, buscando apoyo por primera vez en los comunistas adversarios del progreso o recabando la ayuda de los filoetarras y del pérfido PNV, capaz de vender su alma al diablo por el plato asegurado de lentejas. Lo peor de este Gobierno no es que esté dispuesto a lapidar el estado de Derecho, nombrando a una fiscal general, antes ministra de Justicia, que es una señora procaz de malas compañías inapropiada para cualquier cargo que exija la falta de arbitrariedad. Lo peor de esta izquierda de perfume totalitario que va a dirigir el país es que aspira a tener una derecha arrodillada y servil, una “derecha civilizada”, por usar su terminología obscena, dispuesta a complacer sus caprichos. O dicho de otra manera, que desea acabar con cualquier clase de oposición.
El pasado miércoles acudí al bar de mi amigo Clever, que es de Podemos, a tomar un gin tonic para aliviar mis penas y le pedí, como siempre, que me pusiera la Sexta. Allí estaba, como es habitual a esas horas después del almuerzo, Mamen Mendizábal, que presenta Más Vale Tarde, y que había requerido para reafirmarse en su sectarismo la presencia de Gemma Nierga, por más señas periodista radical y enemiga acérrima del PP y no digamos de Vox. Hablaban del asunto del momento, de la espantada de Borja Sémper, portavoz del PP en el Parlamento vasco, que ha decidido abandonar la política por una causa imbatible y estupenda, como es pasar a ser director de relaciones institucionales de la consultora Ernst&Young. Este tránsito tiene, en mi opinión, un mérito indiscutible. Dicha consultora es una de las cuatro más importantes del mundo, lo que quiere decir que Sémper debe ser un profesional de primer orden.
A Sémper le gustaría, al parecer, un PP que buscase puntos de encuentro imposibles con el socialismo de Sánchez, que está dispuesto a rebasar la Constitución sin titubeos
Pero precisamente por eso, porque ser un profesional tan apto y competitivo implica tener unas cualidades personales tremendamente envidiables, podría haberse ahorrado las insinuaciones con las que ha ensuciado su salida del PP, dando a entender que la nueva etapa del partido no le gusta, porque, al parecer, ha tomado una deriva de confrontación que no va con su estilo. A él le gustaría, al parecer, un PP que buscase puntos de encuentro imposibles con el socialismo de Sánchez, que está dispuesto a rebasar la Constitución, si el fin lo merece, e incluso a arrasar, llegado el caso, con la Monarquía Parlamentaria.
Pero la periodista partisana Gemma Nierga estaba encantada con la salida del señor Sémper. En su opinión, dejaba en evidencia la estrategia puesta en marcha por Pablo Casado, porque ella, que jamás en la vida ha votado a la derecha, ni la votará nunca, quiere en cambio “una oposición constructiva”, que deje gobernar a este equipo con el aire delincuencial que lo acompaña. Y así fue hilvanando durante el programa su argumentario, que pasó -servidumbre obliga- porque el PP contemporáneo está recuperando lo peor de Aznar, que el PP de ahora no es muy diferente de Vox -que por supuesto es un partido fascista-, y que el PP, en definitiva, tendría que dejar de ser la formación agria y dura en que se ha convertido para caminar hacia la moderación. Es decir, añadiría yo, hacia la humillación, el servilismo, la componenda y el ‘tontismo’ útil.
Jamás ha soportado la izquierda que el PP gobernase el país, primero con Aznar incluso por mayoría absoluta, y después con Rajoy
Yo siento una admiración indescriptible por la eficacia propagandística de la izquierda, y sobre todo por su instinto criminal. Solo quiere a su alrededor tierra quemada. Jamás ha soportado que el PP gobernase el país, primero con Aznar incluso por mayoría absoluta, y después con Rajoy. El venerado Felipe González, en el libro de diálogos que tiene con su amigo periodista de cabecera Juan Luis Cebrián, durante tantos años poder fáctico del país, reconoce que nada le pareció más desconcertante que el momento en el que la derecha recuperó el poder ¡después de 14 años! El PSOE llegó a imaginar, pese a haber contribuido inestimablemente a la recuperación de la democracia, que después de los 40 años de Franco a él le tocaba el mismo tiempo, o algo parecido, para que como dijo Alfonso Guerra, a España no la conociera ni la madre que la parió. Hicieron lo posible al respecto, pero todo ha ido a bastante a peor después de la derrota de González y de su salida de la primera línea del Partido Socialista.
Desde Zapatero, y ahora con Sánchez más la colaboración de Podemos, el horizonte es turbio. Ahora el objetivo indisimulado es ganar la Guerra Civil que la izquierda perdió, acabar con la Transición, que según los nuevos dirigentes fue una concesión infame y deshonrosa a los franquistas postreros, y a la que está absolutamente determinada a poner fin, a pesar de los réditos evidentes que ha dado a la nación, y cambiar de régimen. Y la vicepresidenta primera de la Memoria Democrática, Carmen Calvo, es la que ha recibido la encomienda.
La vis destructiva de la izquierda no tiene límites. Su instinto vengativo, el del PSOE de Sánchez, el de Podemos de Iglesias, y el de los periodistas que los apoyan inexorablemente, es destruir al PP. Y qué mejor manera de hacerlo que engrandecer las figuras de personajes políticamente minúsculos como Borja Sémper, como Alfonso Alonso, el inane presidente de los populares en el País Vasco, que ha conducido al partido a la irrelevancia más absoluta, al entreguismo más denigrante con el PNV, o que apoyar llegado el caso al señor Núñez Feijóo en Galicia, que pudiendo ser ahora el líder del PP renunció por tacticismo cobarde a dar la batalla en las primarias a Casado y no ha dejado de minarle la moral desde entonces.
Queridos amigos: no se engañen. La izquierda, los periodistas sectarios que la apoyan, no tienen sentimiento compasivo alguno con el PP. Así lo manifiestan pero lo que desean fervientemente es su destrucción, y saben que el único modo de lograrlo es apoyar cualquier atisbo de crisis interna, o de desalineamiento con las directrices marcadas por Pablo Casado, cuyo triunfo inapelable en las primarias parece no haber sido aceptado del todo por aquellos que han sido los máximos culpables de haber conminado al partido a una representación menor, al no haber afrontado con la energía y determinación precisas el desafío catalán, que dio lugar primero al nacimiento de Ciudadanos y, luego, a la exhuberancia de Vox, que ha alimentado a estos ciudadanos que necesitaban con urgencia un rearme ideológico y una oposición sin complejos a la dictadura de los políticamente correcto.