En este mundo en el que vivimos, cuanto más poder acumula y más grande es una compañía, o una persona física, más pleitesía y genuflexión reciben por parte de las autoridades. Como resultado, el resto no dejamos de subsidiarles día sí y día también. Es el cuento de Robin Hood pero al revés. Describe perfectamente el momento histórico en el que nos encontramos, puro totalitarismo invertido “a lo Sheldon Wolin”. Parafraseando la canción de Golpes Bajos, malos tiempos para la lírica. Se combinan los ingredientes básicos que permiten semejante distopía, el predominio cultural de la élite centrado en el uso y abuso de cuatro elementos: educación, escuelas de pensamiento, medios de comunicación y lenguaje.
En economía, por ejemplo, hay una profunda crisis de visión de la escuela dominante, cuyas teorías e hipótesis de partida no solo es que no se cumplan, sino que además son nocivas para nuestra salud. Pero les da igual, siguen enseñando las mismas falsedades por motivos de control ideológico y de defensa de los intereses de la superclase. A eso añadan ustedes el control masivo de los medios de comunicación -el panorama nacional es desolador-, y el uso del lenguaje. Hay una tendencia a acosar al disidente, al que piensa distinto, al que en definitiva es libre. Pero dicho lenguaje llega a la cobardía cuando se culpabiliza y se responsabiliza de la situación de sufrimiento –paro, desahucios,…- a aquellos que la padecen. Y de eso va el hurto que las élites y los poderosos han hecho del mito de Robin Hood.
Volvamos a lo nuestro, a las distintas maneras de subsidiar y subvencionar a quienes no lo necesitan, o incluso a los que se les debería aplicar la ley antimonopolio y trocearlos. Hay muchas maneras de subvencionar a la élite, desde el subsidio a los megabancos, too big to fail, es decir, demasiado grandes para quebrar, hasta la protección de los grandes grupos corporativos del Ibex vía golden share o 'acción de oro'. Se reformó la normativa sobre inversiones exteriores para impedir que empresas de países de fuera de la Unión Europea (UE) puedan hacerse con el control de entidades españolas en sectores estratégicos, es decir, en el Ibex 35.
Empresas no deslocalizables
Ese mismo celo, sin embargo, no se ha observado, con la excepción de esa aldea gala llamada el País Vasco, a la hora de proteger, animar e impulsar al tejido de nuestros campeones ocultos, es decir, una empresa de tamaño pequeño o medio, líder en su segmento de mercado, con producto propio, globalizada pero fuertemente vinculada a su territorio de origen. Es el tipo de empresa que difícilmente se deslocalizará. Suele tener un carácter familiar que le permite pensar estratégicamente en el medio y largo plazo, sin supeditarse a la volatilidad de los mercados financieros. Pero en los tiempos que corren, malos para la lírica, la financiarización ha implicado que el capital, que no es tonto, intente asaltarlas impunemente.
Los distintos vehículos de inversión -fondos de inversión, capital-riesgo…- han vuelto su mirada hacia la propiedad de empresas familiares españolas de tamaño medio
A fecha de hoy, la inmensa mayoría de activos de riesgo están sobrevalorados. La política monetaria, desde el punto de vista de la valoración, simplemente ha modificado el perfil temporal de los rendimientos de los activos mobiliarios e inmobiliarios, inflándolos hiperbólicamente. Ergo, los distintos vehículos de inversión -fondos de inversión, capital-riesgo…- han vuelto su mirada hacia la propiedad de empresas familiares españolas de tamaño medio ubicadas dentro de los campeones ocultos, buscando rendimientos ex ante atractivos.
Desde la Gran Recesión se ha disparado la solicitud de concentraciones donde el comprador es, o bien un fondo extranjero, o bien una compañía mediana o grande controlada en último término por un fondo de capital-riesgo, generalmente foráneo. Dichos fondos pueden tener una vocación de permanencia, pero en muchos casos el objetivo último es otro, “exprimir, dividir y vender la compañía”. Estaríamos ante el último efecto perverso de la financiarización: la desmembración y final desaparición de negocios de economía real a manos de auténticos depredadores sociales. Sin embargo, estos negocios, arraigados en la tierra donde se ubican, con vocación de permanencia, fuertemente competitivos, no gozan de “golden share”. A veces ni siquiera del reconocimiento público de su enorme aporte al bienestar de sus conciudadanos.
El papel que nos “asignaron” implicaba una desindustrialización masiva, una tercerización de la economía y una bancarización excesiva
Pero seamos sinceros, ese es el devenir que nos hemos otorgado los españoles, como ciudadanos, en los distintos procesos electorales. España desde mediados de los 80, justo con la entrada en vigor del Tratado de Adhesión a la Comunidad Europea, es un ejemplo de por qué el libre mercado y la globalización, tal como se ha diseñado no funciona. Se exigió a España una reconversión industrial y una liberalización y apertura de sus mercados de bienes y servicios, que unidos a la libre movilidad de capitales, acabó siendo absolutamente nefasta para nuestro devenir futuro. El papel que nos “asignaron” implicaba una desindustrialización masiva, una tercerización de la economía y una bancarización excesiva. Ello no era óbice para que este modelo conviviera con un sector manufacturero patrio exportador extraordinario –nuestras exportaciones no dejan de crecer desde 1994- que, ante la inacción de nuestros gobiernos, ha sido paulatinamente asaltado por capital foráneo.
Como consecuencia de ello, las decisiones de inversión, de plantilla y de salarios de dichas joyas se empezaron a fijar allende nuestras fronteras. Se trata de otra gota más que hace que el descontento social sea cada día más evidente y creciente. Pero un día la olla a presión estallará. Y ese día nos arrepentiremos de no haber deshilvanado las hechuras tejidas por nuestras redes de poder, y no haber optado por una política industrial activa, promoviendo y protegiendo campeones ocultos.