Opinión

Donde (con el permiso del tonto de Amer) sigue la historia de un libro

Me niego a escribir sobre un tipo tóxico, golpista y cobarde que rezuma aromas carlistas y se sigue comportando como lo que es, el delincuente que ha sido resucitado y blanqueado por el esposo de una imputada

  • Jorge Edwards -

A modo de admonición. Lector amigo, mientras escribo esto que pacientemente lees, y cuando son las ocho de la mañana del jueves 8 de agosto, consciente del espantoso ridículo que los periodistas estamos haciendo dando relevancia a un político de mercadillo al que bien le podría servir el puesto de secretario de una tómbola de feria, declaro mi incapacidad para participar en este circo indecente que los españoles en general, y la mayoría de los catalanes en particular, no merecemos. Consciente también de que quien, con su razón puede no entender mi retirada, dimisión más bien, del relato que los digitales, las radios y los tertulianos marcan con un ritmo y expectación que a los más viejos ha de recordar la llegada de Federico Martín Bahamontes a España tras ganar el Tour en 1959, declaro como firme mi retirada de un universo informativo del que salgo antes de que el embrutecimiento, la estulticia en estado puro y la mediocridad se hagan definitivamente conmigo.

Siendo yo niño, al tonto de mi pueblo que desde niño llamaban Chinflo, le preguntaron si había visto salir al alcalde del ayuntamiento. Miró al cielo, espero un par de segundos y así respondió: No lo sé, porque lo ignoro. ¿Por qué no reconocer que esta mañana entiendo a Chinflo con toda naturalidad? ¿Seré yo, tantos años después, una reencarnación de aquel Chinflo simpático y guasón? O lo será Puigdemont cuando sus paisanos de Amer le pregunten: Oye, ¿a que viniste Carles? No lo sé, porque lo ignoro, responderá tras la ridícula visita y posterior huida.

Sobrevivir en este oficio con actores como el prófugo ególatra de infantil flequillo (que nunca ganó unas elecciones) y el marido de Begoña (que perdió las últimas generales), entre otros, es un sacrificio con dimensiones de hecatombe troyana del que salgo con diligencia. Déjenme que lo escriba así: En mi nombre no. Me niego a escribir sobre un tipo tóxico, golpista y cobarde que rezuma aromas carlistas y se sigue comportando como lo que es, el delincuente que ha sido resucitado y blanqueado por el esposo de la investigada directora de la catedra de Transformación Social Competitiva. El tonto de Amer ha vuelto a su país. No llores por mí, España.

Donde se cuenta la graciosa manera en que los buenos libros hablan a los rendidos lectores

En un velador de La Monte, una de las grandes tabernas madrileñas en las que uno sabe cuándo entra pero no cuándo se va a ir, siguió el relato de la historia de los dos libros desigualmente subrayados. Mi amigo Alex me contó que vivió con desazón los días de su desdoblamiento como lector. Se asustó, y pensó que, si se desdoblaba en esa actividad, igual le estaba pasando lo mismo en otras, por ejemplo, como padre, compañero o amigo sin él advertirlo. Siempre se consideró un lector de libros serio y riguroso; paciente y exigido, aunque se tratara de un autor complicado, de esos que para su suerte -la del autor-, nadie dice eso que un buen escritor no quiere escuchar, que su libro se lee fácil. ¿Fácil la buena Literatura? Seguramente esos, los que se leen fácil, y que son los que estos días toman el sol en las playas en compañía de cuerpos en cueros torrándose al sol, no valen para el subrayado doble. Ni siquiera para el simple destacado.

En el velador pusieron una botella de Mauro y un plato con lascas de mango, foie y pan Sardo, y empezamos a conversar la botella de vino, como bien recomienda Jorge Edwards. Con la primera copa, la que excita la memoria y mejora el habla, recordé a Alex un texto corto de Álvaro Mutis que fue el cartel de la Feria del Libro de Madrid de 2001.

-¡Qué memoria tienes!, me dice mi amigo.

-Lo enmarqué, y por eso puedo ser tan preciso. Y por eso recuerdo el comienzo tan contundente y certero: 'Leer un libro es volver a nacer'.

Entonces, mientras una camarera ponía más vino en las copas, yo busqué en mi teléfono el texto íntegro de Mutis, tan corto que cabe en tres cuartos de folio.

-Alex, mira lo que dice el escritor colombiano a propósito de nuestras cuitas: “Volver a leer un libro tendrá siempre una condición reveladora y es ésta: a cada lectura el libro se nos va a presentar con un nuevo rostro, con nuevos mensajes, con otros ángulos para percibir el mundo y los seres que lo pueblan”.

Una de ellas, una joven negra muy consciente del atractivo que gastan las modelos, sin ningún reparo se quitó su polo y se colocó, ante la indisimulada mirada de algunos parroquianos, la camiseta del 5 del Madrid

Después de esto, guardamos silencio. Unas chicas con acento inglés de Norteamérica gritaban mientras sacaban de una bolsa ropa recién comprada en la tienda oficial del Real Madrid. Una de ellas, una joven negra muy consciente del atractivo que gastan las modelos, sin ningún reparo se quitó su polo y se colocó, ante la indisimulada mirada de algunos parroquianos, la camiseta del 5 del Madrid, la de Jude Bellingham. En ese momento algunos clientes empezaron a aplaudir, mientras las dos chicas levantaban la copa de vino para agradecer el momento vivido.

-¿Por qué crees que aplauden, porque son del Madrid o porque la han visto en ropa interior? -Qué más da, Alex. -Por lo último, por lo último, nos dice una camarera que vuelve a llenar nuestras copas, señal de que hemos de volver a lo nuestro.

-El párrafo de Mutis es luminoso. Me quita la preocupación del desdoblamiento de los subrayados. Y se lo voy a contar a Juanjo, el amigo escritor que escuchó mi relato con la paciencia de un médico que recibe a su último paciente del día.

-¿Qué fue lo que te dijo tu amigo escritor?

-Me dijo la verdad, mientras nos ponían dos cuencos con salmorejo con caña de lomo, huevo y sal de jamón. Y la verdad, según él, es que nosotros no tenemos ninguna capacidad sobre los libros. Podemos creer que son objetos, un montón de cuartillas encuadernadas y entintadas. Pero no, tienen alma, y tienen capacidad para interactuar con nosotros.

Tu pensabas que lo dominabas, que detendrías su lectura cuando quisieras. No era así. Dentro del libro, y en plena comunión con lo que estás viviendo, el lector se encuentra a su merced. No eres nadie

-¿Eres una especie de científico, neurólogo, médico psicosomático, qué eres para decir esto?, le preguntó Alex.

-Soy un lector que después de leer mucho conoce la verdad, la única, respondió. Y esa verdad es que lo que te ha pasado con el libro de Stefan Zweig es algo que ni siquiera está en la voluntad del escritor, que pierde todo su control cuando su libro está en manos del lector. Cuando tenías en tus manos Veinticuatro horas en la vida de una mujer era el libro el que te tenía a ti, el primero y el segundo. Tu pensabas que lo dominabas, que detendrías su lectura cuando quisieras. No era así. Dentro del libro, y en plena comunión con lo que estás viviendo, el lector se encuentra a su merced. No eres nadie.

-Ya, pero eso del doble subrayado…Cómo es que subrayo una cosa en un ejemplar y no en el otro. Cómo que escribo un comentario en uno y escribo el contrario en el otro, o no escribo…

-Eso es, querido Alex, porque la verdad, la única verdad es que tú no eres el que subrayas los libros, son los libros los que te subrayan a ti. Y si te subrayan es porque te conocen.

Después de esto, silencio. Un silencio reparador que rompí con la única frase que en ese momento se me podía ocurrir: ¿Y si conversamos otra botella de Mauro? Y así, Alex y yo seguimos hablando hasta que muy amablemente alguien nos dijo que ya era la hora de cerrar. Y así, por calle Narváez en dirección a Goya fuimos dándole vueltas y más vueltas a esta singular y verídica historia. Justo en el mismo día en el que el tonto de Amer se vestía de ratón y acrecentaba su disparatada leyenda.

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