Ya conocerán ustedes el refrán que dice que una cosa es como el coño de la Bernarda. Dejemos a un lado las jugosísimas explicaciones que atribuyen el origen de tan castiza expresión, habitualmente empleada cuando se produce mucho barullo o confusión, a esto o aquello. Da igual que la tal Bernarda fuera una mujer de la vida o una santera que curaba lo que fuera con el método expeditivo de introducir la mano del enfermo en su parte alícuota. Un fisting medieval, vamos. En algún otro artículo ya me he explayado acerca del virtuoso y salvífico coño. No nos metamos en profundidades, nunca mejor dicho.
Lo cierto es que estos días ha circulado un vídeo – ay, esa hemeroteca – en el que un Sánchez muy puesto, él, decía ante las inundaciones del Ebro “¿Qué coño tiene que pasar más en España para que Rajoy venga a pisar el barro de estas tierras?”. Rajoy era, claro, presidente por entonces. Pero hete aquí que ese coño, con perdón, ha sido de ida y vuelta. Lo que viene siendo un clásico parrús bumerang, y ustedes disimulen. Quién nos iba a decir que el educadísimo Pablo Casado se iba a despachar en el hemiciclo – hemicirco, lo llamaba el que fuera alcalde de Lerroux en Barcelona, don Juan Pin y Poch – con la misma frase dirigida, esta vez, a Sánchez. Enumerando buena parte de los dramas que nos atenazan, singularmente los protagonizados por criaturas, le ha dicho que a ver qué coño tenía que pasar en España para que el presidente asumiera alguna responsabilidad.
Madre mía, que lío se ha organizado. El rogelismo panfletario mediático se ha puesto cual no digan dueñas con el líder del PP. Que si se había vestido de VOX, que si eso era faltarle el respeto a la cámara, que si tamaña osadía lenguaraz – bueno, ellos son más de decir cocretas, lo cualo de qué y conceto, pero lo adorno un poquito - demostraba lo nervioso que estaba don Pablo. De lo partidos del frente del populacho que nos gobierna excuso decirles. De todo, menos bonico. Claro, aquel coño en boca de una persona de maneras y fondo básicamente corteses ha sonado como un tiro en un descampado. Ha sido una frase seca, de tralla ideológica, de hartura política, un latigazo que ha hecho temblar al libro de sesiones, una invectiva que ha dejado a la presidenta Meritxell Batet con el pelo lacio. Porque nadie se lo esperaba. Porque la izquierda se cree la única que puede atacar con verbo grueso, salaz, despectivo. Y con escasísima calidad intelectual y menos gracia que el bigotillo de un grillo. Poseedores de la verdad verdadera, solo ellos pueden decir y hacer lo que quieran, como insinuaba Yolanda Díaz, la peregrina vaticana, al afirmar que si VOX ganaba algún día las elecciones se encontraría con un sinfín de huelgas. Así habla una demócrata, diga usted que sí, doña Yoli, si gana el contrario, se le pega fuego a todo y ya saldrá el sol por Antequera.
Hay que decir que, por otra parte, desde el tendido opuesto se ha aplaudido hasta con las orejas. Este Casado gusta. Este Casado que ataca y no se repliega en el tecnicismo fabricado con huesos de olivas masticadas arrastra votantes y despierta entusiasmos. Es una lección que el PP debió aprender cuando Ayuso arrasó en Madrid y que no parece del todo suficientemente comprendida por los mariscales genoveses, más pendientes de sus ajustes de cuentas personales que de hacer que Casado llegue a Moncloa.
Pero hágase el milagro aunque lo haga el diablo. Y si Pablo Casado ha decidido por su cuenta que está harto de aguantar al vendedor de motos sin ruedas que es Sánchez y, remangándose, decirle que lo espera a la salida en el patio, bienvenido sea. Piense, don Pablo, que quien esto escribe no tiene la intención de adulterar el consejo humilde con intenciones espurias. Sé perfectamente lo que son los aparatos de los partidos. De todos. Pero también sé que las elecciones las acaban ganando los candidatos. Y ahí tiene usted su baza. Hacer lo que le salga del chirri, perdón, de los gladiolos. Enhorabuena.