Se persigue en Cataluña a la familia de un niño de cinco años cuyos padres reclaman el derecho a que su hijo reciba su educación en español. Es un mundo perverso en el que se pretende impedir a unos padres ejercer su derecho a elegir en qué lengua quieren que se escolarice su hijo. Siendo que esto, además, sucede en la España democrática y de las libertades y siendo el español una de las lenguas cultas más habladas en el mundo, lengua en la que se comunican aproximadamente seiscientos millones de personas.
En este apartheid que en estos momentos discurre en Cataluña, siempre es útil recordar las palabras del presidente John F. Kennedy con motivo de su intervención para frenar incidentes de signo racista ocurridos en un estado del sur de su país en septiembre de 1962, cuando el Ku Klux Klan pretendía impedir el acceso a la Universidad a un ciudadano de raza negra: “Los estadounidenses son libres de estar en desacuerdo con la ley pero no de desobedecerla. Pues en un gobierno de leyes y no de hombres, ningún hombre, por muy prominente o poderoso que sea, y ninguna turba por más rebelde o turbulenta que sea, tiene derecho a desafiar a un tribunal de Justicia. Si este país llegara al punto en que cualquier hombre o grupo de hombres por la fuerza o la amenaza de la fuerza pudiera desafiar los mandamientos de nuestra corte y nuestra constitución, entonces ninguna ley estaría libre de duda, ningún juez estaría seguro de su mandato, y ningún ciudadano estaría a salvo de sus vecinos.”
Esto es precisamente lo que ocurre ahora donde reaparece, una vez más, la más que reiterada costumbre del gobierno de Cataluña de desobedecer los pronunciamientos judiciales; en este caso con la crueldad añadida de señalar y acosar a una familia que solo quiere ejercer su derecho consagrado por las leyes y por los Tribunales de Justicia.
Mayorías parlamentarias mandan aunque sea a costa de un Gobierno convertido en rehén de su socio independentista catalán en un asunto especialmente sensible
Así las cosas tenemos a un Gobierno central que acentúa su tendencia a quitarse de en medio, a no pronunciarse, que afirma no tener todos los elementos de juicio para tomar una decisión. En medio de tanta y tan peligrosa inseguridad el problema es otro: los diputados de ERC son imprescindibles para garantizar el futuro de su mandato, ya que una ruptura parlamentaria con ERC supondría dejar al gobierno en minoría.
Es así que, en esa situación, el Gobierno de nuestro país se ve atrapado por el impulso del Gobierno catalán, obligándolo a ir en su propia dirección, por más que se encuentre al alcance de cualquiera entender que lo que sucede en Cataluña es una autentica barbaridad. Pero, claro, mayorías parlamentarias mandan aunque sea a costa de un Gobierno convertido en rehén de su socio independentista catalán en un asunto especialmente sensible.
Y esto debería abrir la gran reflexión de fondo: ¿Cuál es la utilidad de hacer depender la subsistencia gubernamental de acuerdos con fuerzas políticas que han sido históricamente incompatibles con el PSOE? ¿Cuál es la utilidad para el PSOE de gobernar apoyado en ERC y Bildu, fuerzas que socavan a diario nuestro orden democrático y constitucional? ¿Qué precio se está dispuesto a pagar, con la vida política atascada, en polarización alarmante, en tensión sin fin, en deterioro de la instituciones, por mantener una mayoría parlamentaria con semejantes socios? A estas alturas no es difícil dar una respuesta. El precio es inmenso.
La acción gubernamental ha de perseguir siempre mejorar las condiciones de vida de todos los ciudadanos y nuestra posición en el mundo como Nación
No vale una respuesta con la pregunta al uso: entonces ¿cómo se gobierna? Porque es seguro que con esa respuesta alicorta, carente de ambición, jamás se hubiera alcanzado la capacidad de acuerdo que llevó a la Constitución del 78, que fue votada por más del noventa por ciento de los españoles. Semejante proyecto de concordia, de reconciliación, de convivencia de los distintos debe tener bien presente que la clave de la acción gubernamental ha de perseguir siempre mejorar las condiciones de vida de todos los ciudadanos y nuestra posición en el mundo como Nación.
No es así como se gobierna en Europa. No se conoce un solo país de la Unión Europea donde se gobierne con el apoyo de populistas o de nacionalistas que quieran destruir las bases de su propio país, por no hablar de la intervención de los herederos políticos del terrorismo a la hora de construir mayorías parlamentarias. Tal hipótesis sería impensable, por atentar contra la esencia del propio proyecto europeo nacido tras la segunda guerra mundial.
El gran ejemplo alemán
El caso más esclarecedor es el ejemplo alemán. Ahora que Angela Merkel se retira, recordemos que siempre se negó a la posibilidad de gobernar con fuerzas incompatibles con los fundamentos democráticos de aquel país; y eso alcanza al propio partido socialdemócrata que prefirió gobernar con Merkel en gran coalición durante tres gobiernos, en lugar de someterse a pactos con aliados peligrosos .
Tanto a izquierda como a derecha prevaleció el criterio de que en política, lo verdaderamente grande consiste en tener la capacidad de alcanzar acuerdos con tu tradicional adversario, antes que alcanzar pactos con incompatibles que no respetan ni uno solo de tus propios valores. Por eso, habrá que preguntarse si la persecución de la familia de un niño de cinco años cuya única aspiración consiste en educarse en la lengua que es patrimonio de todos los españoles, justifica un gobierno armado con retazos incompatibles.