Opinión

El sexo y el seso

A las dos presuntas pedófilas deberían enviarlas al ostracismo, si no a la trena

  • Sigmund Freud, fotografiado por Max Halberstadt, en 1921

La noticia es tan inaudita como conmovedora: dos profesoras han sido detenidas –y luego puestas en libertad, como viene siendo habitual— acusadas de abusar de una menor de cuatro años. No me imagino en qué puede consistir el abuso a una cuasi-bebé pero ahí dejo la cuestión. El hecho se ha producido en una “escuela libre”  que enseña en euskera a las criaturitas “el aprendizaje del juego desde el placer y la curiosidad intelectual” algo, como comprenderán, inalcanzable para el común de los mortales cuerdos. ¿Y saben con que base teórica? Pues con la vetusta y superada propuesta de Wilhelm Reich, aquel discípulo de Freud al que pronto se le quedó corto el magisterio del sabio vienés. Recuerden el axioma de Quincey de que se empieza por cometer un asesinato y se acaba por no ceder el paso a las señoras y tal vez entiendan esa ironía que no es tan boba como aparenta.

Reich sobrevoló nuestra calenturienta imaginación allá por los años 60 y recuerdo que a mí me revendió un amigo a buen precio su obra La función del orgasmo como quien trafica con el elixir de la vida, una extraña construcción que evocaba brumosamente el psicoanálisis vienés tanto como anunciaba el éxito inminente de Marcuse, elucubrando obsesivamente sobre eso que él mismo llamaba, más o menos, “la energía sexual omnipresente y vibrante” en la vida del mono loco que, en fin de cuenta, somos o creíamos ser todos.

Quienes moderan este modelo no son otra cosa, como comprenderán, sino puros fascistas, patriarcalistas, casi seguro misóginos, manosferos, por utilizar el penúltimo hallazgo léxico de la rivalidad sexual, huy, perdón, quiero decir “de género”

 

Recuerdo también que el motivo por el que, personalmente, terminé por distanciarme de esa “buena nueva” no fue otro que la empecinada propuesta lujuriosa de la “retención del semen” como estrategia sexual idónea para el lector insaciable y luego, la verdad, no sé siquiera qué ha sido de la obra en el enmarañado carajal de mi biblioteca.

El presunto crimen de ese par de tórridas docentes parece ser que se funda en la idea de que la única revolución auténtica con que cuenta la especie humana arranca del “sistema de autorregulación infantil” una vez asentado el axioma de que la concordia humana no puede proceder más que del control sobre una presunta energía que, él mismo, reconocía de naturaleza esotérica y titulaba con el extraño lexema “orgón” con el que vaya usted a saber qué quería decir el hombre.

¡Fuera la autoridad, al carajo la docencia, nada de exámenes ni controles! Al alumno virgen ha de bastarle con el conocimiento de su cuerpo y la destreza para manejarlo a su albedrío. Quienes moderan este modelo no son otra cosa, como comprenderán, sino puros fascistas, patriarcalistas, casi seguro misóginos, manosferos, por utilizar el penúltimo hallazgo léxico de la rivalidad sexual, huy, perdón, quiero decir “de género”. Yo mismo no sé ni dónde he puesto el catecismo reichtiano, quién sabe si llevado por alguna incipiente satiriasis. Pero a las dos presuntas pedófilas deberían enviarlas al ostracismo, si no a la trena, sencillamente por su inconcebible depravación y en compañía de sus eventuales supervisores. Y no sólo por el aviso de san Lucas, poque me cuentan que, en la China postcomunista o lo que sea,  al pederasta convicto lo liquidan de un balazo en la nuca y le pasan a la familia la factura del proyectil. Ni por asomo haría yo eso pero ahí lo dejo por si contribuye a sosegar la fiesta en este manicomio sin vallar.

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