En la batalla electoral por Madrid se han enfrentado dos concepciones de la libertad: la concepción del liberalismo clásico, que los marxistas denominan libertad burguesa o escolástica, y la del marxismo. No es una pérdida de tiempo profundizar en la diferencia entre estas dos visiones porque es seguro que volverán a enfrentarse en venideras contiendas electorales.
El principio rector del liberalismo clásico es ampliar todo lo posible la libertad de acción del individuo siempre y cuando sus acciones no impidan o invadan directamente la libertad de acción de los demás. Ciertamente este principio está sujeto a múltiples cualificaciones y limitaciones de manera que no se presta bien a definiciones precisas y categóricas. Su principal rasgo distintivo, empero, se puede identificar claramente. A diferencia de otras concepciones de la libertad, ya sean socialdemócratas o marxistas, la concepción clásica pone el énfasis en las intromisiones o limitaciones de la libertad del individuo procedentes de la autoridad política. Esto es, pone el énfasis en la defensa de la libertad del individuo frente a otros individuos que puedan limitarla indebidamente ya sea directamente o a través de la acción del Estado. Es esta una libertad cuya ausencia se siente mucho más que su presencia y su presencia se valora sólo cuando se ha vivido su ausencia. Se siente su ausencia, por ejemplo, cuando uno tiene temor a expresar sus opiniones o convicciones políticas o religiosas según dónde o con quien, o cuando su persona y sus posesiones o su libertad de acción pueden ser violentadas por las autoridades políticas al amparo de leyes arbitrarias.
El liberalismo clásico, sin embargo, discrepa de la socialdemocracia en tanto en cuando esta ideología confunde mayor equidad con mayor igualdad de rentas o patrimonios
Las otras concepciones, por contra, se concentran en las limitaciones a la libertad de acción individual que proceden de la naturaleza, la técnica o, si se quiere, de las fuerzas socioeconómicas que determinan la dotación de recursos de cada cual. El sujeto de su atención no es el individuo sino la sociedad o las clases sociales. Miden la libertad según la mayor o menor renta o capacidad de gasto de unas u otras capas sociales. La concepción socialdemócrata admite la importancia de las libertades burguesas pero las subordina, en especial la libertad de contrato y la protección de la propiedad privada, a los objetivos de nivelación social que considere oportunos. En el terreno práctico estas dos concepciones coinciden en lo que concierne a la necesidad de asegurar una protección a quienes la necesiten frente a los infortunios de la salud, la edad o el ciclo económico. El liberalismo clásico, sin embargo, discrepa de la socialdemocracia en tanto en cuando esta ideología confunde mayor equidad con mayor igualdad de rentas o patrimonios e instrumenta políticas discriminatorias y a veces confiscatorias para conseguir sus fines.
Capital humano
En todo caso, no merece la pena demorarse más en el análisis de la concepción socialdemócrata de la libertad porque está concepción, al menos en su variante moderada, ha estado ausente de la campaña de Madrid (y hace tiempo que lo está de España). En su lugar, se ha presentado a la contienda el concepto de libertad marxista, que tiene entre parte de la clase política y de los intelectuales de nuestro país uno de sus últimos reductos de existencia en el mundo desarrollado. Marx lleva el concepto socialista de libertad a su apoteosis lógica. El sujeto no es el individuo, ni siquiera la sociedad, sino la humanidad, la especie humana. La libertad sólo se conseguirá cuándo se nos libere de la tiranía de las cosas y de las fuerzas alienantes, impersonales y caóticas que dirigen el capitalismo. Estas fuerzas no son otras que la propiedad privada, incluyendo la del capital humano que cada cual pueda poseer, y la libertad de los individuos para disponer de la misma y de sus rentas según consideren adecuado para satisfacer sus preferencias vitales. La libertad marxista, en fin, se alcanzará cuando se acabe la escasez y se instaure el reino de la abundancia, lo que ocurrirá tras abolir la propiedad privada y las ilusorias libertades burguesas e instaurar el comunismo.
Es necesario, como nos insta Muñoz Molina, concretar: libertad para quién, para qué clase o grupo social y libertad para qué, para explotar a nuestros semejantes o para emanciparlos
Al poner la palabra libertad en el frontispicio de su campaña, Ayuso ha desatado las iras y ha desvelado la ideología, no sólo de los marxistas profesionales sino de la mayor parte de literatos y artistas representantes del autodenominado mundo de la cultura barnizados con su pátina de marxismo. Un ejemplo de los segundos es el artículo de Muñoz Molina en El País (La libertad de quién, babelia,24/04/2021) que concluye diciendo: “Me gustaría que quienes tanto usan la palabra libertad explicaran con claridad qué están queriendo decir, para quién y contra quién es esa libertad que proclaman”. Muñoz Molina responde a Ayuso con la respuesta/pregunta que Lenin espetó al dirigente socialista Fernando de los Ríos “Libertad ¿para qué?”. Para los marxistas la respuesta de Lenin es plenamente coherente con la doctrina del fundador. No tiene sentido hablar de libertad en abstracto y con mayúsculas. Es necesario, como nos insta Muñoz Molina, concretar: libertad para quién, para qué clase o grupo social y libertad para qué, para explotar a nuestros semejantes o para emanciparlos.
Así entendida, la libertad es compatible con la dictadura leninista y con cualquier otro régimen totalitario que se arrogue la representación y el destino de la clase trabajadora. Por otra parte, este concepto marxista de clase, como un magma de individuos con intereses económicos y voluntades comunes, comparte su existencia con la de los unicornios. Claro que este detalle insignificante no le impide a marxistas de raza, como Monedero, delatar y reprender a los obreros por actuar contra sus intereses de clase al votar opciones políticas de derecha. Actúa en la mejor tradición del marxismo-leninismo según la cual el principal enemigo del pueblo es el pueblo mismo, por eso hay que adoctrinarlo, vigilarlo y dirigirlo.