Decía el ya fallecido presidente Chirac que un presupuesto no es nada más que la ideología plasmada en guarismos. Y tenía muchísima razón. Las prioridades que marcan dichos números dan justa y cabal medida de quien los redacta. Si nos atenemos a este principio, que me parece incontestable, al Gobierno de Sánchez le estorba Madrid casi tanto como le estorba España. Ambas cosas son obstáculos que se oponen a su paseo triunfal hacia las más altas cumbres de la gloria. Razón tiene, porque ya se ha visto que el próximo congreso del PSOE, por denominarlo piadosamente, va a ser un baño de masas.
Lejos quedaron los aspavientos de los barones socialistas, de la vieja guardia o de este o aquel prócer sociata enfadado. Ná siquiera, puro pellizco de monja porque no se encuentra un solo militante – y ya no digamos cargo – en el partido del puño y la rosa que no beba los vientos por el ocupante de Moncloa. Si Diógenes buscaba a un hombre con su candil, sin encontrarlo, lo mismo pasa en el PSOE de Sánchez si buscas un socialista de verdad.
Así las cosas, y teniendo la casa en perfecto estado de revista, Sánchez se dedica a intentar reducir lo poco que queda en pie después de sus estados de alarma inconstitucionales, de su cierre del congreso también inconstitucional o de sus comités de expertos y científicos inexistentes para tomar las medidas en la desescalada. Recordemos que el perfectamente olvidable Salvador Illa penalizó cuanto pudo a la comunidad madrileña con medidas draconianas, amparándose en unos pretendidos informes que ahora el mismo gobierno niega que existieran. Porque Ayuso les da un bofetón en la cara cada vez que los monclovitas la ven pasear por la calle aplaudida y vitoreada por la gente, circulando a pie y sin complejos, mientras que Pedro Sánchez tiene que esconderse detrás del jefe del estado.
Y como Su Pedridad es rencoroso, ha decidido dotar de mayores ingresos a la Cataluña separatista, desgobernada desde hace décadas, egoísta, pueblerina, violenta y estúpidamente ignara que representan los separatistas del gobiernito de la Generalidad. Faltaría más que Madrid, una comunidad que es el motor económico de España, que dobla el PIB catalán, que atrae un volumen de empresas que prefieren tener su sede en ella, que recibe un auténtico éxodo de talento y trabajo centrifugado desde la Cataluña de caganers y canciones de Llach o desde los bisoñés de Ximo Puig, tuviera derecho a ser bien tratada.
Castigo a Madrid
Sánchez quiere castigar a Madrid, hace hablar a sus títeres de dumping fiscal como si la potestad de reducir tributos autonómicos no la tuvieran todos los cabecillas de esos reinos de taifas mal llamados autonomías y ahora sale con lo de descentralizar las instituciones del estado. Es decir, que a lo mejor un día de estos veremos a la Escuela Superior del Ejército en Bilbao, a la sede de la BRIPAC en Gerona o a la Legión cambiar Viator por San Feliu de Codinas.
Tampoco estaría mal que la academia de guardias civiles se instalase en San Sebastián, ya que de descentralizar hablamos, o que la de nuestra policía nacional sita en Ávila se marchase a Barcelona. Todo esto no es más que un suponer, porque si estado es el senado o el ministerio de asuntos territoriales o, como dijo en su día Maragall, que la cosa viene de lejos, el instituto nacional de minas también lo son los anteriormente citados organismos.
No lo verán ustedes, claro, porque Sánchez solo busca vaciar el contenido de Madrid, que es tanto como decir el de España, dejando tan solo una cáscara que no albergue más que puro aire y nada más. Yo le propondría al líder supremo que, ya puestos, declare a la Moncloa como capital del reino, ay, perdón, de la España asimétrica, confederal, ecofriendly y, por descontado, pro colectivo LGTBI y tres números más. Total, ya no vamos a asustarnos por una idiotez de más o de menos.