Parece llegada la hora, una vez más, de dejar asombrada a la catástrofe como decía Victor Hugo, según recuerda Patrick Boucheron en El tiempo que nos queda. Por eso, conviene no subestimar el poder de seducción de aquellos a los que combatimos. Porque, a fin de cuentas, participar en el auge de una civilización pujante, bien. Vivir los días de su decadencia, mejor aún. De ahí esa adicción a la catástrofe, un vago sentimiento que adormece hoy cualquier deseo de pasar a la acción. Sabiendo que sólo es fecunda la evocación si es también un recuerdo de lo que queda por hacer. Boucheron insiste sobre todo en que la cuestión reside en cómo organizar el propio pesimismo para no perder las esperanzas durante el tiempo que nos queda porque no se trata tanto de predecir los tiempos que se avecinan como de averiguar lo que los tiempos están haciendo de nosotros.
De otra parte, Timothy Snyder nos advertía en contra lo que él llama la “obediencia anticipada” y explicaba que “por lo general, el poder del totalitarismo se consiente libremente", porque en algunas épocas como la presente, “los individuos discurren por anticipado qué querrá un gobierno más represivo y luego se lo ofrecen sin mediar consulta ni petición”. De modo que “un ciudadano que se adapta así le está mostrando al poder hasta dónde puede llegar”.
Citaba de lejos, inmóvil, atornillada en el centro del albero. Los periodistas se dejaron torear y que saliera indemne de la plaza. Pero agosto no va dar tregua
La política está evolucionando de tal manera que algunas fuerzas parlamentarias acaban designando como sus sucesores a quienes están eligiendo como adversarios del mismo modo que, tantas veces, precipitan la catástrofe los mismo que están creyendo prevenirla. En todo caso, en los momentos de peligro hay que aguzar el oído, escuchar lo que se trama ahí detrás, esas palabras quedas, disimuladas por el griterío, porque la política avanza siempre con andares felinos, sigilosos, amenazadores. Y en cuanto a los periodistas, señalemos que deben ser de la raza de esos vigías para quienes la verdadera comprensión del acontecimiento en curso se aplaza siempre hasta el momento en que se cuenta.
Asomémonos a Moncloa donde se celebraba la feria. Parar, templar y mandar era el canon al que parecía atenerse la ministra portavoz, Pilar Alegría, en su actuación de este martes durante la rueda de prensa que seguía a la celebración del Consejo de Ministros de esa misma mañana. Asombraba su aguante regodeándose en la exhibición de datos económicos presentados sin ahorrar una sola gota de triunfalismo, paseándose morosa por la creación de un Consejo de la Competitividad, anunciando mejoras en la formación profesional y abrazando afectuosa a los españoles que compiten en los Juegos Olímpicos en París. Sabedora de que la noticia esa mañana había estado y seguía estando en otra parte. Citaba de lejos, inmóvil, atornillada en el centro del albero. Los periodistas se dejaron torear y que saliera indemne de la plaza. Pero agosto no va dar tregua. Atentos.