Hay muchos indicios de que la democracia liberal puede salvarse por donde menos se esperaba: por políticos heterodoxos venidos del populismo conservador y enemigos acérrimos del populismo woke izquierdista. La historia acostumbra hacer estas bromas, así que muy pocos expertos y politólogos, esa coalición del conformismo político, admitía que líderes como Meloni, Bukele o Milei iban a lograr no solo llegar a la cúpula del poder de sus países, sino establecer políticas eficientes sin renunciar a decisiones muy duras.
Líderes disruptivos y un poco locos
Giorgia Meloni, que sufrió tantas burlas del izquierdismo ultrafeminista precisamente por no medrar a la sombra de un macho alfa galapagarensis, no solo no ha hundido a Italia en el fascismo resucitado, sino que está consiguiendo cada vez más influencia europea: la prueba es que el discurso de la Comisión sobre inmigración y refugiados ya no es el de Angela Merkel, sino el suyo. Es posible que no tanto por los planes concretos italianos de exportar inmigrantes ilegales, parados por la justicia, como por la falta de ideas y de simple realismo político en los viejos partidos y poderes. Otra prueba: los socialdemócratas escandinavos han admitido que sus políticas de asimilación han fracasado permitiendo instalarse a mafias de narcotráfico que pretendían combatir con asistentes sociales, y que se acabó esa ingenuidad tan contaminada de cierto supremacismo cultural (¿quién no iba a querer hacerse el sueco si hasta le pagaban para que lo hiciera?)
Respecto a Bukele, ha logrado la caída en picado de la violencia de las maras, que aterrorizaban al país y bloqueaban cualquier política de desarrollo. Es cierto que ha recurrido a medidas feas como abrir cárceles inmensas y tratar a los detenidos como desechos humanos, provocando algunas protestas humanitarias, pero, ¿alguien ha sido capaz, no ya de proponer alternativas, sino de admitir que Bukele podía conseguirlo? De Milei y su motosierra qué vamos a decir: Argentina no se ha hundido en el presunto caos neoliberal que denunciaban los profetas Garzón, sino que está logrando una impresionante remontada del cuadro macroeconómico y la caída del riesgo país, y por vías constitucionales.
Lo curioso es que la temible bipolarización política de Estados Unidos, que a veces parecía de preguerra civil -el asalto al Capitolio, por ejemplo-, casi ha desaparecido. La razón es la mayoría del voto popular conseguida por Trump
Pero el héroe es Donald Trump. Con Miley y Bukele comparte un estilo político y personal ciertamente disruptivo, a menudo tóxico, tan escasamente respetuoso con instituciones y rivales que muchos lo ven antipolítico, más la carga añadida de sus condenas y juicios pendientes por asuntos turbios. Sin embargo, y este es el quid de la cuestión, estos inconvenientes no le han privado de una victoria electoral histórica que puede describirse como aplastamiento del Partido Demócrata y su candidata por cuotas y descarte, Kamala Harris. Lo curioso es que la temible bipolarización política de Estados Unidos, que a veces parecía de preguerra civil -el asalto al Capitolio, por ejemplo-, casi ha desaparecido. La razón es la mayoría del voto popular conseguida por Trump, y los inesperadamente buenos resultados por Estados, categorías sociales y étnicas (esa locura racial americana).
Sin embargo, puede que el resultado haya que atribuirlo, no tanto al atrabiliario presidente como a los fallos de manual de los demócratas. ¿Nos suena a algo esa situación en la que se gana más por los fallos ajenos que por aciertos propios? Es peligroso, sin embargo, confiarse: como el sistema americano es bipartidista, y ambos partidos son agregados de facciones, no es tanto el Partido Republicano el que ha ganado sino MAGA, la facción trumpista.
Todo invita a pensar que el giro trumpista es sin duda una reacción social a los errores contumaces de los demócratas y la clase política más convencional (el republicano Schwarzenegger pidió el voto para Harris). Parece una reacción social al hartazgo con la agenda que la candidata Harris insistía en llevar en el bolsillo, la del establishment americano: grandes medios de comunicación de Nueva York y Washington, capitalismo woke de Silicon Valley y Hollywood, Ivy League universitaria y gente guapa en general. Sí, es una reacción contra el wokismo como corriente disolvente de la autoestima y cohesión de la sociedad americana, sentimiento social también conocido como patriotismo. El giro trumpista es una reacción patriótica contra el secuestro de instituciones y política por una minoría elitista que se considera superior moralmente y autorizada a practicar la ingeniería social mandando a la plebe cómo debe vivir, sentir y expresarse.
Sé de sobra que intentar que el establishment se tome en serio cosas como el giro trumpista es hablar con la pared. También que intentarán impedirlo. Eso no lo hace menos probable en una Europa oficial que hace muchos años trasladó la capital de Bruselas a Babia
Se acabó. Una prueba de que es así, y parece que Trump y entorno lo han entendido, es el perfil político de los nombramientos que se van conociendo, más liberales de lo esperado y sobre todo menos aislacionistas (un gran alivio para Ucrania). También paquetes de medidas como el que pretende devolver el pluralismo al mundo académico que vive de fondos federales (no afectará a la Ivy League, totalmente privada, pero puede provocar un terremoto en el sistema universitario que acabará llegando a Europa). Es, pues, una revolución contracultural o revolución conservadora, pero inequívocamente democrática. Que la paleoizquierda y el wokismo lo nieguen no hace sino confirmarlo.
Muchos de los retos y motivos de ese giro trumpista son inequívoca y exclusivamente americanos. Por ejemplo, el urbanismo que separa las clases e impide a la jet seudoprogresista captar siquiera el hartazgo de la gente normal con los estragos del fentanilo y opiáceos, la suciedad y abandono de las ciudades o que un café vulgar cueste de siete a diez dólares, cosas que no modifican esas buenas cifras macroeconómicas a las que reducen todo tecnócratas y politólogos despistados.
Lideresas del giro europeo
Los problemas de Europa son bastante diferentes, pero hay uno compartido con Estados Unidos: el agotamiento de ideas e iniciativas y las marrullerías de esa clase política que, cosas de la vida, representan dos alemanes: Ursula von der Leyen y Olaf Scholz, popular y socialdemócrata respectivamente. Con todo, gente muy decente comparada con nuestros forajidos de la Moncloa. Sé de sobra que intentar que el establishment se tome en serio cosas como el giro trumpista es hablar con la pared. También que intentarán impedirlo. Eso no lo hace menos probable en una Europa oficial que hace muchos años trasladó la capital de Bruselas a Babia. La pregunta no es qué van a hacer (nada), sino qué modalidad podría tener el giro trumpista europeo. Y qué liderazgos: los de Meloni y alguna presidenta autonómica nuestra parecen bien situados, y son más atractivos y civilizadamente latinos.
logowa4117
15/11/2024 09:05
Puede que Milei, Trump o Bukele sean líderes "disruptivos". Sin duda, son diferentes. Pero las disruptivas son las políticas de los políticos "moderaditos y al uso" que dañan los intereses de los ciudadanos mientras ponen a buen recaudo sus propios intereses, y todo rodeado de un mensaje que dice "la democracia soy yo". Cada vez cuela menos. Esperemos que esta nueva olea de electores que despiertan llegue a España.
smondejar
15/11/2024 11:27
Bueno. Tildar de "decente" a von der Leyen es un ejercicio de eurobeatismo. Como bien sabe Orbán (que diferencia de otros líderes europeos, que acaban incurriendo en creerse su propia retórica, Orbán entiende perfectamente que la Unión Europea tiene más de emporio que de imperio, y que la ultima ratio son los intereses económicos de los estados miembros), esta señora y el CDU pastelean a otro nivel, que dejan Sánchez como un diletante. Como es sabido, Orbán y su círculo de confianza han tejido en años recientes importantes vínculos económicos y complicidades con las élites políticas y empresariales alemanas, especialmente en el sector de la automoción. Un ejemplo de este entendimiento se manifestó en el decisivo apoyo del Gobierno de Orbán en el Consejo de Europa a la atribulada industria del automóvil alemana, que estaba en horas bajas a consecuencia de los problemas regulatorios y judiciales derivados del Dieselgate. Hungría cuenta con ingentes inversiones alemanas en los sectores automotriz y auxiliar, dando empleo a un importante número de trabajadores húngaros, en una actividad económica que representa un 8% del PIB del país. Lo que Rusia supone para Hungría en términos de suministro energético, lo constituye Alemania en clave de empleo. Por su parte, las empresas alemanas se benefician de condiciones muy favorables en Hungría, que otorgan una ventaja competitiva a sus manufacturas en ese país. Con todo, no es de extrañar que exista una red de contacto al más alto nivel entre ambos países, y que el Gobierno de Orbán tiene el mayor interés en ofrecer a los inversores alemanas un horizonte de estabilidad política y seguridad jurídica que les permita seguir operando en Hungría sin cortapisas de la Comisión Europea a cuenta de cuestiones sobre el Estado de Derecho. Lejos de dar palos de ciego, Orbán se ganó la confianza de mentores en las más altas instancias de las élites alemanas, como el presidente honorario del FDP, el aristócrata Otto von der Wenge Graf Lambsdorff, el ex comisionado alemán de la UE, Günther Oettinger, o el ex Ministro de Finanzas Wolfgang Schäuble. No es de extrañar pues que las políticas industriales y fiscales húngaras sintonicen con los intereses de la industria del motor alemana, tanto en lo que respecta al marco impositivo, como en la concesión de subsidios estatales y desarrollo de obras públicas de infraestructura industrial, mucho más ventajosos que los percibidos en Alemania. Orbán ha sido muy hábil haciendo política de alto nivel y entre bambalinas, efectivamente suscribiendo una póliza de seguros frente a la hostilidad del Parlamento Europeo a sus políticas autocráticas. Un ejemplo de ello es el episodio de la candidatura del político alemán Manfred Weber a la presidencia de la Comisión Europea, cuya oposición frontal encabezó Orbán, facilitando en cambio el nombramiento de una persona de total confianza de Angela Merkel, la también alemana Ursula von der Leyen, para cuya elección el voto del Fidesz fue decisivo, dando la casualidad de que el Gobierno húngaro se había convertido ya por entonces en el mayor comprador de armamento alemán durante el mandato de von der Leyen al frente del Ministerio de Defensa Alemán, superando incluso el volumen de pedidos de las Fuerzas Armadas Alemanas.