Opinión

El hombre-arancel

Trump, que no es tonto, sabe que una guerra arancelaria no solo es muy costosa, sino además muy peligrosa

  • Donald Trump en el Despacho Oval -


En Estados Unidos es habitual que los presidentes entrantes hagan referencia en su discurso de toma de posesión a un antiguo presidente, con el que se identifican o al que usan de modelo. Donald Trump sorprendió homenajeando a William McKinley, el 25º presidente, que gobernó entre 1897 y 1901 y fue asesinado poco antes de terminar su mandato. McKinley, uno de los precursores del marketing político y durante cuyo  mandato surgió el concepto de “prensa amarilla”, se hizo famoso por, entre otras cosas, declararle la guerra a España para ocupar las colonias españolas de Cuba y Filipinas (con el pretexto del hundimiento del acorazado Maine, a sabiendas de que había sido un accidente y no un atentado español), por engañar a los filipinos (a los que había prometido la independencia si se rebelaban contra los españoles) y quedarse como potencia ocupante (según él, Filipinas no estaba preparada para la democracia), o por defender el uso masivo de aranceles proteccionistas (se hacía llamar Tariff man, “el hombre arancel”, denominación que Trump ha hecho suya). Todo un referente, vamos.

Pues bien, en pleno siglo XXI, el nuevo hombre-arancel estadounidense amenaza con generar profundas distorsiones en el comercio y la economía mundiales.

Lo curioso, sin embargo, es que probablemente Trump aprendió de su primer mandato que imponer aranceles no es tan sencillo como parece. La prueba es que el día de la inauguración aprobó 24 órdenes ejecutivas, pero ninguna relacionada con el comercio. Es cierto que en el Despacho Oval habló de establecerlos para China a partir de febrero, pero todo indica que prefiere usar los aranceles como amenaza para conseguir sus objetivos (la trifulca en X con el presidente del gobierno de Colombia por el asunto de los vuelos de repatriación de inmigrantes ilegales es un buen ejemplo) que como verdadero instrumento de defensa comercial. Y es que, en un mundo de cadenas de valor globales, muchos productos, especialmente los más complejos, requieren suministros de múltiples países. Al mismo tiempo, los servicios (de los cuales Estados Unidos es precisamente un gran exportador) desempeñan un papel cada vez más importante como inputs en la producción de bienes (entre un 10% y un 20% en el caso de la UE).

Cuando se impone un arancel se sabe a quién se beneficia (los productores nacionales del bien), pero no está claro a quién se perjudica, y muchas veces un arancel puede ser un disparo en el pie

De este modo, cuando Trump aplica un arancel al acero protege a los productores estadounidenses de acero, pero perjudica a los fabricantes de automóviles que importan acero de terceros países (o les obliga a fabricar con un producto nacional mucho más caro). Al mismo tiempo, si Trump impone un arancel a un bien complejo europeo, es muy probable que por cada euro de reducción de exportaciones a Estados Unidos una parte la pierdan los proveedores de bienes y servicios estadounidenses usados para la fabricación de dicho producto europeo.

Dicho de otra forma: cuando se impone un arancel se sabe a quién se beneficia (los productores nacionales del bien), pero no está claro a quién se perjudica, y muchas veces un arancel puede ser un disparo en el pie. En el mundo moderno, para producir y para exportar se necesita antes importar.

Por otro lado, no está claro qué tipo de aranceles va a imponer Trump. Aunque parezca mentira, un arancel generalizado frente al resto del mundo sería preferible a aranceles para unos países sí y otros no. Es, fundamentalmente, un tema de distorsión relativa y de incertidumbre. Si impone un arancel generalizado (pongamos, del 10%), el efecto sería el equivalente a una depreciación del dólar del 10% (aunque la depreciación también afecta a las exportaciones): un golpe duro, pero asumible. De hecho, el dólar actualmente se está apreciando (como consecuencia de la política expansiva de reducción de impuestos y desregulación, así como el anuncio de grandes inversiones), lo que equivale a una bajada de aranceles. Sin embargo, aplicar aranceles a unos países del 20%, a otros del 10% y dejar exentos a otros provoca una distorsión de precios relativos, y por tanto de asignación de recursos a nivel internacional. Por otro lado, desde el punto de vista de un inversor productivo, es mejor un arancel generalizado (con el que, por lo menos, puedes calcular tus costes de forma clara), que no saber si te van a aplicar un arancel del 10%, o del 50%, o si te vas a librar. En Economía, la incertidumbre sobre un daño de importe incierto es más peligrosa que la certidumbre sobre un daño de importe cierto.

Aumentar los aranceles de materias primas y otros inputs industriales en Estados Unidos elevaría definitivamente los precios en Estados Unidos, algo que políticamente Trump no puede permitirse

Por otro lado, Trump, que no es tonto, sabe que una guerra arancelaria no solo es muy costosa, sino además muy peligrosa. La amenaza de aranceles puede llevar a la Unión Europea o a China a aceptar muchas más cosas que imponer directamente dichos aranceles, lo que les obligaría a responder, dando lugar a una espiral que podría hundir la economía mundial.

Finalmente, Trump sabe también (aunque lo niegue) que varias de sus políticas tienen un impacto claramente inflacionista: reducir la inmigración es un shock de oferta que aumenta los costes laborales, y reducir los impuestos a las empresas es un shock de demanda que impulsa al alza los precios. Por eso la Reserva Federal se tienta la ropa y rechaza bajar aún los tipos de interés. Aumentar los aranceles de materias primas y otros inputs industriales en Estados Unidos elevaría definitivamente los precios en Estados Unidos, algo que políticamente Trump no puede permitirse (ya que ganó las elecciones, entre otros motivos, por el impacto que la inflación tuvo en el bolsillo de los ciudadanos).

Tratándose de Trump, no me atrevo a predecir si en las próximas semanas terminará o no imponiendo aranceles a algunos países. Lo que sí que puedo predecir es que los beneficios que hasta el momento está obteniendo el hombre-arancel con sus amenazas arancelarias tendrán que confrontarlos con numerosos costes si los aranceles se terminan imponiendo de forma efectiva. Porque la película de las guerras arancelarias ya la hemos visto, y termina mal para todos.

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