No es que haya pasado mucho tiempo desde las últimas elecciones catalanas —tres años, todo un récord—, es que han cambiado muchas cosas, aunque la situación parezca congelada en esa ficción democrática que es Cataluña.
La legalidad no ha sido una característica del paisaje político catalán de estos últimos años. Golpe de Estado y asaltos al orden constitucional aparte, en la escuela pública la ley fue expulsada hace décadas y en los medios de comunicación nunca llegó a hacer acto de presencia. Este ambiente de excepcionalidad democrática permanente quizá haya hecho que determinadas anomalías de estas elecciones hayan pasado por alto.
La primera de ellas es que la degeneración democrática de las instituciones autonómicas ha pasado a ser compartida en ciertos aspectos, pero de forma obscena, por las instituciones del Estado. Desde el Consejo de Ministros se ha hecho campaña para el candidato de Pedro Sánchez, que es el que verdaderamente se juega su supervivencia política en estas elecciones para fortalecer su pacto con Esquerra, sin depender tanto de su interlocutor habitual, Pablo Iglesias. Por eso el PSC disputa y ayuda a la vez a ERC en la campaña. Sánchez necesita que los de Junqueras ganen las elecciones a los de Puigdemont, de ahí las informaciones sobre la posible cercanía de los indultos.
Salvador Illa dejó su cargo de ministro de Sanidad tras meses echándole de más por su catastrófica gestión de la pandemia. No ha conseguido cosechar ni un solo éxito, ni siquiera parcial. Desabastecimiento, falta de transparencia y fracaso en la vacunación. Eso no ha impedido que la maquinaria de La Moncloa le despidiese entre vítores, festejos y unas mentiras del presidente del Gobierno sobre su “extraordinaria labor”. El Partido Socialista ha jugado una vez más con la vida de millones de catalanes por intereses electorales porque unos sondeos anunciaban que era el momento de Illa. Nada más importaba a La Moncloa. Las encuestas habían hablado.
La estrella mitinera de la campaña no defrauda en TV3 con sus discursos fanatizados y encolerizados en los que enaltece el delito por el que fue condenado a 13 años de prisión
Otra anomalía es que se pueda ir a aplaudir a un mitin electoral a Salvador Illa, ese señor siniestro al que la necedad de la ceguera colectiva considera simpático, pero no puedes asistir al entierro de un familiar ni abrir una terraza para cenar. En una situación en la que los mítines son en sí mismos una anomalía, se profundiza en ella concediendo un permiso penitenciario a Oriol Junqueras, máximo responsable del golpe de Estado. La estrella mitinera de la campaña no defrauda en TV3 con sus discursos fanatizados y encolerizados en los que enaltece el delito por el que fue condenado a 13 años de prisión: sedición en concurso medial con malversación en calidad de dirigente.
Y finalmente, la normalización de la batasunización de Cataluña. Es cierto que la violencia nacionalista siempre ha estado presente, pero desde que en 2017 el independentismo tomase de forma organizada y violenta las calles, carreteras y vías ferroviarias, los episodios de violencia y sabotaje no han dejado de producirse en una Cataluña en ruina y en fuga. No hay que olvidar que Barcelona ardió durante un mes en octubre del 2019 tras la sentencia del procés.
Una campaña electoral es un espacio sagrado para que todo el que concurra a las elecciones explique en libertad sus ideas sin tener que exponerse a una agresión física
En este ambiente no sorprende la violencia sistemática que se produce contra el partido Vox en cada acto electoral. Otros partidos constitucionalistas y personas no nacionalistas han sido objeto de ataques, y lo seguirán siendo. La violencia siempre estuvo ahí, pero ahora no se habla de ella, salvo por los que la sufrieron. No hay una condena unánime, ni siquiera por parte de quienes estuvieron en ese mismo lugar en un pasado no muy lejano. La batasunización no se limita a quemar contenedores, sino que crea el clima de silencio que se confunde con el del consenso ante acciones violentas para no ser identificado con la víctima. La eterna culpabilidad de la misma que pudre toda sociedad democrática. Una campaña electoral es un espacio sagrado para que todo el que concurra a las elecciones explique en libertad sus ideas sin tener que exponerse a una agresión física. ¿Cuál hubiese sido la reacción si hubiese habido un intento de agresión a alguien del PSC o del nacionalismo?
Pero a pesar de la ficción democrática que se vive en Cataluña por culpa de los dirigentes nacionalistas y por culpa del Gobierno de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, el desastre catalán es una terrible realidad.
Sin transparencia en la pandemia
La situación no es mucho mejor que hace tres años, ahora está menos tensionada, pero más arruinada moral y materialmente. Con la llegada de la pandemia muchos ciudadanos catalanes han reubicado sus prioridades vitales. El drama es que no lo han hecho suficientes. El independentismo no ha sabido poner ningún parche a la devastación de la covid. Es la región donde la cifra de fallecidos a causa de la pandemia es más esquiva y oscura. Han reconocido 10.000, la verdad no la conocemos. Su hazaña ha sido arruinar el comercio catalán y la industria turística, que si ya venían gravemente heridos por el procés y el ecocomunismo de Colau, la ineptitud del independentismo en la gestión sanitaria ha sido mortal.
El empresariado catalán, en su tradición de errores a la hora de prestar su apoyo a proyectos políticos, ha apostado por Salvador Illa, el peón de Pedro Sánchez. Quieren salir de la ruina que les ha provocado el independentismo y han comprado la mentira siniestra y chantajista del presidente. Creen que si Illa accede al poder, sus compañeros de partido de La Moncloa enviarán más fondos europeos. Han apostado por la política bananera de influencias inciertas en vez de por la certeza de la política de libertad y prosperidad de Madrid, a pesar de sufrir el sectarismo de Sánchez.
La solución no está en el PSC, que continuará con el procés, los indultos y la inutilidad en la gestión. La solución es hacer la política de libertad económica y servicios públicos que se hace en Madrid. Por eso fue muy inteligente que Alejandro Fernández invitase a Almeida y Ayuso a hacer campaña a Barcelona. Otra anomalía de estas elecciones. No estaba relacionado con retener votos de Vox por parte del PP catalán, que tienen un electorado diferente, sino en impedir votos al PSC por parte de empresarios catalanes cuyo sectarismo sea menor que su apego al negocio. Se mostró el modelo alternativo de prosperidad y mejor gestión que supone, respecto al soberanista que hay y que habrá con Illa, pero a otra velocidad. La victoria de Illa no acelera la ruina de Cataluña, la consolida.