El valor de la educación, que promueve la excelencia y el esfuerzo es lo que enriquece a una sociedad, pero estos valores hoy se ven amenazados por un falso progresismo. Solo somos iguales en derechos políticos, en todo lo demás la realidad es que, aunque muchos prefieran ignorarlo, somos muy distintos. Sin duda en la educación debe regir el principio aristocrático, y defender otra cosa no es progresismo moral ni político.
Ya entrecomillaba esa palabra resobada la gran Ayn Rand, al criticar el sistema educativo 'progresista': “La coalición de académicos y jet set está intentando domar el carácter mediante el cultivo deliberado de la impotencia y la resignación en esas incubadoras de letargo conocidas como escuelas 'progresistas', que se dedican a la tarea de paralizar la mente de un niño deteniendo su desarrollo cognitivo. Sin embargo, parece que los 'progresistas' serán las primeras víctimas de sus propias teorías sociales”.
Estas ideas deben ser rescatadas y puestas en valor, pues la contracultura del falso progresismo se ha embarcado en una delirante cruzada contra la cultura occidental, contra la meritocracia y contra la transmisión del conocimiento que afecta a los más pobres. Declararle la guerra al conocimiento es la peor traición que la izquierda puede asestar a los hijos de las clases medias, que solo cuentan con el fruto de su esfuerzo y con hincar codos para competir en un mercado de trabajo globalizado muy competitivo. Una enseñanza en la cual se puede pasar de un curso a otro con ocho asignaturas suspensas es una enseñanza que abandona de raíz todo esfuerzo, y esto ahora se impone por un decreto ley, por imperativo legal, sin ninguna lógica.
Una enseñanza en la cual se puede pasar de un curso a otro con ocho asignaturas suspensas es una enseñanza que abandona de raíz todo esfuerzo
Vemos que las «contraculturas» de hoy colocan al conocimiento formal y a la investigación científica la etiqueta de estrategias de explotación, de dominio de clase o de subterfugio de los poderosos para mantener su poder y sus privilegios. Este plan de dominio, de enseñanza como poder bruto, elevado al extremo de la histeria, es una metanarrativa paranoica, que conduce a la impotencia intelectual y la resignación. Casi no se han analizado las negativas a enseñar conocimientos objetivos, su sustitución por metanarrativas.
La educación pública va camino de convertirse en un residuo anacrónico destinado a contener ciudadanos improductivos
El desprecio a la memoria y las humanidades y los bajos resultados en matemáticas y ciencias es parte del programa educativo, ya dijo la ex ministra Celaá que la ley iba a ir “dejando de lado los contenidos enciclopédicos y memorísticos”. Todas las leyes del sistema logsiano tienen el mismo planteamiento erróneo: entender que el aprendizaje no requiere un esfuerzo cognitivo y podemos mejorar los niveles de educación sin esfuerzo… Antes de que se impusiera esta tenebrosa mentalidad académica, la educación pública en España era buena. La pauperización de la enseñanza, la utopía del igualitarismo, ahora se ceba con los ciudadanos de las clases medias y bajas, y la educación pública va camino de convertirse en un residuo anacrónico destinado a contener ciudadanos improductivos.
El buen alumno irá desapareciendo, fruto de un igualitarismo mal entendido que quiere arrasar con la meritocracia y cualquier alusión al esfuerzo
La última reforma por decretazo solo logra que no haya repetidores, no se preocupa del nivel de la enseñanza sino que apuesta por el aprendizaje lúdico y los valores cívicos, como la ideología de género. El buen alumno irá desapareciendo, fruto de un igualitarismo mal entendido que quiere arrasar con la meritocracia y cualquier alusión al esfuerzo. El resultado, ya lo comentaba Daniel Capó, es que se crea una sociedad a dos velocidades: una, anclada en el saber y otra, en la ignorancia del conocimiento duro y que solo tiene inteligencia y capacidades socioemocionales, o que aspira a obtener un cargo por ser “persona no binaria”, por ejemplo, como propone Mónica García.
La izquierda que muestra desdén por la excelencia o el debate de ideas, por el contrario, parece manejarse bien con el lenguaje moralista y las consignas identitarias y además así se ahorra la tediosa tarea de pensar. La labor del pensamiento ha sido sustituido por la labor de concienciación. Estamos destruyendo la continuidad del conocimiento, lo que constituye quizá nuestra principal herencia y el eje de lo que llamamos –siempre provisionalmente– cultura occidental y dejando la educación de nuestros en manos de unos sepultureros más o menos afables. Se esfuerzan en rebajar a sus propios hijos a su propio nivel de faena mediocre. No “abren Delfos” sino que lo cierran.
Para que una sociedad sea progresista no debe castigar el éxito sino fomentarlo de manera predeterminada, debe premiarse el esfuerzo y la excelencia, no decretar por imperativo legal la igualdad en la mediocridad. Hay que fomentar la capacidad de las personas para crear, inspirar, producir, emprender… esos son los verdaderos ladrillos del progreso. El falso progresismo que vemos en la izquierda es un progresismo acomplejado, el que señala a los que tienen más que usted, a los que se esfuerzan en mejorar. El progresismo verdadero es algo inteligente que aspira a crear una sociedad más capacitada.