Los pueblos han sido implacables en las guerras de religión. Luchas civiles enfrentaron a los devotos egipcios de uno y otro dios. Los romanos que adoraban a Júpiter machacaron a los judíos de Yahvé; los cruzados a los infieles y el islam a medio mundo. Y muchos más casos que evito citar para no embadurnar con muertes estas líneas.
Necesita el historiador llegar al siglo XXI para encontrarse con el inicio de las batallas lingüísticas, pues antes, si las hubo, pasaron desapercibidas. La lucha se inició cuando se alzaron las demandas de usuarios de dos lenguas propias, los catalano-hispano-hablantes. Hay quien cree fueron los catalano-hablantes, pero ni es verdad, ni puede ser porque los catalano-hablantes no existen. Existieron hace muchos años, siglos, tal vez, si bien pueden aún encontrarse reliquias en zonas rurales aisladas. Quiere ese grupo mordaz de hispano-catalano-hablantes (si bien no sabemos cuántos) que algunas series, pelis y vídeos de Netflix sean doblados al catalán, una de sus dos lenguas propias. Sirve el español, pero las quieren en catalán. Caprichos.
Es como el burgués del madrileño del barrio de Salamanca que tiene dos coches, un deportivo y un todoterreno, pero al todoterreno le tiene ojeriza porque se lo regaló su cuñado, también rico del barrio de la Moraleja. Por eso usa siempre que puede, que no siempre que quiere, el deportivo, para incomodar al pariente.
Saben los líderes de ERC, instigadores de la solicitud, que pueden pedir lo que quieran. Se lo van a dar. Amenazaron con cargar contra los presupuestos a cañonazos si el partido del poder no cedía a sus demandas. Podrían exigir que se dedicara la partida presupuestaria a mejorar el tejido económico y el empleo de los catalanes de siempre y el de los allegados, pero no, prefieren usar el deportivo, porque al todoterreno le tienen rabia.
Para el resto del mundo el hispanohablante a secas, el monolingüe de español, al igual que el de inglés, es considerado y admirado
No resulta difícil de entender la petulancia de la burguesía catalana que, si siempre se ha sentido superior, han tenido ahora un subidón, pues corren tiempos de dádivas y amnistías, y van a tener otro espasmo al ver a su deportivo pasearse por Netflix. Siempre hubo clases. No debe importarnos más allá del desprecio o menosprecio al monolingüe, tan sancionado por serlo en territorios en contacto con el catalán o el valenciano. Para el resto del mundo el hispanohablante a secas, el monolingüe de español, al igual que el de inglés, es considerado y admirado. Y el catalano-hispano-hablante también es considerado y admirado por su condición de hispanohablante, que por la otra nadie pregunta. Son cosas que pasan.
Me encantaría elogiar en toda una columna, incluso en varias, a la lengua catalana, a la que tanto amo y admiro desde que leí Tirant lo Blanc (que su autor dice escribir en valenciano) pero hoy no toca. Hoy toca reprender por el desmedido uso del deportivo, aunque no quiero meterme en eso, ni reprocharle nada a nadie. Es verdad que las lenguas, y no lo podemos evitar, quedan muchas veces recluidas al ámbito familiar y al de los amigos, mientras otras se pasean más cómodas en el todoterreno de la cultura, la economía y las artes, incluida la literatura. Le ha tocado al catalán ser deportivo, y al castellano todoterreno, y al gallego, ¡pobriño!, viajar en tractor.
Dice Compromís que se obligue por ley a los comercios a atender en valenciano. ¿Por qué? Pues yo creo que también le tienen rabia al cuñado
Pero aquí no acaba el interés. Las batallitas se extienden a la comunidad vecina. Dice Compromís que se obligue por ley a los comercios a atender en valenciano. ¿Por qué? Pues yo creo que también le tienen rabia al cuñado. No veo yo a quienes mamaron español desde su infancia despachando con el deportivo, pero se puede intentar. Me imagino las denuncias:
- Señor comisario lingüístico, que en Souvenirs Quiles me han dicho buenas tardes en vez de bona vesprada.
- Pues le va a caer la del pulpo al inculto señor Quiles. A ver si aprende a ser bilingüe.
- Pero señor comisario, que mi clientela viene de fuera de aquí, que no tienen idea de valenciano, los de por ahí ni siquiera saben que existe.
- Pues que aprendan, ¡collons!, que nosotros somos valencianos y no queremos saber nada de los españoles. Que se entere el mundo entero de que existimos.
- Señor comisario, ¡se da usted cuenta de que me está hablando en español!
Ni siquiera los comisarios lingüísticos saben que tanto perjudica a las lenguas prohibirlas como exigirlas. O dicho de otra manera, aunque perturben o impongan las lenguas, ellas corren ajenas por sus cauces.
En Madrid, donde la gente se desplaza en todoterreno y no conocen el deportivo, reivindica la señora Ayuso el respeto a quienes ni hablan ni quieren hablar catalán-valenciano, y el derecho a ser atendidos en su lengua. Menos mal que con las lenguas todo se queda en batallitas: tocado y hundido. Las de religión sí que fueron verdaderas guerras. Y siguen siendo.