Nuestra democracia lleva perdiendo fuerza desde hace unos años, y sobre todo tras el encumbramiento de liderazgos populistas y nacionalistas, que suelen ir siempre acompañados de partidos “moderados” que les lanzan rosas por el camino. Vivimos un tiempo político en que las fronteras entre lo normal y lo excepcional se tornan difusas, la política se ha vuelto un tanto anómala.
No hace mucho, la argumentación en el debate político requería fidelidad y respeto de los principios constitucionales y de la lógica del bien común, pero esto ha ido cambiando conforme los socios del gobierno y sus “particularismos” e intereses han ido definiendo el marco de debate. El presidente del Gobierno apelaba esta semana a ensoñaciones como "la concordia, el diálogo, el entendimiento y la superación de la crisis" que no dudaba en contraponer a "la revancha y la venganza” de los que piden el cumplimiento de la legalidad constitucional, de la sentencia.
El problema de este marco es que la experiencia nos dice a los votantes constitucionalistas que el independentismo ni quiere concordia, ni indulto, ni se arrepiente ni está dividido “gracias al PSOE” como decía el ministro Iceta hace poco. Además, la brillante lógica del indulto desde la perspectiva del “interés público” queda en entredicho si quien solicita el indulto, el partido socialista, puede sacar un rédito político de ello y si, como dicen las encuestas, el 80% de la población, incluido el 72,5% de los votantes del PSOE, está en contra de la concesión de indultos a los líderes del procés.
Este “cambio de ciclo” es atestiguado por la muy distinta recepción que tienen ahora algunas brillantes ideas como el indulto a los condenados
Toda la estrategia de Redondo consiste en creer que los españoles somos unos desmemoriados funcionales, y no nos acordamos del golpe de 2017. Se confía en la memoria pez del votante, en su inercia hacia el abismo del procés. Hay una enorme inercia, la tiranía del status quo, en la vida y especialmente en asuntos de la política. Sólo una crisis de confianza, real o percibida, por la propia experiencia del votante, produce un cambio en la inercia de la opinión pública. Este “cambio de ciclo” es corroborado por la muy distinta recepción que tienen ahora algunas brillantes ideas como el indulto a los condenados, o la estrategia España 1984, o por el batacazo de las elecciones de Madrid que el Gobierno se ha apresurado a justificar como un pecadillo de los tabernarios degustadores de berberechos.
La función básica de la oposición es dar la batalla de las ideas, desarrollar alternativas a las políticas existentes para mantenerlas vivas y disponibles hasta que lo políticamente imposible se convierta en posible o incluso inevitable, esto es, una vez que la propia experiencia del votante rompa con la inercia de la política. Quizás los españoles no seamos unos desmemoriados funcionales y estamos en este tránsito. Comprar el marco y relamer la dulce filosofía victimista del independentismo puede empezar a penalizar a Sánchez y al PSOE.
Manipulación psicológica
Por la distopía a la que conduce el independentismo, el votante debería saber que cualquier gobierno constitucionalista y defensor de la idea de la nación debe cuidar el marco. Esta gran fábrica de relatos y de manipulación psicológica, victimismo y distopía indepe no puede tener cómplices entre quienes de verdad quieren mejorar la calidad democrática y política en España.
Nuestra identidad como país y nuestra trayectoria democrática resultan perecederas si adoptamos un marco en el que cumplir con las sentencias de los tribunales es “revanchismo”. Están participando en una secuencia lógica de que hay que desjuidicializar el proceso y dejarlo en manos de los intereses partidistas, negociados en una “mesa de diálogo”. Una mesa que parece que se ha quedado en el andén viendo como se escapa el tren de la opinión pública. Como decía Casado, este camino tiene un precio muy alto: "El pago que le piden por haberle metido en la Moncloa será su finiquito y el epitafio del Partido Socialista constitucional”. Veremos si el votante constitucionalista sigue aplaudiendo y justificando todas estas faenas gloriosas o si se ha cansado ya de esta dulce filosofía de que “siempre hay un camino” (Redondo dixit). Quizás la experiencia esté superando a la inercia del votante.